Esas mujeres tan raras

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Tanto ‘Vardø’ como ‘La casa de las miniaturas’ recrean la fuerza de las redes femeninas en el clima de intransigencia religiosa del siglo XVII

Corte de la obra 'Figuras junto a la ventana', del pintor danés Vilhelm Hammershoi.
Corte de la obra 'Figuras junto a la ventana', del pintor danés Vilhelm Hammershoi. / Vilhelm Hammershoi

VARDØ es una isla del extremo norte de Noruega. Actualmente tiene poco más de 2.000 habitantes, la población de Grazalema. Nadie le hubiera prestado atención si no fuera por el hecho de contar, a tamaña altitud, justo en el extremo del país que llega a Finlandia y lo que era territorio ruso, con un puerto que no se hiela. En el siglo XIV, Vardø tenía una fortaleza y una iglesia, de qué perder tiempo y dinero en ello si el lugar no desembolsara mucho más.

El nombre de Vardø marca también el que fuera el primer juicio multitudinario por brujería en el país nórdico. Visto desde nuestros ojos, el caso presentaba todos los palos necesarios para construir un cadalso: una catástrofe ligada a un grupo de mujeres solas e independientes en una isla que generaba bastante riqueza, con el aderezo de la influencia del animismo sami. Lo que engrasó la maquinaria fue la promulgación, con un sentido de la oportunidad excepcional, de una ley de hechicería digna del siglo de los grandes procesos contra las brujas.

Kiran M. Hargrave recrea en Vardø. La isla de las mujeres (Ático) el escenario y a los protagonistas de este suceso. Unos hechos que tendrían su inicio en la noche de Navidad de 1620, cuando una tremenda tormenta engulló a diez barcos y, con ellos, a la totalidad de los hombres de la isla.

En vez de dejarse morir, las mujeres de Vardø se empeñaron en sobrevivir, pescando y administrando sus bienes como los varones, sin que pareciera que los echaran en falta. Un hecho de corte tan imposible –estarán ustedes de acuerdo– que la única explicación pasaba por echar mano de lo diabólico.

Un dato que dice mucho de la naturaleza de estos juicios en general, y de este en particular, es el detalle de que Kirsti Sørensdatter, la mujer de un rico comerciante de la isla, fuera designada líder del coven de Vardø –imagino que ya saben, y si no, ya lo imaginan, quién incautaba los bienes de las ajusticiadas por brujería–.

Hargrave habla desde los ojos de las protagonistas femeninas: Ursa, la joven esposa del comisario religioso puritano enviado a la isla;y Maren, una de las chicas oriundas de Vardø. Su unión, un eslabón de resistencia ante el mundo, les irá también mostrando la forma de dibujarse dentro de una realidad empeñada en borrarlas.

En su primera obra no dirigida al público infantil, Kirian Millwood Hargrave muestra una extraordinaria habilidad como narradora, calibrando de forma excepcional el poder de evocación, las voces de sus protagonistas y el tono narrativo, manteniéndonos en sus páginas a pesar de que no suceda mucho más allá de lo que, sabemos, fue el desenlace.

La atmósfera de esta novela es similar a la que muchos lectores han encontrado ya en La casa de las miniaturas, de Jessie Burton, que se distribuye en edición de bolsillo de la mano de Salamandra –cuenta, de hecho, con su adaptación audiovisual con el rostro de Anya Taylor-Joy–. Ambas historias tienen un mismo punto de partida: la llegada de una recién casada a un nuevo destino del que lo ignora todo. Un nuevo destino, por cierto, con mucho que ocultar y más que interesado en que la novia se mantenga en la inopia el mayor tiempo posible –desde Barbazul a Crimson Peak, pasando por Rebeca, el tropo es efectivísimo–.

Otro punto en común lo marca la soga del puritanismo, cuya sombra apenas asoma al inicio de esta novela para después erguirse en veloz protagonista –los autos de fe y ajusticiamientos protestantes, bien, gracias, aunque aquí también tuviéramos lo nuestro con conversos y demás–.También deja espacio, La casa de las miniaturas, a una complicidad inesperada, y desesperada, entre dos mujeres que se presentan como irreconciliables: Nella, la protagonista, y su austera cuñada, Marin. Incluso hay espacio para señalar a lo inexplicable y mágico, a aquello que no puede tener cabida, en esta ocasión, de la mano de la miniaturista –a la que se llega a definir, curiosamente, como una “bruja noruega”–.

Hermosas historias, en ambos casos, de mujeres que han de caminar sobre el hielo, y de sus nodos de resistencia.

#LOSLIBROSPERDIDOS: 'La sirena y la señora Hancock'

Perdido, perdido, no está, pero digamos que no es fácil de localizar:vio la luz hace ya cuatro años de la mano de Siruela, y merece la pena pescarlo. Como en el caso de Vardø y de La casa de las miniaturas, La sirena y la señora Hancock es la envidiable primera novela de una autora. Con estudios en Arqueología, Historia del Arte y Antropología, Imogen Hermes Gowar afirmaba que a esta historia la condujo su fascinación por los objetos, al toparse con una de esas antiguas falsificaciones taxonómicas de una sirena. Situada en el Londres del XVIII, La sirena y la señora Hancock ya no toca los juicios de brujas. Sí que entra en el juego, de forma sutil, lo sobrenatural, pues la sirena “habla”, existe de algún modo, en forma de temor, infortunio o destino, aunque nunca acierte a tener una presencia “real” en el relato. Gowar hace que, sin embargo, la protagonista sea la encarnación más cercana que podemos tener de una de estas criaturas fantásticas, una cortesana. Angelica Neal puede no caminar sobre el hielo, como sus compañeras de esta página, pero sin duda lo hace sobre aguas turbulentas: afrontando traiciones, viendo de soslayo (y no tanto) los efectos de la ruina y poniendo todo su empeño en convertirse en la buena esposa de Johan Hanock, un comerciante sin nada que perder.

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