Conservo, como oro en paño, dos cartas de Javier, que me entregó hace más de 30 años, cuando recién inauguraba su estudio de arquitectura en la calle Sol, y yo ejercía  de concejal de la oposición en el grupo municipal CDS. Acompañaba dos trabajos  originales: 'El Puerto bien vale un plan' y 'Turismo y urbanismo'.

En sus misivas, añadía a pluma azul un 'Ojalá te sirva. Un abrazo'. Y defendía con ahínco la protección del litoral, los valores histórico-artísticos y el medio ambiente y el  control de la densidad de población.

Conocí a Javier por mediación de un amigo común, Joaquín Calero. Y juntos  practicamos la vela y el futbol sala. Tengo en casa un trofeo de aquellos inolvidables  campeonatos veraniegos de futbito, en las instalaciones del Club Vistahermosa, en ese  grupo inmejorable que denominamos “Viejas Glorias”. Allí coincidí con su hermano Ernesto, Álvaro Terry, Guillermo Macpherson o los hermanos Javi y Nacho Baldasano. 

Magníficos y entrañables momentos. Ya ha llovido desde entonces, aunque, como si  fuese ayer, permanecen vivos.

En todos los encuentros que tuve con Javier –a pesar de que nos veíamos de tarde en  tarde- conformamos una sólida amistad. Puede apreciar en él un concepto machadiano: “ser bueno es ser valiente”. Esa inconfundible hondura humana que impregno toda su obra arquitectónica. Toda su vida.

Javier fue y ejerció de valiente, aportó al urbanismo portuense ejemplos que aún están ahí, vivos, con la impronta de un arquitecto enamorado de su profesión. Honesto y cabal. Caballero y de exquisito trato. Al recordarlo aún me llega esa media sonrisa, en la necesaria pausa, tras una conversación apasionada e intensa. 

Recuerdo en esas charlas interminables, tras los tediosos plenos municipales, donde el urbanismo se convertía en campo de batalla, como Javier defendía a capa y espada  que un buen albañil era mejor que un mal arquitecto. Ese y no otro era su perfil terrenal, el que encontré al tratarlo y apreciarlo.

Su despedida, sin hacer ruido, como era el, me lleva a esos versos sueltos de Machado: “Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca  ha de tornar/me encontraréis a bordo ligero de equipaje…”. Descansa en paz, amigo. 

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