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Los que se quedan | Crítica

Vuelve el Payne de 'A propósito de Schmidt'

Dominic Sessa y Paul Giamatti, en 'Los que se quedan'.

Dominic Sessa y Paul Giamatti, en 'Los que se quedan'. / D. S.

Una de las mejores comedias dramáticas que he visto en lo que va de siglo XXI, y con un final más emocionante, es A propósito de Schmidt (2002) de Alexander Payne. El redentor llanto final de Jack Nicholson, tras comprobar cuanta vida y cuanto afecto ha desperdiciado a causa de su amargada misantropía y su desprecio hacia aquellos cuyo cariño, por estúpidos y vulgares que le parezcan o incluso sean, acaba venciéndolo. Una historia que recuerda las estupendas Un asunto de familia de Richard Pearce o Secretos y mentiras de Mike Leigh. Desde entonces este director ha rodado películas tan aclamadas por casi todos como detestadas por unos pocos entre los que me cuento –Los descendientes (2011) y Entre copas (2014)–, alguna fábula ciertamente original -Una vida a lo grande (2017)- y una obra valiosa -Nebraska (2013)- realzada por unas grandes interpretaciones de Bruce Dern, Will Forte y Stacy Keach. Con Los que se quedan regresa, afortunadamente, al tono de A propósito de Schmidt.

Si el Schmidt que interpretó Nicholson descubría el mundo de afectos que reprimía dentro de él al verse obligado a convivir con su futura familia política, especialmente con la imprevisible matriarca que interpretaba tan perfectamente como suele hacerlo Kathy Bates, el profesor protagonista de Los que se quedan (Paul Giamatti) -tan debidamente resentido y amargado como debe estarlo todo personaje en espera de redención- lo descubre, al verse obligado a pasar las vacaciones de Navidad en el campus escolar, a través de su no fácil relación con un estudiante problemático abandonado por una madre que estrena novio (Dominic Sessa) y con la cocinera (Da’Vine Joy Randolph) que ha perdido un hijo en la guerra de Vietnam (la película se desarrolla a principios de los años 70).

¿Hay un eco dickensiano o me lo parece por sugestión navideña? Si se recuerda el cuento de Navidad del estudiante pobre que se queda en el internado durante las vacaciones o a Copperfield en el colegio de Salem House, no creo que se trate de un abuso interpretativo. Tampoco creo que sea abusivo encontrar en la antipática y severa rectitud de este profesor de cultura y lenguas clásicas -quitada su afición al alcohol y su desafección por el jabón- ecos del Mr. Chips de la novela de James Hilton que interpretaron Robert Donat y Peter O’Toole. Aunque ni Dickens ni Hilton están en el origen de esta película, sino el escritor y cineasta francés Marcel Pagnol. Porque Los que se quedan es un remake de su película de 1935 Merlusse, basada en su propia novela del mismo título que a su vez se basaba en su cuento L’ infame Truc, publicado en la revista Fortunio en 1922.

El guión de David Hemingson, guionista y productor de comedias televisivas y de la vitriólica e incorrecta serie de animación Padre Made In USA, parte del núcleo de la novela y la película de Pagnol añadiendo nuevas situaciones y personajes dando lugar a un hermoso y emocionante cuento de Navidad al que los apuntes críticos, la ironía y la acidez propias de Payne dan mayor verdad humana, haciendo más creíble la historia del encuentro entre tres personajes que se desarman emocionalmente conforme se van conociendo y abriéndose a los unos a los otros.

Giamatti, como casi siempre, perfecto; el joven Sessa y la soberbia Da’Vine Joy Randolph, dos revelaciones. Hay canciones de Navidad, por supuesto. Pero como estamos en los 70 son Jingle Bells de Herb Alpert, White Christmas de The Swingles, Silent Night de The Temptations o The Most Wonderful Time of the Year de Andy Williams, que se adecuan perfectamente al laborioso tratamiento de la imagen -está rodada en celuloide- que, sin caer en manierismos retro, utiliza con eficacia dispositivos narrativos y visuales del cine de los años 70 (Payne hizo ver a su equipo películas de Hal Hashby, Peter Bogdanovich, Mike Nichols y Pakula para sumergirlos en la estética de los 70). Lo que da calidades a una historia en cuyo corazón sigue estando lo que el profesor dice en la obra de Pagnol: "Respeto nuestro reglamento y lo aplico con toda la severidad deseable. Pero también hay leyes. Por ejemplo, la ley de la Navidad que pronto cumplirá dos mil años. Y ella exige que se haga precisamente lo que he hecho".

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