Crítica Teatral

Cartas desde mi Molino

Los actores Gema Matarranz y Alejandro Vera, durante la representación.

Los actores Gema Matarranz y Alejandro Vera, durante la representación. / Andrés Mora

Juan Carlos Rubio, dramaturgo y director teatral cordobés, de Montilla, es un viejo conocido en El Puerto. En 2010 pudimos ver la obra '100 m2' y en 2017, 'Muñeca de Porcelana', ambas dirigidas por él. Es un trabajador incansable, nato, le gusta hacerlo todo y todo lo hace bien.

Anoche, la compañía granadina Histrión Teatro, nos trajo al Teatro Municipal Pedro Muñoz Seca una obra escrita por él sobre las cartas personales de Federico García Lorca encontradas en el Molino familiar del poeta y aparte de hacer la dramaturgia de la obra, también la dirige con su habitual maestría.

'Lorca. La correspondencia personal' es una obra que, según Juan Carlos Rubio, trata de reivindicar a Lorca como persona, más allá del poeta y escritor. “El primer impulso, dice el director, era centrarme en el imaginario de Lorca, algo que hacía tiempo deseaba, pero por casualidad, encontré estas cartas y comprendí que eran el nexo perfecto entre su vida y su obra. Cartas a su familia, a sus amantes, a sus amigos, a Dalí, a Buñuel…. Todo lo que se escucha sobre las tablas es original de Lorca, palabra por palabra.

La base argumental es la de unos actores que llegan a un teatro y deciden representar la muerte de Lorca para lo cual efectúan un viaje al molino de Viznar, de sus abuelos, situado en el Parque Natural de la Sierra de Huétor, donde el poeta pasó gran parte de su infancia, su paraíso perdido y lugar donde estaba encerrado sin posibilidad de huir. La única forma de escapar de su destino, eran, fueron, sus recuerdos.

Lorca esperó su muerte. Se dice que el coche que le iba a buscar, pasó de largo y se fingió una avería para hacerle empujar, junto con los que lo custodiaban para aprovechar el momento y asesinarle de un tiro en la nuca, resuelto en la representación de manera soberbia. Y todo esto se ve en la función aunque no se vea. Es la magia del teatro. Un espacio escénico minimalista pero suficiente, en el que los actores, los dos García Lorca, hombre y mujer, que llegan desde el patio de butacas al escenario y lo desmontan para dejar al descubierto lo que de verdad importa, las cartas del poeta archivadas en un casillero frontal del escenario, una música adecuada a lo que vemos y una iluminación perfecta que nos indica los distintos espacios de tiempo a los que estamos asistiendo.

Es una obra que según su autor, Juan Carlos Rubio, trata de reivindicar a Lorca como persona, más allá del poeta y escritor

Gema Matarranz y Alejandro Vera avanzan por un trayecto poético, alegre y triste, como no podía ser de otra forma, tratándose de los mas íntimos pensamientos de Lorca, escritos de forma intima, sin pensar en que fueran a ser publicados, sin preocuparse del estilo, pero sin poder evitar que, como todo cuanto escribía, estuviesen impregnadas de un soplo vital y desesperado, amargo y dulce.

Son cartas enviadas a sus seres mas queridos y a sus amigos y otras recibidas de ellos, cartas que configuran el armazón de la obra y que le dan ese carácter íntimo, privado y auténtico. En una escena de gran belleza estética, los dos García Lorca lanzan por los aires todas las cartas contenidas en esos casilleros que habíamos visto cerrados y las cartas llenan el espacio escénico, como si de pétalos de rosa cayendo desde lo alto se tratase

La dramatización y puesta en escena de estas cartas, nos presentan a un Lorca en el que a veces no podemos saber si quien las escribe es un hombre o una mujer, poniendo de manifiesto esa doble vertiente de su personalidad, esa dualidad que siempre planeó sobre él y que siempre asumió y defendió y que ahora vemos materializado en el escenario en las figuras de un hombre y una mujer, ambos Federico.

Con ese material tan íntimo, Juan Carlos Rubio nos presenta sin pudor, sin querer enmascarar la realidad, sin complejos, como si de un homenaje al hombre, al poeta y a su destino trágico en su trayectoria vital y en su obra se tratase, a un Federico García Lorca, humano, real, cercano y nos invita a seguirle como si recorriésemos el interior de sus venas.

Pero, sin duda, la obra no podría sostenerse sin la labor de los dos personajes que la interpretan, Gema Matarranz y Alejandro Vera magníficamente dirigidos por Juan Carlos Rubio.

Gema Matarranz es segoviana aunque afincada en Granada. Por su parte, Alejandro Vera, actor, cantante y bailarín, nacido en Elda, es un auténtico “showman” que siempre ha destacado por su versatilidad en el escenario, capaz de adaptarse a todo tipo de personajes y aquí lo demuestra, no solo actuando, sino también cantando y bailando.

Emocionante velada la de ayer en el Teatro Pedro Muñoz Seca, de las que hacen que uno lamente no tener mas ocasiones de ver funciones de esta intensidad y belleza.

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