Fórmula V vs. Diablos

El verano español de finales de los 60 y de principios de los 70 no se entendía sin las canciones del verano. Ninguna fue tan reñida como la mantenida por Fórmula V y Los Diablos en 1972

Pedro Ingelmo

14 de julio 2011 - 01:00

CUANDO en las vacaciones de 1972 en una Rota sin paseo marítimo y poblada de lecheras blancas con policías militares negros que sacaban a golpe de porras a los marines borrachos de los prostíbulos, mi primo Quino el Corsario se decantaba abiertamente por Vacaciones de verano, de Fórmula V, y yo discrepaba fieramente a favor de Oh oh oh July, de Los Diablos. Difícilmente podría saber hoy los argumentos musicales que nos llevaban, con siete añitos, a razonar nuestras preferencias y desconozco por qué se me ha quedado grabado ese debate sobre si tal o si cual en las mañanas playeras a la sombra de la caseta de la tía Toñi. Pero ambas canciones quedan muy marcadas en ese paisaje setentero en el que la Forestal era un territorio mágicamente perverso y tras los muros de una ciudad extraña, de un mestizaje raro marcado por el recuerdo de los grandes tarros de mayonesa, figurábamos sucesos sórdidos que contábamos a terceros con el documentalismo de únicos testigos. Y, de fondo, de banda sonora, "atrás se queda el invierno, la primavera es mejor, pronto en verano estaremos, tú y yo sentiremos los rayos del sol. Vacaciones de verano para mí, caminando por la arena junto a ti..." o "oh oh july te quiero contar, tú has sido y siempre serás el principio de mi nueva vida, el final de mi soledad..."

Ahora sé cosas que antes no sabía. Sé que Fórmula V era un grupo mimado por la crítica, formado por chicos bien del insituto madrileño Cardenal Cisneros, situado cerca de los jardines de Sabatini, junto al Palacio Real. Allí estudié años después el COU y Fórmula V todavía formaban parte entre los profesores más antiguos de las celebridades de la institución. Por su parte, Los Diablos era un grupo salido de Hospitalet de Llobregat, del cinturón xarnego de Barcelona. Desde sus inicios fueron vapuleados en las revistas de música por ser una formación pachanguera que no traía nada nuevo al panorama de la música moderna española.

Ahora también sé que en 1972 ambos grupos enfilaban el final, que esa batalla del verano del 72 sería su última batalla. Fórmula V había tenido muchos más éxitos que sus rivales catalanes, prácticamente habían convertido en un fenómeno la canción del verano con Eva María se fue con su bikini de rayas en los años en que los bikinis eran cosa rara. Pero Los Diablos, muy voluntariosos, no se habían dejado pisar el terreno y en 1970 les mojaron la oreja a los niños bien madrileños con un revolcón notable que se llamó un rayo de sol oh oh oh, me lo dio tu amor... Pero en 1972 algo estaba pasando y Quino el Corsario y yo, inventándonos ogros y brujas de la profunda América en el profundo sur, no nos estábamos enterando.

Para empezar tanto un grupo como otro eran cosas de niños. 1972, en realidad, fue el año de Cecilia, que había lanzado un single que en la cara B tenía una canción que contaba la historia de una dama dama de alta cuna, de baja cama, señora de su señor, amante de un vividor... No sólo eso: Nino Bravo había jugado en el límite con los aparentemente inocentes versos de José Luis Armenteros y el cantante valenciano con su potente voz hacía tararear a los demás, en todos los puntos de España, aquello de "libre como el sol cuando amanece, yo soy libre como el mar... como el ave que escapó de su prisión y puede, al fin, volar... como el viento que recoge mi lamento y mi pesar, camino sin cesar detrás de la verdad y sabré lo que es, al fin, la libertad".

Nuestros hermanos mayores no se preocupaban de Fórmula V o Los Diablos, sino que empezaban a comprar discos y de la Base se habían sacado una obra fundamental, The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de David Bowie. ¡Cómo íbamos a saber nosotros que Ziggy Stardust era un extraterrestre bisexual que cantaba una canción, Starman, para embaucarnos y que creyéramos que la invasión alienígena era necesaria! Junto a aquella epifanía sideral, la emisora de la Base americana emitía canciones de otro extraño álbum que quería parecer folk y no lo era. Thick as a brick, de Jethro Tull, se estaba adueñando de las mentes de los jóvenes llamados a hacer la Transición en las calles en la misma medida que Lluis Llach y Paco Ibáñez.

Nosotros no podíamos saber eso, podíamos saber que July era principio y final o que el invierno había pasado y que la primavera era mejor, pero nada como el verano, aunque en ese verano, en las Olimpiadas, algo muy grave fuera a suceder. Ni siquiera podíamos saber que en ese país mágico que estaba detrás de las alambradas se estaba gestando un escándalo de incalculables proporciones que pasaría a la historia bajo el nombre de Watergate. Y deberíamos haber estado más pendientes, ya que el espionaje formaba parte de nuestras mentes infantiles y de nuestros juegos nocturnos. Pero qué va, no sabíamos quién era Nixon ni quiénes eran todos los hombres del presidente. Mientras nosotros, junto a la caseta de la tía Toñi, esuchábamos en la radio las canciones del verano, Woodward y Bernstein estaban en la redacción del Washington Post escuchando a garganta profunda.

Me meto en la página web de Fórmula V, que está muy actualizada. Allí informan que ahora hacen bolos en conjunto con la gente de Los Diablos. Comulgan en un mismo pasado en el que ellos jugaron un papel de animadores. Pero, bien vistas, sus canciones no eran tan malas. Ahora todo el mundo vincula la transición con el Cuéntame, una canción de Fórmula V muy anterior, gracias a esa serie ñoña de tanto éxito. De aquella batalla, para la conciencia popular, no hay color sobre el resultado. La ganó por goleada Fórmula V porque tenía La fiesta de Blas y Cenicienta, que se marchó sin dar ocasión de hablarle de amor.

De Los Diablos apenas hay recuerdos. Se sabe que fueron un gran negocio para su productor, Tony Ronald, que creó de aquel grupillo de Hospitalet que llevaba el horrible nombre de Los Diablillos del Rock, un producto de alta rentabilidad. Es bonito pinchar a ambos en el youtube y ver los modos de moverse de Agustín Ramírez, el cantante de Los Diablos, un poco más macarrilla que su competidor, Francisco Pastor, con sus pasos de baile cuidadosamente ensayados y que hacían pensar en las grandes estrellas del britpop, un poco al estilo del Paul Jones, de Manfred Mann.

No he vuelto a hablar con Quino el Corsario de aquel verano y deberíamos volver a hacerlo, más que nada porque ha tenido que pasar mucho tiempo para descubrir que todo ese otro mundo que nosotros inventábamos bajo la felicidad de las canciones del verano, todo ese mundo oscuro de nuestra imaginación, el tiempo ha demostrado que era rigurosamente cierto. No, el verano del 72 no fue un verano inocente.

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