He estado a punto de renunciar hoy a escribir por higiene mental, por no darle más vueltas a un panorama que me tiene entre el hastío y la decepción. Estoy tan harta de este tono enrabietado, de la verborrea sin fundamento, de la falta de reflexión detrás de cada barbaridad que leo o escucho, que empiezan a molestarme hasta las opiniones, aparentemente, más inocentes.

Como cuando alguien señala que toda polémica se acabaría consultando a los expertos, pidiendo “a quienes de verdad saben” que tomen las decisiones.

Por supuesto que los expertos deben ser consultados. Ahora más que nunca, pero no solo ahora. Decisiones que afectan a nuestras vidas (y todas las decisiones políticas lo son, en mayor o menor medida) deben fundamentarse en datos, en cálculos, en argumentos.

Pero la respuesta no está solo en la ciencia. Un epidemiólogo sabe las medidas más eficaces para evitar la evolución de los contagios. Un economista puede conocer el impacto de estas medidas. Pero, una vez recopilados los datos, deberá ser cada sociedad -y, en su nombre, sus representantes, los políticos que tanto denostamos- quien decida qué hacer. En este caso, se trata de encontrar el difícil equilibrio entre arriesgar la salud y vidas de los ciudadanos, y condenar a la ruina o el desempleo a otros tantos. No hay decisión sin víctimas, de uno u otro tipo. ¿Y vamos a obligar a un experto, un científico, a que resuelva este complicado dilema? ¿De verdad creemos que hay una fórmula matemática que indica el número de fallecidos y el porcentaje de aumento del desempleo ideal?

No es ciencia, es política, es una tarea compleja e importante, que determina cómo nos organizamos como sociedad, cómo queremos ser, hacia dónde queremos ir. No hay un camino prefijado, somos nosotros los que tenemos el poder y la enorme responsabilidad de elegir. Por eso, los líderes políticos no llegan a sus cargos por oposición, sino por nuestros votos.

La política no es una lacra, lo son quienes olvidan su objetivo y la confunden con un mero ejercicio de hilar discursos hirientes contra el adversario, lanzar reproches y poco más.

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