Ni siquiera la desidia que ha marcado la pandemia, ni el enfado que quienes queriendo más tienen menos, ni de los que queriendo menos se asustan con el más, pueden hacer que El Puerto pierda su septiembre.

Tiempo de Patronas y vendimia, tiempo en el que el levante deja de molestar para adentrarse por las bodegas. Septiembre huele a Puerto, a morena Patrona, a verde mar, a fresco campo recién rociado. Huele a mosto, a calles pegajosas por el paso de los camiones, los que ya nunca volverán a las bodegas del centro cargados de uvas.

Septiembre el es principio de la nueva vida, el final marcado por el 8 de septiembre, el principio productivo. Es el primer estadio del fino, es la primera pisada, la ultima rama. Huele a verano acabado, al abrigo de las ocho de la tarde, a Sol alto que ya calienta menos, a playas húmedas y tranquilas, a maletas y retornos. El Puerto, la ciudad, cobra una vida, que pareciendo que termina, no hace mas que comenzar, y como si de una niño pequeño se tratase, da sus primeros y torpes pasos, queriendo coger el ritmo que nuca perdió.

Este año, y a pesar de lo ocurrido, septiembre seguirá dejando los aromas de un verano que se acaba, me seguirá recordando al olor de esa puntilla, cuando desmontadas las casetas y chiringuitos, la arena olía de forma peculiar, mezclando el olor a sal con el olor a los restos de un pasado.

Septiembre seguirá oliendo a nardos, un olor que quedará presente hasta que el último coche abandone su ciudad. El Puerto, como cada año, vuelve a nacer, se renueva como regado por nuevos mostos, y este año, a pesar de los pesares, el calendario seguirá pasando lentamente, sin que podamos evitarlo, dejando atrás los días hasta que todo se solo un recuerdo, lejano y triste, y a la vez, alegre, pues el Puerto, llegando Septiembre, seguirá oliendo a nardos y patrona, a campo y mosto, a arena y sal.

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