Hace unos meses apareció en la plataforma de Disney+ Pam & Tommy, la serie de ficción sobre la historia de amor, drogas y cintas de vídeo del batería de Mötley Crue, Tommy Lee, y la famosa actriz de Los vigilantes de la playa Pamela Anderson. Sus ocho capítulos narran cómo se conocieron las dos celebrities de Los Angeles, su boda tras cuatro días en Cancún, cómo encajaron a la perfección sus personalidades -ora disruptivas, ora dependientes-, su deseo de tener descendencia y cómo sus carreras profesionales fueron apagándose conforme su fama ascendía por culpa de unos vídeos privados de contenido sexual.

Lo cierto es que a finales de los años noventa no me gustaban los Mötley Crue ni tampoco solía ver a David Hasselhoff y a su equipo de rescate playero. Es más, la vigilante que me gustaba no era precisamente C.J., el personaje que interpretaba Pamela. Recuerdo la polémica con el vídeo sexual y los titulares de las peleas subsiguientes entre el matrimonio y los paparazzis. Yo desconocía que Anderson había sido portada de Playboy ni recuerdo haber visto más que unos clips de esos vídeos que, según la serie, han generado 77 millones de dólares de beneficio a la empresa que ostentaba sus derechos.

Tras acabar el último episodio me cambié de plataforma para ver el documental que la propia Pamela Anderson ha protagonizado sobre su vida, y en el que a través de la lectura de sus diarios privados no duda en tildarse a sí misma de zorra juzgando sus primeros años en Hollywood. La actriz, pasados ya de sobra los cincuenta, se muestra plena de buen humor y chispa, y en muchas ocasiones carente de maquillaje, bromeando con que podría hacer sus tomas desnuda. Total, no habrá nada que no haya visto todo el mundo, dice.

Sin embargo, a pesar del tono cómico de la serie y, en ocasiones, del documental, como abogado que soy no pude sino azorarme con el drama que destrozó a aquella joven actriz que fue el ídolo sexual de mi generación (eufemismo que oculta haber sido beneficiaria del onanismo más infinito). Un tipo roba una caja fuerte que incluye una cinta VHS con escenas íntimas de una pareja, la comercializa y después vende a una compañía que cuelga el vídeo gratis en internet y luego por treinta pavos. La justicia americana vino a considerar —según Pamela— que al haber comercializado con su cuerpo desnudo con Playboy, sus grabaciones sexuales tenían interés público, y por ello desestimaron sus demandas judiciales.

Un sinsentido, desde nuestro punto de vista, veinte años después. Y cuando echemos atrás la vista, dentro de veinte años, analizaremos con dureza lo que está pasando en España con la Ley del Sólo sí es sí. Como juristas mucho más brillantes que yo lo han explicado, no voy a perder demasiado el tiempo porque "la diferencia entre un ciego y un fanático es que un ciego sabe que no ve".

Al aprobarse —con demasiada celeridad— esta ley, el ala podemista del gobierno hizo oídos sordos a las advertencias de varios jueces sobre los efectos de la misma. Como arma del marketing político que era, se vendieron sus virtudes sin parangón, y cuando estando tan cerca las elecciones generales se ha comprobado que los efectos de dicha norma penal beneficiaban a los condenados por violaciones y abusos sexuales, dejando en la calle a casi cincuenta de ellos en poco tiempo, las barandas de Podemos han decidido culpar de su gravísimo error a los jueces "machistas y fascistas", que por otro lado están compelidos a aplicar la normal penal más favorable al reo.

El derecho al pataleo, aunque da lo mismo porque Podemos se ha convertido en un partido anodino, irrelevante y estéril que ha decepcionado a gran parte de su electorado, concretamente al que no come de la olla grande. Otra cosa son ya las críticas a Pedro Sánchez, que preferirá sacrificar a su ministra de Justicia, Pilar Llop, antes que asumir alguna culpa por consentir esto, y dejará que Irene Montero, Ione Belarra y demás falsas diosas del izquierdismo se cuezan en su propio jugo, a cesarlas y darles así excusas electorales.

Con veinte años de diferencia estamos ante dos graves patadas en el hígado del feminismo y del derecho a la dignidad de las mujeres. Pamela Anderson fue arrastrada por las salas de justicia y platós de televisión de unos EEUU no tan diferentes a los de hoy, mientras que las víctimas de violaciones y abusos sexuales lo están siendo con la Ley del sólo sí es sí al ver cómo sus agresores salen a la calle antes de tiempo por culpa de la máxima negligencia de un gobierno al que seguramente votaron en el pasado en aras de buscar protección. Un gobierno al que no se le cae la cara de vergüenza porque ni es realmente feminista ni tiene la más mínima vergüenza.

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