Indultar al Rey

Felipe VI debería personarse en su cita barcelonesa esbozando una sonrisa oculta por una mascarilla; la sonrisa de millones de españoles, cada día más hartos, avergonzados y encolerizados

Canta, oh diosa, la cólera del pélida Campo, cólera funesta que causó a los juristas de Hispania grandes males en tiempos estos en los que pies ligeros no implican velocidad de señalamientos judiciales ni arte para dictar las sentencias en verso dodecasílabo, como si las hiciera Hammurabi disfrazado de Lorca. Como uno de tantos esos juristas que sufren la obsolescencia programada de la administración de Justicia me asomo al ojo del caballo troyano y desde la altura de su ventanal advierto tanta ridiculez e incompetencia que me sofoco. Mientras la Seguridad Social y la Agencia Tributaria utilizan sus recursos informáticos con avidez, la parcheada Justicia española sigue encapsulada a base de remiendos, poniendo cruces más o menos ideológicas a textos centenarios e improvisando legislaciones nuevas a través de reales decretos que de reales tienen más bien poco.

En la sesión de control al gobierno de ayer, el Ministro de Justicia respondió con acidez a la interpelación de un rival del hemiciclo, anunciando que los indultos esperados se tramitarían la semana siguiente. Todos comprendieron que se refería a la solicitud de los presos separatistas españoles afincados en Cataluña –los del Procés- y quizás incurrieron en el error de confundir tramitar con conceder. Conozco a Juan Carlos Campo desde hace mucho y me resisto a pensar que vaya a dar pábulo a una petición tan dañina (atque oportuna) para el estado de derecho como la del indulto de Junqueras y el resto de presidiarios. Aunque estoy en radical desacuerdo con el recorte de derechos de abogados y procuradores que, amparado por el propio Campo, supuso la habilitación parcial de agosto (que no ha resuelto ni paliado el atraso crónico de una administración que no interesa a la casta política), le tengo por una persona cabal, un humanista con firmes valores democráticos.

Imagino que cuando este gaditano de Osuna comenzó sus andanzas como juez, mediados ya los ochenta, debió sentir algo especial el día en que el rey Juan Carlos I le entregó su despacho, supongo que en la Escuela Judicial de Barcelona. Ese sentimiento no lo conocerán mañana viernes los nuevos jueces, recién incorporados a la ruinoso Joder Judicial (que decía aquél). La nueva hornada togada habrá de impartir justicia en nombre de un rey ausente. Efectivamente, Felipe VI no acudirá a una cita que para él siempre fue de obligado cumplimiento y nadie sabe bien por qué. En las invitaciones se reflejó su asistencia y posteriormente el Gobierno ha balbucido su ausencia con razones dispares que nadie cree.

Y, mientras tanto, los presupuestos de Montoro siguen amenazados de prórroga una vez más, con los separatistas apretando el gaznate gubernamental, los reos engordando en prisión, la ministra Montero posando sonriente para el proletariado, la Fiscal general de vacaciones en Roma, Pedro Sánchez comiendo coles en Bruselas y el rey que reina pero no gobierna soportando un acoso constante y sonante. La presencia de Felipe VI en Barcelona supondría un nuevo guantazo a la república idiota que defienden el investigado Torra o el fugado (éste sí) Puigdemont.

Este gobierno timorato que lamenta profundamente el suicidio de un etarra en prisión indulta al rey de su derecho y obligación de acudir al antiguo condado aragonés, y el monarca parece haberlo aceptado. Ese es el delito para el que no le tramitaría indulto alguno: Felipe VI debería personarse en su cita barcelonesa esbozando una sonrisa oculta por una mascarilla. La sonrisa de millones de españoles, cada día más hartos,avergonzados y encolerizados.

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