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historia

León el Africano, la unión de dos mundos

  • De musulmán exiliado a protegido de un Papa, abrió las puertas de África a Occidente

  • Las crónicas de sus viajes se convirtieron en la piedra angular de muchos aventureros

El siglo XVI fue un periodo un tanto tumultuoso para el panorama europeo. En un extremo de Europa un par de reyes se afanaban en afianzar el poder de la monarquía sobre la península más próxima al continente africano. En el otro punto del mapa, las ambiciones otomanas comenzaban a tomar forma a través de la creación de una nueva superpotencia bélica bajo la bandera de la media luna, alcanzando su cénit con la caída de la última capital del Imperio Romano. Y en medio de los ideales de estos dos mundos nació Hasan ben Muhammad al-Wazzan al-Fazi al-Garnati, un joven granadino más conocido por el sobrenombre que le otorgó el papa León X: León, el Africano. Durante siglos, sus diarios de viajes plasmados en Descripción de África se han convertido en el libro de cabecera para exploradores de todo el mundo que quisieron internarse en este continente.

Aventurero, cortesano, embajador y recaudador, entre otras muchas facetas, León fue uno de los primeros europeos en recorrer las grandes ciudades de África. Auténticos focos comerciales como Tombuctú (en la actual Mali) que nada tenían que envidiarle al puerto de Venecia. Su gran ingenio le valió la estima de los hombres más poderosos a ambos lados del globo, lo que lo convirtió más que en apátrida, en un hombre de múltiples raíces. Cosmopolita e ilustrado, vivió una vida intensa que le llevó a pasar de esclavo a protegido del mismísimo Papa.

Nacido a finales de la Guerra de Granada, el rápido deterioro de las relaciones con los cristianos hicieron que su familia, como muchas otras, emigraran al otro lado del mar. Un mar -el Mediterráneo- que se parecía más a una olla a presión que a un destino turístico. Galeras sicilianas causaban estragos en las poblaciones costeras islámicas, mientras que los corsarios berberiscos dirigidos por los hermanos Barbarroja hacían lo propio en los enclaves cristianos.

Sin embargo, su familia contaba con cierta holgura económica que le permitió estudiar en la Universidad de Fez y a la edad de 16 años emprender la primera de sus expediciones acompañando a su tío, emisario del sultán. Su labia e ingenio le valieron las alabanzas del señor de Dara, quien lo recompensó a él y a su séquito con una pequeña fortuna. Se iniciaba así el camino que lo convertiría en uno de los exploradores más célebres del continente africano. Después de acabar sus estudios marchó a Estambul, pasó a convertirse en emisario del sultán de Fez. Se podría pensar que no era mala vida para un joven del siglo XVI, a no ser que uno tenga en cuenta que esto le obligó a participar en distintas escaramuzas -como la de Arzila- para rescatar varias ciudades del control portugués. Sus misiones de cortesano le llevaron hasta distintas poblaciones de África como Tafza, Magram, Siyilmasa, Hea y Sus.

Pero sus diarios son más que meras reflexiones sobre los habitantes que encontraban a su paso. Sus coloridas descripciones dan testimonio de un África vibrante, repleta de vida salvaje. En Monte Verde se deleita con el azul de sus lagos y la riqueza de la fauna; mientras que de Magreb habla de las manadas de leones capaces de atacar a un destacamento de hasta doscientos jinetes.

Sus viajes le condujeron hasta Constantinopla y Egipto. Allí se dejó seducir por la incipiente vitalidad de la ciudad del Cairo, una pequeña urbe en pleno crecimiento. En su trayecto a casa fue capturado por corsarios sicilianos que lo ofrecieron como regalo al papa. Así fue como Hassan llegó hasta Roma y el papa León X decidió bautizarlo con su propio nombre. El Medici lo tomó en gran estima por su ingenio y locuacidad, convirtiéndolo en su protegido. Gracias a él, el aventurero aprenderá los principios de la religión cristiana y recorrerá las ciudades más importantes de Italia.

León se convirtió en una figura humanista de grandes contrastes. Por un lado, intentó acercar la cultura y creencias musulmanas a la cristiana a través de una serie de paralelismos, pero, dado el creciente nivel de hostilidad desencadenado por el auge del poder del Imperio Otomano, también mostró su reprobación a algunas de las costumbres utilizadas por ellos.

Una de las claves para entender su ansia de conocimiento deriva de las costumbres nómadas de los árabes, que durante el siglo IX y XII se convirtieron en los principales geógrafos del mundo, tradición que mantendrán a lo largo de los siglos como muestra el famoso fragmento de América del almirante Piri Reis. Sin embargo, la mayoría de los exploradores sólo se centraban en los aspectos técnicos del viaje, ya que la información de estas misiones de exploración solían tener un carácter comercial o militar. Hasan no sólo supo cómo reformularlo todo para ofrecer una visión globalizada del continente, sino que realizó una excelente aproximación entre los elementos de la tradición cartográfica europea y la musulmana. Sus diarios están llenos de anécdotas y costumbres que a los europeos de aquella época sorprendían y escandalizaban.

Al igual que un intrépido comerciante veneciano sedujera con las historias de sus viajes a medio mundo doscientos años antes, las crónicas plasmadas por este erudito granadino volvieron a cautivar la imaginación de toda Europa durante siglos.

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