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las claves

La hora de los Príncipes

  • Protagonismo La convalecencia del Rey coloca en el primer plano a don Felipe y a doña Letizia en plena crisis de imagen de la Familia Real

SU grado es teniente coronel, pero pasará revista a las tropas y le rendirán honores generales y almirantes. Representa al Rey, su padre, lo que significa que los generales y almirantes que le saludarán como a un superior lo hacen teniendo en cuenta el grado de don Juan Carlos. Don Felipe presidirá por primera vez los actos militares de la Fiesta Nacional del 12 de octubre, la ofrenda a los fallecidos y el desfile. Y después, en el Palacio Real, será el anfitrión, con la Princesa de Asturias, de la recepción, a la que acude el Gobierno en pleno, los miembros de las instituciones del Estado y unas 2.000 personas del mundo de la política, las administraciones públicas y distintos sectores económicos y sociales.

El Rey se recupera de su nueva operación de cadera con el ánimo alto y decidido a seguir escrupulosamente las instrucciones del doctor Cabanela, que dentro de dos meses regresará a Madrid para implantarle la segunda y definitiva prótesis. En este tiempo es el Príncipe quien lo representará en la mayoría de los actos, excepto en la Cumbre Iberoamericana, en la que el Monarca participará a través de un vídeo.

Coincide esta nueva etapa de protagonismo del Príncipe con problemas serios de imagen de la Familia Real, enturbiada por el caso Urdangarín, también por la aparición en escena de una ex princesa que presume de sus relaciones personales con el Rey porque le va en ello la continuidad de sus cada vez más limitados negocios internacionales, y también coincide esta etapa con un asunto que preocupa casi más que los anteriores en la Casa Real: la controversia sobre la actitud de la Princesa Letizia a la hora de asumir sus responsabilidades. Alguna fuente afirma que este último problema es el que más preocupa a don Juan Carlos, pues incide de lleno en el prestigio de la Corona en un momento en el que la izquierda más radicalizada y un porcentaje alto de jóvenes que por edad no han tenido oportunidad de conocer de primera mano qué ha supuesto la Monarquía en la España actual, abogan por la República y no desaprovechan la oportunidad de provocar algaradas y manifestaciones en contra de los miembros de la Familia Real.

La Princesa de Asturias no ha hecho esfuerzos por mostrarse cercana, todo lo contrario de lo que ocurre con el resto de la Familia Real y con el propio príncipe Felipe; además alardea de que tiene derecho a llevar una vida personal libre de compromisos y sobre la que la Casa Real no tiene por qué informar porque pertenece a su ámbito privado. Sus viajes y apariciones sin el Príncipe en actos a los que acude acompañada por su grupo de amigos ha provocado rumores sobre crisis en la pareja que no son ciertos, aunque el Príncipe es consciente de que la actitud de doña Letizia no favorece a la Corona ni a él mismo, que transmite la idea de que no puede controlar a su mujer.

Doña Letizia no oculta su rebeldía ante determinadas obligaciones protocolarias, se muestra distante con militares y diplomáticos, aparta excesivamente de la escena pública a las infantas Leonor y Sofía, sonríe lo imprescindible y ha hecho algunos comentarios que han ayudado poco a mejorar su imagen. Apenas tiene contacto con las infantas Elena y Cristina, ya no es tan fluida su relación con la Reina como en los primeros años de su matrimonio, y ha protagonizado algún desplante con el Rey, como cuando se negó este verano a quedarse al almuerzo en Marivent con el presidente del Gobierno. La princesa abandonó Mallorca sin dar explicaciones, aunque se quedaron sus hijas con el Príncipe y regresaron a Madrid al día siguiente con el Rey, que según personas que tienen con él una relación de amistad, a veces se queja de que no ve todo lo que le gustaría a sus nietas pequeñas.

Incluso quienes más defendieron a la princesa cuando se criticó al Príncipe por casarse con una periodista divorciada y que han dado incluso la cara por doña Letizia ante personas que consideraban clasistas, hoy no ocultan su preocupación por el comportamiento de una princesa que no quiere adaptarse a lo que exigen sus responsabilidades. No se trata de que no ha sido educada para ser reina, porque en Europa hay ejemplos evidentes de princesas herederas, o ya reinas, que han sabido ganarse el afecto y el respeto de unos ciudadanos que al principio las recibían con recelo, como Mette Marit de Noruega, Máxima de Holanda, Mary de Dinamarca o Clotilde de Bélgica, por no hablar de las reinas Silvia de Suecia o Sonia de Noruega, de la generación anterior. Por tanto no está ahí el problema, en su carencia de sangre azul.

En algunos círculos se afirma que el Rey no abdica porque piensa que Letizia no está preparada para ser reina y que por tanto debe cambiar de actitud porque en caso contrario pondrá en una situación inestable a una institución que para ser aceptada debe estar capitaneada por personas queridas, cercanas, que antepongan su compromiso con España a cualquier otro afán.

Sin embargo no es cierto que la decisión del Rey de mantenerse en su puesto esté relacionada con la idea que tenga don Juan Carlos de la forma de actuar de Doña Letizia, sino que nunca se ha planteado dejar la Jefatura del Estado porque se encuentra en plenas condiciones de realizar su trabajo a pesar de sus problemas de rodilla y cadera. Por otra parte confía de manera total en su hijo, con el que mantiene una relación cada vez más estrecha -hubo años en los que estaban distanciados-, comparte opiniones sobre los grandes asuntos nacionales e internacionales y lo ve perfectamente preparado para asumir las funciones que le corresponden. Ahora, como heredero con su propia agenda y que debe representar a su padre hasta que se recupere de sus operaciones, y más tarde cuando él mismo sea Rey.

Todo el mundo espera que de aquí a entonces la princesa Letizia haya comprendido que por el bien de la monarquía y de su propia familia debe modificar algunos aspectos de su comportamiento.

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