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Tribuna Libre

A mi abuelo Alfonso

Alfonso Carreto Martín Arroyo junto a Curro, uno de sus nietos.

Alfonso Carreto Martín Arroyo junto a Curro, uno de sus nietos.

Nuestro abuelo Alfonso fue un niño que con solo 13 años tuvo que hacerse un hombre. Gracias a su esfuerzo, su sacrificio y su trabajo consiguió prosperar en la vida como sólo los hombres de su época supieron hacerlo. Sin descanso, sin preguntar. Sabía lo que tenía que hacer. Embarcado en la empresa del capitán de su juventud, él como tantos lograron alcanzar la patria el pan y la justicia para todos, pero sobre todo para aquellos que por carecer de pan y de justicia no podían reconciliarse con su patria.

Quizás porque dejó muy pronto de ser un niño, siempre le acompañó la ilusión que nos transmitía cada noche de cinco de enero. Quizás por eso siempre conservó su inocencia y su corazón limpio de odios y rencores.

Nuestro abuelo era un hombre de firmes convicciones que abrazaba a las buenas personas sin preguntar de donde venían. Un señor que trataba igual al más ilustre de los invitados a una fiesta, que a al bedel que les abría las puertas. Él iba mucho más allá.

Un hombre bueno y alegre que llevaba en su corazón a su familia, a Dios y a España. Y que dedicó su vida a los tres por igual sin una sola queja.

Un hombre enamorado de nuestra abuela Olga. Ojalá encontrar a alguien a quien contemplar con esa veneración. Un matrimonio consagrado a su familia, y a vivir y a disfrutar de los regalos que les iba dejando la vida.

Nuestro abuelo nunca habló mal de nadie, siempre excusaba los errores ajenos, siempre veía la bondad en los demás. Incluso en aquellos en los que era difícil de encontrar, él la encontraba.

Como se encontraba con todos esos amigos que ya no están por los bares del Puerto, vendiendo sus vinos y escribiendo páginas de la historia de nuestro querido pueblo.

Ahora ya está junto a su Cristo de la Misericordia, acogido bajo el manto de su Piedad. Junto a sus padres y hermanos. Junto a todos esos amigos que le habrán guardado sitio para seguir celebrando la vida en el Homenaje o en las gradas del Racing.

Y quizás el gran homenaje ha sido formar una gran familia y haber podido conocer a tus bisnietos. ¡Qué gran regalo para ellos!

Nuestro abuelo poseía dos títulos inmortales: era católico y español. Y ejercía como tal allí donde iba. Con todos y entregado siempre a los demás.

Pero además tiene un tercer título: era una gran persona. Y por eso era conocido y apreciado por todo el mundo.

Nuestro abuelo Alfonso fue un patriota que no arrió nunca su bandera roja y negra. No se cambió la camisa y aguantó la soledad con la dignidad de los que conocen la verdad eterna. Pero nunca estuvo solo, puesto que con su manera de ser se ganó el respeto de todos.

Porque mi abuelo no tenía una manera de pensar. Él tenia una manera de ser. Única. Irrepetible. Y ojalá lleguemos a ser la mitad que tú, abuelo.

Latía en su pecho un delirante amor a su mujer, su familia, Dios y España. Nada podía suplirlo, nadie podía adelgazarlo. Y ahora ya está haciendo la guardia de los luceros, allí donde siempre ríe la primavera.

Cuídanos abuelo, acompáñanos, y sigue cuidando a nuestra abuela. Mientras tanto aquí seguiremos manteniendo viva la llama eterna e inmortal de los ideales que nos has transmitido. Ojalá estemos a la altura.

Desde el inmenso recuerdo, y la alegría que llenaba tu corazón, hagamos todos juntos aquel grito que nos unió en tu vida y que nos abraza en tu muerte: ¡Arriba España!

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