El inevitable final de los Ruiz-Mateos
El escándalo de Nueva Rumasa cava su fosa Ni el patriarca ni sus hijos se responsabilizan de la gestión


Durante años, José María Ruiz-Mateos se desenvolvía con soltura entre los pasillos y salas del hotel Cuzco. De vez en cuando, atendía a invitados en los despachos. El resto del día, ahí, como clavado. Todos pensaban que era el director. Pero ni era el director del hotel ni andaba por allí por gusto: Como una hormiga, silenciosa, la familia Ruiz-Mateos gestaba desde aquellos ventanales lo que luego todos conocerían como la 'Nueva Rumasa'.
Muchos años después, ese astuto e incansable profesor mercantil da vueltas y revueltas en solitario, con dificultad, entre los 6.000 metros cuadrados de la descuidada finca familiar de Somosaguas. Este hombre no tiene nada de ese otro que se movía ágilmente y con seguridad por el Cuzco. Continúa enfermo de Párkinson y su salud es delicada. No sólo eso, que podría evitarle su vuelta a prisión. Tampoco, curiosamente, tiene patrimonio alguno a su nombre. Por tanto, es la víc tima perfecta en donde centrar todas las responsabilidades. Pero entre la cara del dinámico empresario y la que ahora enseña encanecido, forzada por la estética, ha pasado de todo: un nuevo escándalo financiero, el engaño constante, la caída y destrucción de empleo de compañías emblemáticas, la división de una familia y el odio entre hermanos. Hoy se cumplen treinta años del 23 de febrero de 1983. Ninguna celebración podría ser más amarga. Entre otras cosas, porque nada hay que celebrar.
Con ayuda de su primogénito Zoilo, Ruiz-Mateos comenzó a construir la Nueva Rumasa. Había algo claro: no entrarían en negocios de la banca -de la que habían salidobien escaldados- ni de aseguradoras. Como en sus mejores tiempos, durante unos veinte años se lanza entonces a una alocada carrera de compras de empresas, muchas a coste cero, que sirven para ampliar el activo total de su nuevo imperio: el equipo del Rayo Vallecano, bombones Trapa o Garvey. Caerán también Dhul, hoteles en Marbella, Apis, Fruco o Clesa, la sociedad adquirida a Parmalat y 'estrella' del nuevo Grupo, que ve abiertas las puertas de los bancos gracias a las operaciones que realiza con grandes corporaciones.
Este ya no es el Ruiz-Mateos de los disfraces y los escándalos: Este Ruiz-Mateos vuelve a su despacho en el que cada mañana se sienta en su mesa bajo la mirada de José María Escrivá de Balaguer y entre los rostros de sus mujeres.
El patriarca mantenía su permanente sonrisa, la de su padre, ex alcalde Rota, de quien decían que uno no acertaba a saber si lo hacía por lo que oía o bien por su natural carácter afable. Pero las circunstancias jugaron contra él y los suyos. En 2010, con el país ya tocado, la crisis financiera que siguió a la inmobiliaria devoró los cimientos de un grupo que se creía posicionado en sectores que no zarandearía la crisis. Comenzó entonces el perverso dominó de Nueva Rumasa. Con cada ficha se desploman las demás. Aquellos que creyeron en la 'marca Ruiz-Mateos' se frotan los ojos. Nueva Rumasa estaba abocada al concurso de acreedores. Los proveedores no reciben sus pagos, tampoco sus 9.000 empleados de las más de 150 empresas cobran las nóminas y los recelos de los inversores comienzan a estallar.
Un año antes, Nueva Rumasa había realizado una maniobra que cambiaría la percepción sobre la compañía: un aluvión publicitario en prensa y televisión ampara el lanzamiento, por Carcesa, una de las firmas compradas a Kraft, de una emisión de pagarés con un mínimo de 50.000 euros por inversor a un porcentaje del 8%. La operación fue todo un éxito. Los inversores cobraron sus intereses, si bien algunos decidieron canjearlos por acciones de la sociedad. La confianza era ciega. En el negocio, la confianza es, puramente, una estrategia, una forma de conseguir dinero a corto plazo.
Una segunda emisión tampoco deparó susto alguno. Cuando la familia lanzó una tercera emisión -que finalmente fracasó- con intereses de hasta el 10% mientras la banca no ofrecía entonces dividendos de más del 3%, la Fiscalía Anticorrupción ya les seguía los pasos.
El 17 de febrero de 2011, Ruiz-Mateos se rodea de periodistas flanqueados por sus hijos y colaboradores más cercanos. Augura devolver todos los depósitos a los inversores. Fue entonces cuando pronunció aquello de que "si no devolvemos hasta el último euro a nuestros inversores, me pego el tiro en la cabeza... si es que la fe que profeso me lo permitiera".
En la cuna del primer imperio, todo fue conmoción. Pero Jerez es otra cosa. En Jerez se calla porque puede insultarse. Y en la mente de la mayoría se nos agolpan nombres y situaciones: antiguos trabajadores de bodegas en la más absoluta ruina; confiadas familias humildes que apostaron por una simple ilusión, notabilísimos apellidos de la ciudad vendiendo plata y alhajas, empleados, empresarios íntimos y miembros muy, pero que muy cercanos a la familia arrastrando deudas, una mujer que se suicida en Sanlúcar tras conocer que su pequeña fortuna se ha volatilizado...
Cuando hacía el depósito, el inversor lo hacía basado solamente en la palabra y confianza de los Ruiz-Mateos: se destinaría a la compra de nuevas sociedades, algo que no encaja en un momento de contracción, nunca de ampliación. De ese riesgo advirtió la Comisión del Mercado de Valores (CNMV) en siete ocasiones. Pero, ¿quién habría dudado en Jerez de la palabra de ese iluminado que tanto hizo por la ciudad?
Nueva Rumasa gozaba del respeto de Emilio Botín, que ayudó a construir su nuevo imperio. Pero cuando la situación se torcía, el Santander cerró el grifo. Desde 2006, hay un intercambio constante de cartas en las que la familia elogia al banquero, promete dedicarle misas o, incluso, le remite con orgullo el análisis sicológico de su brillante hijo Zoilo. Botín no cedió y, como pasó con Luis Valls, el malo era ahora el banquero. La familia Ruiz-Mateos aprovechaba el anuncio de que sus empresas Clesa y Dhul tendrían que presentarse a concurso de acreedores para señalar a su nuevo enemigo público. Sin embargo, las cartas que presentaron para intentar justificar sus críticas hacia el Banco Santander se pueden volver contra ellos.
Hay infinidad de cartas filtradas por la propia familia, pero entre todas sobresale una, manuscrista, en la que el marqués de Olivara suplica al banquero: "No nos dejes caer.... Sería horrible...". U otra, mecanografiada, en la que escribe: "Los tiempos no están para invertir, sino para recoger. A veces, es mejor aparentar de cara a sostener un clima de confianza y seguridad ante nuestros proveedores y clientes". Y lo hacía mientras animaba al personal a adquirir los pagarés. Las cartas evidencian que todo el sistema financiero es un fraude piramidal. ¿Son esas cartas las pruebas de un engaño?
Bien, ¿y el dinero? ¡Uff! Eso lo saben pocos. Las autoridades monetarias rastrean su destino en un maremagnum de sociedades interpuestas, empresas fantasmas y administradores en paraísos fiscales, una tela de araña difícil de desenmarañar.
Entretanto actúa la justicia, Ruiz-Mateos pasea por su mansión de Somosaguas. Quizás, ajeno al escándalo financiero, las cuitas con los jueces, las decenas de imputados y los problemas de familia. Su cara es cansada. El hombre que en 1978 era el más rico de España, parece rendirse ahí, solo y sin imperio.
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