A Putin se le va de las manos su intención de anexionarse Ucrania. Como parece que no oye el sentir de su gente, nos toca agradecer a los periodistas su profesionalidad al acercarnos los testimonios del pueblo ruso. Pueblo que, en otros momentos de la historia acogió niños de otras guerras, y que ahora revela al mundo su insatisfacción por lo que ocurre. Ellos confiesan que la información les llega manipulada, e insisten en que la guerra no es la de un pueblo contra otro sino la de alguien, con delirios, que cree disponer de la voluntad de su gente. Nada puede ser así cuando se actúa bajo el yugo del terror.

Buscando información sobre líderes rusos encuentro que ya en el siglo XIX el ambiente de San Petersburgo era desfavorable para el desarrollo de cualquier innovación política o intelectual. Todos los principios de libertad de pensamiento y de iniciativa privada eran, en la medida de lo posible, reprimidos enérgicamente. La censura personal y oficial era moneda corriente; las críticas a las autoridades eran consideradas como un delito grave…”

Cabe preguntarnos qué lleva a ese niño de familia pobre, que vive el incremento de esa pobreza por las consecuencias de la segunda guerra mundial, de infancia solitaria y escasa altura a creerse con capacidad de remover los cimientos del mundo. Como si él mismo no hubiera sufrido bastante.

Dicen que en los meses de confinamiento por la pandemia, se interesó por los mapas de la vieja Europa y que ahora trata de recuperar esos límites en donde Ucrania estaba incorporada.

A este hombre le queda hacer algo importante: justificarse.

Justificarse en nombre de su patria aunque la tiña de cadáveres de niños.

Justificarse ante la huida de miles de personas que no quieren saber de odios ni conflictos bélicos y se ven obligados a pedir asilo.

Justificarse por reducir a escombro ciudades hermosas.

Justificar a los soldados rusos de que, cuando le obedecen, aman a su país.

En un discurso ha confirmado que “todo aquel que no lo siga será acusado de traidor”.

Ha conseguido que nos dé pánico sus posibilidades de éxito.

¿Añorará el siglo XIX?

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