Análisis

Manolo Fossati

Ahora, la Calle Real

La Calle Real, bajo una visión medianamente preocupada, aparece como una sucesión, a ratos caótica a ratos nostálgica, de bellísimos ejemplos de glorias pasadas y actuales muestras de mal gusto que se alternan en un incómodo sube y baja de emociones

Del natural, considerable y feo desbarajuste que es ahora la plaza del Rey con motivo de las obras de reforma sólo nos queda esperar que el resultado nos compense. Y que lo que estos meses de gestación alumbren sea una criatura hermosa en su nacimiento y, mucho más importante, en su desarrollo hasta convertirse, según los deseos del Ayuntamiento, en el centro de todo en La Isla. Personalmente (dando por hecho que a alguien le interese) tengo una prevención contra ese tipo de plazas 'duras' y exentas como la que parece estar proyectada, pero también digo (suponiendo que siga interesando) que suelo esperar a ver las cosas acabadas para acomodar mis sentimientos.

Una vez conseguido el objetivo central, las buenas intenciones municipales deberían continuar regando su proyecto de mejora por todo el largo recorrido de la Calle Real, demasiado tiempo absorbida por unas expectativas o temores protagonizados por ese tranvía fantasma al que llevamos tantos años viendo arrastrar sus cadenas lentamente, mientras hace sonar su campanita como aquellos pobres leprosos medievales. Cuando también su presencia diaria se normalice y empiece a ejercer pronto el trabajo de transportar personas para el que está llamado, será hora de parar la vista en la maltratada principal vía de la ciudad.

La Calle Real, bajo una visión medianamente preocupada, aparece como una sucesión, a ratos caótica a ratos nostálgica, de bellísimos ejemplos de glorias pasadas y actuales muestras de mal gusto que se alternan en un incómodo sube y baja de emociones. Fachadas históricas remozadas con buen gusto conviven con imposibles rótulos comerciales faltones más que chillones; algunas terrazas hosteleras a las que se dio una práctica manga ancha para compensar las pérdidas por el covid se desparraman y extienden sin control; la ruina amenaza los escaparates de algunos comercios cerrados, y se deja sentir en el aire, para quien tenga olfato, el aroma de una generalizada despreocupación ciudadana por el espacio público. Como si la flotante y no siempre elegante palabra 'decadencia' estuviera a punto de desplomarse sobre nuestras cabezas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios