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La Galería ERA

Ese imponente local pleno de arte y cultura, de flamenco y baile, de vinilos y libros, de cuerpos desnudos y figuras mitológicas, de metáforas insanas y de tanto amor, inserto en el corazón de nuestra calle Real, convenientemente oculto, debe ser un lugar referencial de ahora en adelante para la ciudad

Viernes de dolores con las calles de la Isla rebosantes de gentes uniformadas en blanco y negro, mujeres arregladas, familias salidas de las callejuelas y el vientre del pueblo palpitando, el chavalerío siempre buscando, sol, viento calmo, campanadas y soniquetes acompasados con aroma de incienso, que no de azahar.

Me habían invitado un mes atrás a un coloquio sobre mi carrera literaria, como si yo tuviera algo parecido a una, pero como el que había cursado el ofrecimiento era mi viejo amigo -que no amigo viejo- Eduardo Formanti, no dudé en aceptar. Quizás el día no era el más propicio para un sarao de ese estilo, pero este tipo de cosas no hay que pensárselas, así que me encaminé al lugar donde había de celebrarse el encuentro: la Galería Era.

La verdad es que no me esperaba algo así. En plena calle Pizarro (dedicada al conquistador, no al político, quiero pensar), bajando unos intrincados escalones, me adentré en una galería de locales en la que me dio la bienvenida el gigantesco casco de un hoplita o un tartesso, y el busto inmenso de Pablo Picasso, obras del fantástico escultor isleño Antonio Mota, que se encontraba allí junto con su hijo Antonio, su pareja, Inma, el propio Formanti y el magnífico fotógrafo Ignacio Escuín.

La galería Era es un sitio bohemio y gratamente underground. Podría decirse que dispone de varios ambientes: una barra de madera presidiendo la estancia, una tarima de color disímil sobre cuyas paredes reposan exposiciones de cuadros y fotografías, otro consistente en un escenario musical con una gran pantalla de televisión a la espalda, y luego la parte más amplia, repleta de esculturas, moldes, y figuras diseñadas y cinceladas por Antonio Mota, quien también me enseñó el proyecto de Biblioteca que están ultimando en un local anexo, en donde la asociación La Ensalaera, formada en los albures del confinamiento, imparte cursos de pintura y, próximamente, talleres de escritura y, por qué no, un club de lectura, algo que echo en falta en nuestra Isla de León.

La maravillosa charla posterior con Eduardo Formanti, plagada de anécdotas y confesiones, quedó relegada a un segundo plano, si me permiten decirlo, porque ese imponente local pleno de arte y cultura, de flamenco y baile, de vinilos y libros, de cuerpos desnudos y figuras mitológicas, de metáforas insanas (no se pierdan la lavadora tuneada con un ser gritando en su interior) y de tanto amor, inserto en el corazón de nuestra calle Real, convenientemente oculto, debe ser un lugar referencial de ahora en adelante para la ciudad.

Les recomiendo sinceramente que vayan a visitarlo, que se asocien, que disfruten del origen del canal de Youtube de 'Cortinas negras'. Y que la Delegación de Cultura se ponga manos a la obra para incorporar ese pequeño tesoro a nuestro patrimonio cañaílla y universal.

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