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Preestreno de 'Rayuela'

Marco Flores y el arte del equilibrio

  • El bailaor y coreógrafo arcense testó su 'Rayuela' en el Teatro del Títere, antes de su estreno en el Festival de Jerez el próximo marzo de 2020

El bailaor y coreógrafo Marco Flores, en un momento de 'Rayuela' en el Teatro del Títere La Tía Norica.

El bailaor y coreógrafo Marco Flores, en un momento de 'Rayuela' en el Teatro del Títere La Tía Norica. / Fito Carreto

En el equilibrio exquisito de Rayuela, en las elevaciones que separan un salto de otro salto de una carrera profesional tan dispar como coherente, conviven en perfecta armonía todas las facetas de un poliédrico Marco Flores. Y quizás es el baile, el baile por derecho y auténtico del artista de Arcos de la Frontera, la arteria principal que conecta, da vida y sentido a todas sus caras, la de bailaor y bailarín de danza española, la de intérprete y coreógrafo, la de vanguardista y clásico, la de bailaor profundo y de palo serio y la de bailaor extrovertido , y hasta picante, por fiestas... Porque es su baile, su baile flamenco sin paliativos, el que dibuja los márgenes de esta Rayuela que tendrá su estreno absoluto en la próxima edición del Festival de Jerez pero que este martes los gaditanos pudieron disfrutar en su preestreno en el Teatro del Títere La Tía Norica.

Una noche en la que el arcense se rodeó del cariño y la aprobación de un público entregado a una propuesta en la que el creador juega entre las formas sobrias y el contenido profundamente atractivo. No en vano, con Rayuela, que cuenta con la dramaturgia y la dirección de Francisco López, Flores echa la vista atrás para hacer una especie de balance de su carrera que cumple un hito en 2020, diez años de su compañía propia. Y lo hace mostrándose en la desnudez de la honestidad, exhibiendo sus fortalezas pero también sus miedos tales como la inseguridad, la culpa o las ansias no siempre satisfechas que acechan a todo creativo.

Todo ello, claro está, bailando. Con su baile innegablemente de raíz, cautivador, elegante, tan influenciado en brazos y giros por la danza española pero tan arraigado al jondo en actitud, compás, en expresión facial, en ese duende que conjura con cada quiebro de cadera... Porque, y a estas alturas no descubrimos nada, es un verdadero placer ver a Marco Flores bailar.

Rayuela no es una excepción y, menos aún, si el artista está completado (más que acompañado) por la guitarra de Alfredo Lagos y por el cante de David Lagos, dos desdoblamientos más de la personalidad del personaje central, el propio Flores, que a veces se disocian, en lucha de contrarios, o que a veces se funden creando un todo y que, eso sí, nunca decaen cosiendo cada transición entre secuencias con recursos sencillos y efectivos que van de menos a más.

Así, la propuesta comienza en un tono introspectivo, con la búsqueda del personaje entre primitivos fandangos folclóricos y seguiriyas que conducen hasta la jabera pasando por la rondeña y la malagueña de Chacón, aplaudidísima por el respetable que, pronto también será testigo del tránsito de los tres artistas por otra senda dolorosa representada en el cabal y el martinete pero que va viendo la luz a través de la serrana y la liviana. Marco va saltando entre las casillas de la rayuela más oscuras hasta encontrar la salida y la voluntad de seguir adelante acompañado siempre por el eco magnífico de David, por la sonanta brillante de Alfredo.

De las expresiones duras, Flores pasa a la explosión de alegría, sus saltos se ensanchan, sus brazos se abren, y el público se contagia de la dicha. Los oles y el batir de palmas no se reprimen en la culminación de escenas como la de la saeta, donde el bailaor termina rendido sobre el cuerpo del cantaor, o en los guiños tanto locales como al origen del flamenco con la reproducción de romances tradicionales como el de La molinera y el corregidor o la jota del Niño de Medina que el trío de artistas se encargan de reinterpretar y de llevar a la actualidad con tino y gracia. 

Y se abre paso el baile por romeras y rosas, y brilla el compás de raíz de Flores con el gusto interpretativo de los Lagos, y se baila, y se canta, y se toca por cantiñas, y no sé por qué, nos sentimos aliviados, felices de que haya cesado la oscuridad y veamos al artista luminoso que, finalmente, y en un tercer cambio de vestuario aparece desinhibido para bañarse en las aguas de ida y vuelta. Tan sinuoso en la vidalita y en la milonga, tan provocador por rumbas, con su pañuelo encarnado y el sombrero de ala con el que juega, ofreciendo un cierre en el que ya todo el Títere se ha levantado para arroparlo a él, y a Alfredo, y a David Lagos. En equilibrio, en armonía, de nuevo en la casilla de salida y deseoso de recorrer, otra vez, esta Rayuela.

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