Dicho así parece que soy un gran detractor de tan típicas fiestas, que por supuesto me parecen mas típicas de Cádiz que de esta ciudad, si bien es verdad que nunca es tarde para sumarse a una fiesta.

Quizás lo de maldito sea mas apropiado por la temática, tan criticada por algunos claros defensores del tipismo, que sin embargo se solían disfrazar de Drácula o de demonio, pero claro, ahora toca la crítica a cualquier evento que agrade a los votantes, sean del color que sean, pero que por una vez toman conciencia y van a votar más a la persona que a las siglas o el color.

Competir con Cádiz no tiene sentido, porque Cádiz no celebra unas fiestas, las vive igual de intensamente que nuestra Feria, pero sin embargo poco a poco vamos tomando una posición, que aunque se le niegue por algunos, no deja de ocupar puestos incluso en cadenas nacionales, y no por un oso con torticolis o por desgracias mayores que es mejor olvidar.

Puede ser triste que la fiesta eclipse el trabajo de otros, pero el pan y el circo siempre fueron más recordados que los logros militares o las reformas políticas, y aunque, y esto si es cierto, a veces sirva para tapar los fracasos en otras áreas, no es menor cierto que si lo logran hacer será por la magnificencia de las mismas.

El maldito Carnaval, poco a poco, se va atrayendo a quienes, sin preocuparse de la política, quieren vivir y que les dejen vivir y eso, para quien quiere ganar a toda costa una elecciones, por los medios que sean, les duele en exceso, pues ven que en los ayuntamientos quien se muestra cercano, no critica a nadie y tan solo se preocupa de que su cometido funcione de forma adecuada, se gana el aprecio y el voto del ciudadano.

El maldito Carnaval, que puede que se viva a diario, está arrastrando a la tumba política a quienes ya eran cadáveres sin futuro, pero también a quienes critican sin sentido los excesos excéntricos de los burguesitos amanerados, porque la historia ha dejado claro que la izquierda siempre vio el amor prohibido como el más claro ejemplo del capitalismo y el aburguesamiento de las masas.

Claro que las cosas cambian, pero en lo mas hondo de ciertos corazones sigue latiendo esa falsa condescendencia de acariciar los lomos agradecidos, pero despreciando profundamente a quienes no le lamen las manos.

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