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Ese par de niñas inquietantes

Fotograma de la adaptación de los años 70 de 'La chica que vive al final del camino', con Jodie Foster. Fotograma de la adaptación de los años 70 de 'La chica que vive al final del camino', con Jodie Foster.

Fotograma de la adaptación de los años 70 de 'La chica que vive al final del camino', con Jodie Foster. / IMDB

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

DOS niñas inusuales, fuera del mundo, con sendas casas peculiares y de edad parecida (entre 11 y 13 años). Ambas celebran su cumpleaños en octubre, un hecho que abre los dos libros. Ambas han desarrollado un mundo fascinante, aunque las coordenadas del mundo exterior les chirrían.

Pero Rynn (la protagonista de La chica que vive al final del camino) y Octubre (que da nombre al título de Errata Naturae) vienen a ser, con ambientes parecidos y una base común, la cara y cruz de una misma moneda. Reverso luminoso y tenebroso. Ambas novelas, con cincuenta años de diferencia y esas primeras voces tan iguales pero distintas, tienen también un núcleo idéntico: el camino del peregrino que supone la adaptación de sus personajes principales a la realidad en la que viven. Cada una de ellas lo hará, desde luego, de forma muy diferente.

Con La chica que vive al final del camino, de Laird Koening (trad. de Jon Bilbao), Impedimenta recupera un referente de las novelas de misterio: una de esas historias calladas, que termina quedando lejos del gran foco, pero que resulta una lección de atmósfera y mecanismo. La novela tuvo una adaptación cinematográfica en los 70 (La muchacha del sendero, con Jodie Foster como reclamo) y lo cierto es que su estructura podría bien adaptarse a una obra de teatro, con apenas un puñado de personajes y un único escenario: una casa en una isla invernal, con una trampilla, un jardín y una pala. Y un montón de botes de mermelada.

Tanto Rynn como Octubre (las similitudes no dejan de aparecer) han sido educadas por sus padres. No han ido al colegio y su conocimientos distan mucho de ser los reglados, pero en esa circunstancia hay un convencimiento, no por cierto menos egoísta, casi perverso: este escacharrado mundo no sabe lo que se hace y no nos merece. No te merece. “Haz lo que tengas que hacer –le dice a Brynn su padre en un momento dado–. Plántales cara como sea. Sobrevive”.

Y sí, Rynn puede ser muchas cosas pero, desde luego, hay algo que no es en el sentido amplio de la palabra: inocente. No importa. Estamos de su lado. No puede ser inocente para sobrevivir en la realidad en la que tiene que desenvolverse.

En cualquier caso, en la dificultad de encaje de ‘la chica que vive al final del camino’ –¿hasta qué punto es una sociópata integrada, y hasta qué punto su crianza ha contribuido a esto o la ha mantenido a salvo?– y en la de Octubre –¿es espectro autista o su comportamiento tiene reminiscencias, para entendernos, de niña lobo?– encontramos el patrón común de una crianza fuera lo habitual.

Si Impedimenta apunta que La chica que vive al final del camino es un clásico del gótico americano (que lo es), el Octubre, Octubre de Katya Balen tiene maneras, decía The Times, de clásico moderno. La delicada sensibilidad de Octubre llena las páginas del libro y se transmite desde la primera línea, desde ese primer momento en el que ella y su padre encuentran una lechuza muerta, con las alas ya cubiertas de escarcha –y después se topan con una polluela, a la que llaman Stig y a la que crían, y la mente se va a Estigia porque no hay mejor nombre para un búho–.

Octubre ha crecido con la única compañía de su padre, en una cabaña en el bosque –como en los cuentos–. Sólo incursionan una vez al año en el pueblo y ella no conoce a otros niños. La naturaleza y sus criaturas son sus amigos. La ciudad ahoga, piensa su progenitor, y lo mejor es aprender a vivir lejos del materialista mundo, con los pulmones y los ojos abiertos. Tiran de un precariado de baterías, generadores y paneles solares, se calientan con chimenea e internet no existe. El azúcar es el mal. Octubre sabe lo que es un chocolate caliente por lo que ha leído en los libros cambiamos neohippie extremo por trascendentalista extremo y ahí tenemos la infancia de Louisa May Alcott (la Jo real) y sus hermanas, medio muertas de frío–.

Aun así, no hay mayor pesadilla, desde luego, que cuando la realidad del mundo (ese lobo hambriento, a ojos de Octubre) interfiere en una rutina en la que siente las estrellas al alcance. El acomodo de la chica a unas coordenadas nuevas, hostiles y hechas a la contra será el conflicto que trabaje la trama: la exigua posibilidad del bosque entre bloques de cemento.

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