Recuerdo cuando hace casi treinta años comencé a ejercer. En aquellos momentos  Luis Suárez aun no tenía aun los 50 años, pero para mí, junto con otros abogados, de los cuales no menciono nombres porque seguro que de alguno me olvido, era Don Luis. Dirigirme a ellos por su nombre de pila me resultaba extraño, una falta de respeto, sobre todo cuando me acercaba a su despacho, donde se respiraba respeto, aunque a la Ley de Arrendamientos Urbanos la tuviera con un cascabel, para encontrarla rápidamente entre los legajos.

Poco a poco fue descubriendo sus facetas, cuando le pregunto por la vieja silla de Mazzantini que estaba en la vitrina de la entrada. Poco a poco los cafés, las charlas, su británica flema, me fue cautivando, rematando su faena con el conocimiento del Flamenco, y su orgullo de aquel árbol genealógico de los palos del flamenco que dibujara en sus años mozos en una taberna, si no recuerdo mal allá por Granada.

Vecinos, amigos, contertulios y, sobre todo, compañeros, sobre el cual siempre teníamos los más jóvenes algo que aprender. Cada vez somos mas lo que tomamos el relevo a quienes nos precedieron, los cuales, como siempre ha sido y será, mueren ejerciendo, compartiendo su experiencia, base fundamental del derecho, y bebiendo de sus labios cosas tan interesantes como el mojón tapado, que no tiene nada de escatológico.

De momento creo que será difícil tomarme un café con él, pero tengo claro que cada vez que lo haga cerca de donde solía tomarlo, me vendrán a la memoria sus charlas, sus conocimientos, su voz. Muchas son las personas que quisieron al Puerto, muchos los que han escrito de sus esteros, de sus cangrejos, y sobre todo de nuestra Patrona, y aunque todos merecen la admiración y el respeto, algunos, por cercanía en muchos aspectos, perdurarán más en la memoria.

Desde la más respetuosa de las cercanías hoy, al ponerme la toga, lo recuerdo, y comprendo que la mordacidad, el decir las cosas claras, nuestra verdad, siempre puede ser elegante y respetuosa, irónicamente fina y educada, sin faltar a nadie, pero poniendo en su sitio a todos, y no solo en el Foro, sino allá en donde él ponía su mente. Nos vemos por los Juzgados del cielo cuando Dios lo decrete.

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