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Mucho ruido y…

  • Edward Hopper expone en el Museo Thyssen Bornemisza, con una propuesta que no responde a las expectativas

Era esta una muestra muy esperada y plato fuerte de la programación expositiva española. El nombre del protagonista, sus especialísimas connotaciones artísticas y su sentido como representante de ese espíritu típicamente americano, hacían que el sólo anuncio de la misma fuese motivo de expectación.

El artista americano, poseedor de un ideario pictórico que trasciende más allá de la propia representación, es merecedor de una fama, quizás, extrema, por la poética, casi mística, que envuelve su obra. El pintor neoyorquino, conocido por su particularidad escenográfica que el cine, la televisión y los diversos medios de difusión propagandística se han encargado de magnificar, se ha hecho presente en un horizonte artístico con una fuerza desmedida, convirtiéndose en todo un icono del arte americano y de lo americano. Lo cierto es que Hopper es un artista tremendamente conocido, aceptado y, por tanto, esperado, convirtiéndose una comparecencia de su obra en todo un acontecimiento que traspasa los límites de lo meramente artístico. Cosa que ha ocurrido con la muestra que se presenta en el Museo Thyssen Bornemisza; museo que, ahora, cumple veinte años de su afortunada inauguración; una exposición que permite conocer a un Hopper popular y, también, menos conocido; pero que, al mismo tiempo, deja un poco insatisfecho, quizás porque uno se espera mucho del que ha sido elevado a los olimpos del Arte, sobre todo por los arbitrarios postulados de los medios publicitarios.

La muestra nos sitúa ante el ideario estético de un artista que muestra una América apartada de las imágenes al uso; una América más sencilla, cercana y popular. Hopper plantea una figuración estática, contenida, sin exuberancias plásticas, con unos rigurosos registros compositivos que ilustran una sociedad y un paisaje casi retenido al modo cinematográfico - Hopper le debe mucho a los esquemas estructurales del cine -. El pintor americano es experto en mostrarnos una sociedad pausada, inalterable, solitaria y melancólica. Su estética más conocida es la que nos ofrecen esos paisajes suspendidos en el tiempo y en el espacio, con una casa en medio de la nada, que deja entrever una realidad poco atractiva y un poco aburrida. Tales paisajes están poblados de una figura que ofrece los mismos planteamientos que la propia escena donde se representa la historia, también, llena de nostalgia. Paisajes de interior donde la intimidad queda suspendida eternamente y donde se acentúa ese poder absoluto de Hopper en manifestar la realidad más cercana con sus circunstancias, sus problemas, sus deseos y sus misterios.

La muestra se completa con otras piezas, menos conocidas y fuera de la espectacularidad del gran Hopper, así como con cuadros protagonizados por estaciones, gasolineras y escenas donde la sociedad americana muestra su sentido más feliz y lúdico.

Edward Hopper en el Museo Thyssen, noticia en todos los medios de comunicación. Espectacular intervención, con una modelo mostrándonos la realidad escénica de "Sol de mañana". Todo un acontecimiento que no hay que perderse. Después, salvo algunas obras extraordinarias y referentes absolutos de una pintura con denominación de origen, una exposición muy por debajo de la espectacularidad del nombre de su autor.

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