En la era líquida, los demonios son líquidos también y es mucho más difícil darles caza antes de que todo lo invadan con sus miserias virales que son las nuestras. Juegan con nosotros porque saben de nuestra fragilidad, de la ignorancia y de la prisa, y ofrecen asideros de superficialidad perversa para huir del miedo a mirar a la muerte a los ojos. Eso, para los otros. Y que hagan unas fotos para reenviar y compartir el terror. La podredumbre es un éxito. Creemos que es flexible el tiempo y lo podemos moldear a nuestro antojo. Y sin apenas darnos cuenta, la velocidad de los días nos depreda por completo, y no, no somos menos malos, ni más buenos tampoco, por eso hacemos ruido de más para no escuchar al Pepito Grillo interno darnos la brasa. Y es que somos buenos, claro, porque no pertenecemos a ningún grupo terrorista, no ponemos zancadillas en el autobús, no arañamos con una llave el vecino, donamos de vez en cuando lo que nos sobra a una ONG y cumplimos meticulosamente los requisitos de la educación que algunos, suertudos incluso, recibimos de pequeños. Caminamos cuellibajos, sumergidos en el alivio rápido del móvil, porque una ristra de valores de humanos ejemplares atados al tobillo, pesa más de la cuenta, pero no pasa nada, nos liberamos en pilates, o en terapia donde el mantra “sobre todo, quiérete a ti mismo” nos taladra, también por comodidad, el cerebro y las fronteras entre el moderado amor propio y el egoísmo más feroz. Quiérete, y huye de marrones ajenos, no medies en ningún conflicto, aparta lo que no aporte y ni te molestes en deshacer nudos ni prejuicios. Quiérete tú, sobre todas las cosas, y perdónate, todo es aprendizaje, incluso el morbo, el chisme o no parar la destrucción aunque esté en tu mano su contención. Es que quererse a uno mismo es evitar, a toda costa, que lo negativo salpique. Y confundir la sinceridad con la grosería. Y el poner límites con la más sofisticada manipulación. ¿Ven ustedes? Tampoco es el camino a la bondad, sino más bien una poderosa aportación individual a la precipitación de una edad de hielo que a pesar del calentamiento global ya empezamos a sentir. El frío peor no es el de fuera. Terrible confusión, pues todo es violencia o lo parece. Sorda soledad en la que caminamos cuellibajos de reel en reel, empachados de imágenes atroces que rebotan en nuestra conciencia y nos resbalan porque no se parecen a nosotros, pero levantamos bien los pies para no tropezar con los cadáveres en las aceras. Sumidos en la rutina del pasotismo, se arrojan nuestros pasos a las vías de un tren a ninguna parte. Además, los misiles parecen estar muy lejos. Me quiero a mí misma, nada ya me afecta. Y sólo quedan ésos que se quieren tanto a sí mismos y nada les afecta, ni nadie les importa, ni siquiera yo, porque salpico. Y todos somos buena gente mala.

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