Artistas de Cádiz | Manolo Cano

Allí donde anida la verdad creativa

  • Uno de los creadores gaditanos con mayor potencial pictórico, en su arte se observa un dominio total de la técnica a través de distintos planteamientos estéticos

Manolo Cano trabaja en su estudio.

Manolo Cano trabaja en su estudio.

No me van a doler prendas el afirmar que Manolo Cano es de los artistas gaditanos con un mayor potencial pictórico. A lo largo de su carrera, se ha podido constatar que su pintura es capaz de los mayores y de los mejores proyectos artísticos. Para nadie ha pasado desapercibido su espectacular ejercicio plástico. En su pintura se observa un dominio total y absoluto de la técnica; algo que lo capacita para afrontar cualquier situación y le permite, como ha sido habitual en su trayectoria, variar a su antojo los esquemas creativos y cambiar planteamientos estéticos, siempre con una poderosa argumentación y unos desenlaces prácticos llenos de admirable solvencia pictórica.

La pintura de Manolo Cano parte de un dibujo extraordinario, determinante y definitivo. Me atrevo a decir que es uno de nuestros mejores dibujantes. Afirmación que se puede atestiguar viendo alguno de sus magníficos retratos a lápiz –el del Manolo Alés yo diría que es más que espectacular–; retratos que aparecen descritos desde una línea ilustrativa de una elegancia y contundencia aplastantes, lo que sirve para potenciar la realidad del retratado y hacer avistar muchas de sus personales circunstancias, emociones y sentimientos. De esta manera, con tan buenos esquemas constitutivos, su obra ha podido circular, con total acierto, por todas las vías de una pintura a la que él ha dado especial entidad y ha permitido al espectador seguir creyendo en las fórmulas de una pintura que, en contra de lo que muchos se han empeñado en estas últimas décadas, sigue viva y reinando con fuerza y más sensatez que nunca.

Manolo Cano nos hace asistir a los festivos planteamientos de la gran pintura; esa pintura que, en sus amplios sistemas, los figurativos, los abstractos, los informalistas, los conceptuales..., nos hacen asistir a los más apasionantes postulados de la creación plástica.

Manolo Cano, gaditano de 1958 y residente en San Roque, ha ligado su vida a lo mejor del arte que se hacía en esta zona. Ha sido –y sigue siendo– pintor exigente – demasiado exigente con su obra y consigo mismo– lo que le hace un artista buscador incesante de esencias expresivas. Es artista de soledades; poco amigo de las veleidades que tanto abundan en el arte; trabaja ajeno a las pamplinas y a los pamplinas que circundan gran parte de la plástica y que sólo son palmeros de unos santones con mucha cohetería y poca enjundia. Es llanero solitario en su universo creativo; pinta desde dentro hacia fuera con el concepto perfectamente instruido para hacerlo visible de forma radiante, emotiva, personal, llena de fuerza formal y belleza inmediata. A Manolo Cano lo hemos visto en muchas facetas dentro de la buena pintura; esa que no deja insatisfecho a simple vista pero que levanta expectación por el arte de siempre, el que convence y hace sentir la máxima emoción del arte por el arte.

En el imaginario del buen aficionado quedan series grabadas que no pasan de moda. De las primeras que le vimos fue aquella sobre espléndidos aljibes y patios de Cádiz. Con ellos pintaba una realidad cercana pero, también, plasmaba el silencio, el tiempo pausado, el aire salado lleno de historia cercana o presentida. Y es que en la obra de Manolo Cano hay relato de cercanías y apertura de miras hacia la profundidad del concepto. Lo cercano conlleva surcos que adentran hacia otros espacios. La pintura figurativa no tenía secretos para su fortaleza plástica. Sabe extraerle toda su magnificencia visual; la verdad de lo que la mirada descubre. Pero Manolo Cano no es artista de convencerse fácilmente ni siquiera con el reconocimiento unánime por lo bien hecho. Tras un éxito indiscutible, es capaz de dar un vuelco sustancial a su pintura y convertir las sabias y lúcidas posiciones de lo real en estructuras informalistas donde el expresionismo casi abstracto nos adentra por posiciones donde la materialidad acentúa los registros conformadores de las texturas. También en estas circunstancias estéticas, con la ilustración reducida a sus meras marcas formales y los ambientes pictóricos escorados hacia un formalismo pseudoabstracto, Manolo Cano ha mostrado la máxima esencia de una pintura muy bien acondicionada en continente y en contenido.

Así, en su discurrir artístico, el artista no se ha posicionado en un único estrato creativo. Su pintura evoluciona meditadamente y cambia los horizontes y los esquemas para seguir avanzando en un incesante proceso donde, siempre, siempre, prevalece la fuerza creativa, la contundencia de la forma, el potencial pictórico. De esta manera, en sus últimas comparecencias – en dos de sus galerías de referencia, la sevillana de Magdalena Haurie y, sobre, todo la de su amigo Fali Benot –, hemos visto a un Manolo Cano profundo en su concepto clásico y eterno de la representación; jugando con la realidad a su modo, a su perfecta concepción estética de lo real pero abriendo cauces por donde, al mismo tiempo, el concepto plástico buscaba nuevos rumbos expresivos. Con una solvencia plástica fuera de lo normal y una idea muy bien concebida de principio a fin, el artista convertía un entrañable borriquillo en el soporte ideal donde se desarrollaba un nuevo concepto de la naturaleza muerta. El burro era el espacio donde la realidad suprema del bodegón generaba una nueva esencia creativa. Todo un ejercicio de sabiduría creativa y buen hacer pictórico.

Por eso, termino como empezaba, sigo pensando que Manolo Cano es de los artistas gaditanos de mayor fuerza creativa. Para constatarlo, la eterna belleza de su obra; su pintura está allí donde la vedad anida.

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