A raíz de este artículo en el que expliqué lo que es un fetiche sexual, me han llegado muchos mensajes de lectores interesados en el tema. ;e reconocen sus fetiches, algunos tan originales como estampas y reliquias religiosas.
El caso es que me reconocen sus fetiches y me encanta. Porque demuestra que, cada vez, normalizamos más nuestros gustos sexuales y somos capaces de explicar por qué necesitamos cierta parafernalia para que se active todo ese deseo sexual. Sin deseo no hay placer, ya lo sabemos.
Por eso, vamos a hacerlo bonito.
Marisa tiene una relación de largo recorrido. Tan largo que su esposo es el único hombre con el que ha estado. Ahora, a punto de cumplir cuarenta años ha encontrado en los camisones de tirantes lenceros su fetiche perfecto. “Siempre he usado pijama; soy friolera, pero, entonces, me regalaron un camisón de raso. Y lo estrené una noche que estábamos tiernos. Me encantó sentir el tacto, poder tener sexo con él puesto, que terminara envolviéndonos… No sé. Fue diferente”.
Marisa sigue usando su pijama de felpa cada noche y, algunas, termina, también, sin él. Pero ha convertido un camisón de raso lencero en un fetiche para esas noches en las que quiere algo diferente. Aunque sea con el mismo hombre desde hace veinte años.
“Los fetiches introducen un elemento de distorsión que los hace buenos y estimulantes en el sexo”, reconoce Almudena M. Ferrer, sexóloga experta en deseo femenino. “Cada persona debe elegir el suyo sin que influya la persona con la se comparten. Si cada uno tiene uno, ya tienen dos fetiches con los que suman más novedad a su encuentro
El fetiche de Juan tiene que ver con su devoción por cierta virgen de Sevilla. Es cofrade. Y procesiona llevándola a sus espaldas. La quiere más que a nada en esta vida, o al menos eso confiesa. Tanto que, gusta de besar su estampa y dejarla en la mesilla antes de sucumbir. “Me da tranquilidad, qué le vamos a hacer. Algunas veces se ríen porque, claro, impresiona. No soy viejo, no parezco antiguo, pero es mi Virgen del alma. La llevo siempre encima y, si triunfo, me gusta dedicárselo a ella”. No sabemos cómo llevará la Conferencia Episcopal este nuevo carácter devocional. Pero, desde aquí, aplaudimos esta erotización.
Introducir el elemento religioso es lógico. Es por la devoción. Tanto a la Vírgen que sea como al tipo de sexo con el que se consigue más placer. Juan, seguro, puede tener sexo sin hacer su ritual. Pero haciéndolo se siente más seguro, protegido, capaz. Solo por eso merece la pena.
Hay quien lleva unas piedras, unos tornillos, unos muñecos… Todo es susceptible de convertirse en un amuleto sexual con el que cobramos confianza y nos creemos los reyes del mambo. Incorporarlos es síntoma de intención por mejorar.
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