Seis sentencias para seis hermanos
Tribunales
Tras pisar la cárcel, los hijos varones de Ruiz-Mateos regresarán a ella por la estafa de su padre en Nueva Rumasa

(En la cárcel de Navalcarnero eran conocidos por el resto de los presos como los ‘abejorros’. Los seis hermanos siempre iban juntos al comedor, al patio, a la capilla, con Zoilo, el mayor, a la cabeza... también a las tres celdas contiguas que les fueron asignadas. Todos menos uno legionarios de Cristo, se mostraban exquisitamente educados, pero nunca se mezclaban con la población carcelaria. Hace un año salieron de prisión con la condicional, tras su condena por haber comprado hoteles en Mallorca con hoteles hipotecados. Los ‘abjejorros’ volvieron a ser condenados el pasado 30 de mayo por estafar hace tres lustros más de 300 millones de euros a 4.000 inversores. ¿Su defensa? “Hacíamos lo que ordenaba mi padre”. Si el Supremo no lo impide, los seis tendrán que volver a prisión).
Pérez Galdós incluyó en uno de sus episodios nacionales una historia que fue la comidilla del Madrid de los años 70 del XIX. Su protagonista era Baldomera Larra, la hija pequeña de Mariano José de Larra, alias ‘La Patillas’, la inventora de la estafa piramidal y responsable del refrán español de “ofrecer duros a cuatro pesetas”. Montó un negocio por el cual un impositor le entregaba una cantidad de dinero y, al mes, regresaba y Baldomera le daba los reales que le hubiera entregado más un 30% de su valor. Este beneficio se conseguía con el flujo de nuevos impositores y dinero más fresco.”Más simple que el huevo de Colón”, en palabras de ‘La Patillas’. La pirámide se derrumba en el momento en que hay tantos impositores que por mucho que lleguen más ya no pueden cubrir tan desmesurados beneficios. A Baldomera el éxito, por el que llegó a alcanzar unas imposiciones de veinte millones de reales, le duró dos años antes de salir pitando y fugarse a Suiza, inaugurando una costumbre muy española.
Un disfraz a la basura
El día en el que el mayor empresario español de finales de los años 70 y el más famoso prófugo y bufón de los años 80, José María Ruiz-Mateos, recompró en 1994 la bodega Garvey, tiró su disfraz de supermán a la basura: “Yo no estoy loco, ya no necesito a Supermán. Rumasa ha regresado”. Rumasa nada menos, aquel holding de empresas de todo tipo para el que trabajaron 60.000 españoles y que fue expropiado en la primera medida económica de calado del PSOEde Felipe González. Desde entonces, Ruiz-Mateos fue para González la misma mosca cojonera que Víctor de Aldama para Pedro Sánchez.
Era difícil creer que el imperio pudiera volver a levantarse sobre ese paisaje de botas de vino despanzurradas. “Mira cómo han dejado la bodega esos cerveceros alemanes. A quién se le ocurre, vender una bodega de Jerez a unos fabricantes de cerveza”, se lamentaba haciendo referencia a United Dutch, la firma alemana que había adquirido Garvey en la reprivatización por un precio testimonial. “Has comprado una ruina, José María”, le dijeron.

En 1996 él necesitaba venganza y que la abeja reina volviera a criar. Podía hacerlo, pero no podía autofinanciarse con sus bancos como había hecho en sus años dorados. No tenía bancos ni le iban a dejar comprarlos. Pero la misma banca que había contribuido a hundirle a principios de los 80 le recibió con los brazos abiertos. Además, ya gobernaba José María Aznar, que no le iba a pagar por las empresas expropiadas, pero estaba dispuesto a no entorpecer sus nuevos negocios, de los que los bombones Trapa y los flanes Dhul fueron, antes que Garvey, las primeras adquisiciones. Por lo demás, el sistema era el mismo que había llevado al colapso de la vieja Rumasa. El flujo de dinero corría entre las empresas en una contabilidad opaca que hacia circular colesterol financiero del malo por las arterias de la nueva colmena.
La marca blanca
Ruiz-Mateos no molestaba a la nueva oligarquía empresarial, dedicada en cuerpo y alma al ladrillo. Él se iba a buscar un hueco en la alimentación. Su política de precios bajos, la que siempre había tenido y que había hundido el mercado del jerez, ejerció de reclamo con las grandes cadenas de distribución y las estanterías de los supermercados se llenaron de líneas blancas abastecidas por Nueva Rumasa. Fueron pocos años, pero la abeja parecía recobrar el esplendor. La abeja reina ya no se encontraba en la planta 23 de las Torres de Jerez, en la plaza de Colón de Madrid, pero no andaba muy lejos, sólo a cuatro kilómetros, al final del Paseo de la Castellana. Dirigía su nuevo imperio, ahora con la ayuda de sus seis hijos varones en la gestión -las siete hijas no, “los negocios no se hicieron para las mujeres”, decía-, desde una planta entera del hotel Cuzco. Ya no se disfrazaba, ya no salía en televisión. A la Nueva Rumasa había vuelto el antiguo Ruiz-Mateos.
Todo se torció en 2008. En principio a él no le tenía que afectar. No tenía bancos, no tenía ladrillos, no tenía aseguradoras. Tenía flanes, tenía bombones, tenía foiegrás, tenía tomate frito. No había motivo para que los bancos cerraran el grifo. Pero los bancos se encontraban en estado de shock y con política de riesgo cero. Contando con que el negocio de un banco es el riesgo, riesgo cero era sinónimo de financiación cero.
Nueva Rumasa era un holding con muy poco músculo, sus márgenes de beneficio eran estrechos por sus competitivos precios y la tesorería hacía equilibrios en el alambre. Entonces Ruiz-Mateos decidió poner en marcha una idea desesperada tan vieja como la de ‘la Patillas’. La fórmula Ruiz-Mateos fue emitir unos pagarés por los cuales el inversor entregaba el dinero a una empresa de Nueva Rumasa -la primera fue una fábrica de huevos de Valladolid, Hibramer- y obtenía unos beneficios al año de un 10%, con posibilidad, por supuesto, de reinversión. Como las empresas de alimentación no estaban afectadas por la crisis, se decía que era un refugio magnífico para los pequeños ahorradores.
La Comisión Nacional del Mercado de Valores advirtió a los impositores que aquellos pagarés no tenían supervisión alguna, pero una legión de devotos seguidores, muchos jerezanos, muchos ex empleados, muchos ex votantes de aquella aventura política que le llevó al europarlamento, estaba segura de que Ruiz-Mateos nunca les fallaría. Cuando tras tres emisiones de pagarés los inversores reclamaron sus beneficios,Nueva Rumasa no tenía ni para pagar los salarios a sus empleados.
Los correos entre los seis hermanos en aquellos tiempos son puro pánico, pero también una muestra de hasta qué punto habían vivido en su propia burbuja. El imperio de su padre se les caía encima, no tenían para pagar ni la luz ni el teléfono, las empresas estaban intervenidas, se había colapsado por falta de circulante la fabricación de envases para los flanes, el cartón para los bombones... y Zoilo pedía a su hermano Javier a ver si era posible que se le consiguiese una nómina de 15.000 euros al mes en alguna empresa, por ejemplo Cacaolat, porque no tenía ni para pagar al jardinero. Javier contesta que “eso es un huevo, 25.000 brutos. De todas formas, se pone y a ver qué pasa”. Al tiempo, el mismo Javier envía otro correo a su hermano más cercano, Alfonso, encargado de la división bodeguera, en el que dice: “Creo que simplemente todo es una mierda (…) hemos llegado al límite”. Incluso Pablo advierte, sin éxito, a su padre: “Querido padre... no considero prudente seguir emitiendo pagarés”.
Los últimos años de Ruiz-Mateos fueron duros. Con más de ochenta años ya sabía que su imperio se había hundido y ahora irremisiblemente. Su última declaración pública fue en su chalé de Somosaguas, poco antes de que le fuera embargado, rodeado de su mujer y todos sus hijos. “Si no devolvemos hasta el último euro a nuestros inversores, me pego un tiro en la cabeza... si es que la fe que profeso me lo permitiera”.
Ruiz-Mateos ni devolvió el dinero ni se pegó un tiro. Su mujer y él se fueron a vivir al chalé de uno de sus hijos a Aravaca. Él vivía en un piso superior y ella en el de abajo. Por entonces ya apenas se hablaban. “Están deseando que se muera. Pesa poco más de 40 kilos; era más alto que yo y ni me llega al hombro. No se vale físicamente, ya no coge el teléfono y solo las hijas de Begoña van a ver al abuelo. Ningún otro de sus nietos”, decía Joaquín Yvancos, su abogado, pocas semanas antes del desenlace. Porque de los trece hijos Begoña fue la única que siguió confiando en su padre y señalaba a sus hermanos como los culpables del derrumbe, al punto de querellarse contra ellos. Su marido, Antonio Biondini, había invertido todos sus ahorros en el holding.

Murió Ruiz-Mateos en 2015 despreciado por todos aquellos que se habían sentido estafados, algunos de ellos colaboradores suyos muy cercanos. A su funeral no acudieron ni doscientas personas y el único detalle hacia el personaje fue vestir a la Virgen del Rosario, que él veneraba, de negro. En 2017 el cuerpo de Ruiz-Mateos fue exhumado para tomar unas pruebas de ADN que dieron la razón a Adela Montes de Oca, la norteamericana que había reclamado que Ruiz-Mateos era su padre. Esperaba cobrar su parte de la herencia. Cuando se supo que lo único que había de herencia eran deudas no se volvió a saber más de ella.
Por su parte, su mujer, Teresa Rivero, supernumeraria del Opus y de ascendencia vinatera, que había puesto nombre a un estadio en Vallecas y a una Fundación, nunca supo nada de lo que pasaba en el equipo que presidía, el Rayo, ni a dónde iba el dinero de su institución benéfica porque, como ella declaró, “yo estaba en la cocina”. Y debía ser cierto. Su trabajo fue tener hijos, seis varones y siete hembras, preparar paella y tortilla de patatas los domingos y acudir diariamente a misa. Un día se enteró de que estaba completamente arruinada. Fue desalojada de su casa de Somosaguas, el servicio fue despedido y se trasladó a un chalé en Aravaca con un hombre del que no se separó porque su religión se lo impedía. Tras morir su marido, se refugió en Jerez para vivir con su hija Paloma, la que le tiró una tarta a Isabel Preysler. En 2020 resumió la situación de la familia en sus últimas declaraciones conocidas: “Estoy en la ruina y mis hijos están en la cárcel, pero son muy buenos niños”. Este año cumplirá 90.
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