Tribuna de arte

Eugène Delacroix en Cádiz

  • En estos días se cumplen 188 años de la estancia del pintor francés en la ciudad, a la que llegó en un barco que tuvo que permanecer anclado en la Bahía por una cuarentena

Acuarela de la plaza de San Francisco pintada por Delacroix.

Acuarela de la plaza de San Francisco pintada por Delacroix.

El 9 de mayo de 1832 era miércoles. La corbeta francesa La Perle partía del puerto de Tánger. Pocas horas más tarde llegaban a la Bahía de Cádiz. El capitán Juglás recibe la orden de las autoridades sanitarias gaditanas de permanecer en cuarentena. Una epidemia en el norte de África hacía recomendable la medida. Anclados a cuatro millas de Cádiz, cerca de El Puerto de Santa María, los integrantes de una delegación enviada por el rey Luis Felipe de Orleans a Marruecos quedaban pendientes del final del confinamiento. Entre sus pasajeros, el pintor Eugène Delacroix que un año antes había logrado un amplio reconocimiento por su Libertad guiando al pueblo.

Tan aburrida espera fue aprovechada por el pintor para desde la cubierta dibujar varias vistas de Cádiz. La primera el viernes 11, a cuatro millas, describiendo hábilmente con sus lápices el espacio que va desde el faro hasta el puerto. La muralla quedaba desbordada por el caserío gaditano destacando algunas cúpulas y, especialmente, los numerosos miradores que coronaban en forma de torres los edificios. Una humeante chimenea nos describía la fábrica de hilados del Balón, una de las primeras máquinas de vapor de España.

Algunos días más tarde, La Perle recibió la orden de acercarse al puerto y el martes 15 de mayo, desde la rada, otro dibujo nos ofrece una nueva perspectiva desde el norte de la ciudad. Barcos anclados antes de delinear el perfil de la ciudad que todavía no contaba con la cubierta superior de la aún inconclusa Catedral nueva.

El jueves 17 la expedición desembarca y comienza una desenfrenada producción de imágenes que el pintor galo recoge tanto en su ‘Álbum’ o cuaderno de viaje como en otras acuarelas y dibujos que mantuvo celosamente en su casa-taller parisina hasta su muerte en 1863. La inmensa luz tamizada del mayo gaditano y una arquitectura elegante, adaptada a un reducido espacio territorial, provocaron en las retinas de Delacroix una sorpresa constante que trasladó a sus pequeñas composiciones. Desde una ventana de la Posada Inglesa de la calle San Francisco, donde descansó la comitiva, encontró un cielo celeste que servía de telón fantástico a unas torres o “almenas” como él mismo las definía. Vigías de la mar que ofrecían la posibilidad de contemplar los vientos y las tormentas pero también la bella calma de la naturaleza. Desde allí, oteando el horizonte atlántico sus habitantes además lograban conocer un amplio flujo de mercancías, ideas y especialmente de viajeros.

Ayudado del joven vicecónsul de Francia en Cádiz, el acuarelista Leoncé Angrand, recorre los conventos gaditanos. Pinta dos estancias de San Francisco, contempla los azulejos de San Agustín, se maravilla con “las mejillas perfectamente pintadas y los ojos celestiales” de la Inmaculada de Murillo en Capuchinos, y aboceta otras dos dependencias del Convento de los Dominicos donde sorprende al “monje que fumaba en la sacristía”. El boceto de esta dependencia es aprovechado para realizar seis años más tarde un encargo del noble ruso Demidoff en un óleo que describe el paso de Cristóbal Colón por el Monasterio de la Rábida.

El domingo 20 de mayo partía hacia Sevilla para continuar su única visita a España. A pesar de que entre ambas ciudades solo pasó quinces días, el pintor escribió pocos días después a su amigo Pierret: “En este escaso tiempo, he vivido veinte veces más que en varios meses en París”.

La producción gaditana fue celosamente guardada en su taller parisino hasta su muerte, acaecida a finales de 1863, pero pocos meses más tarde su familia la dispersó en lotes para obtener un mayor beneficio en las subastas. Además, encargaron un apresurado catálogo que provocó errores de ubicación que situó alguna de estos cuadros en Sevilla, Tánger e incluso en la no visitada Córdoba. Varios museos franceses y algunas colecciones privadas son en la actualidad los propietarios de estas pequeñas composiciones que algún día deberían volver a coincidir en una exposición en la ciudad que embrujó al pintor romántico por excelencia.

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