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Alfonso Quirós

Quirós había inoculado en mí el amor por los banquillos, un virus que aún hoy pervive

El otro día supe que la Federación Gaditana de Baloncesto ha acordado homenajear al legendario entrenador de baloncesto, Alfonso Quirós, nacido en Andújar y vivido en San Fernando, concediéndole el Premio FAB Cádiz por su buen hacer y su extraordinaria contribución al deporte de la canasta. Este reconocimiento le será entregado el próximo viernes 1 de diciembre en el Hotel Puerto Sherry, en El Puerto de Santa María. Me encantaría poder asistir, pero ese día estaré de vuelta de un viaje de trabajo.

Mi primer recuerdo de Alfonso es en blanco y negro. El de las crónicas periodísticas de los partidos del C.B. San Fernando de finales de los años ochenta, en los que dirigía a una de las mejores añadas de jugadores que ha dado la provincia: el grandísimo Tano Marín, el contundente Parazuelo, el imparable Villegas o el incombustible Manolito Moldes. Me encantaba ver sus estadísticas y analizar las fotos del encuentro, en donde solía encontrarse siempre un director de orquesta alto, bigotudo y con gesto adusto.

Tras la hecatombe que supuso la primera incursión del San Fernando en la Liga EBA, que puso en apuros las viviendas de los responsables del club, a principios del siglo XXI se refundó la entidad y se incorporó una nueva camada de jugadores, más jóvenes que los antes citados, para competir desde la liga provincial gaditana. Yo tuve la suerte de estar incluido en ese equipazo que ascendió en su primera temporada a la Primera Andaluza (que era la Segunda Nacional). Allí había bases excelsos como Andrés Barrera, Jorge Luna, Paquito Rodríguez -hoy Director Técnico del CBSF-, escoltas anotadores como Luis Betanzos o Ray Rivero, aleros sobrios y rocosos como Julio Torres o Migue Rey, y pívots de alto nivel como Pepe Fernando o Gory de la Herrán, acompañados de tres juniors de gran calidad: mi vecino Jimmy, Jesús Ponce -capitán hoy, del CBSF de Liga EBA- o Fofi Quirós, hijo del premiado entrenador que trató de llevarnos por la senda del triunfo en aquel año inolvidable para mí.

No diré, sin embargo, que fuera fácil. Yo era un ala-pívot duro y rocoso con buen tiro exterior pero con poco nivel técnico y táctico, lo que compensaba con una entrega constante en defensa y un buen instinto reboteador. Debuté jugando un ratito contra Conil y luego estuve tres o cuatro meses sin jugar ni tan siquiera los minutos de la basura. Pueden imaginar la relación amor-odio que mantuve con ese visceral entrenador que me daba más cal que arena, que me dejó fuera de la convocatoria del primer partido de la final contra Cádiz, recién llegado del entierro de mi abuelo Pedro. Y sin embargo, siempre le estará agradecido al Bigotes, como lo llamaban.

Recuerdo que me decía que yo era el jugador de todos los que había entrenado que más rápido aprendía los conceptos, si bien apostillaba que también era verdad que yo tenía muchas más carencias que mis compañeros. Hablábamos mucho, me aconsejaba. Dos años después, me ofreció ser su ayudante, pero mi vida profesional complicaba esa opción. Pero Quirós había inoculado en mí el amor por los banquillos. Un virus que aún hoy pervive.

Hace unos años, Alfonso salió injustamente del CBSF, del que sin embargo siguió siendo socio. Conseguí que entrenara el equipo de mi hija Claudia en la SD Candray, donde llevó a sus jugadoras a algún que otro campeonato de Andalucía. Esta última temporada ha vuelto a su casa, al CBSF, donde entrena un equipo Mini al que a buen seguro hará campeón. Han sido muchas vivencias atesoradas durante estos veinticinco años de amistad y aprendizaje con Alfonso Quirós, maestro de varias generaciones de jugadores y entrenadores gaditanos. Estoy seguro de que colgará su pizarra de aquí a diez años. Doce, como mucho

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