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Faro | Crítica

Traumas, medusas y humedades

Hugo Silva en una imagen del filme.

Hugo Silva en una imagen del filme.

Mal están las cosas cuando una película de género tan cargada de tics y clichés necesita hasta cuatro guionistas para su desarrollo. Faro revisita el viejo asunto de la proyección del trauma y el duelo adolescente entre los paisajes costeros y cuevas de Menorca para poner a prueba la paciencia de su espectador con una rutinaria y cansina escalada de visiones que atormentan a nuestra joven protagonista (Zoé Arnau, la hemos visto en Las niñas y La casa entre los cactus) con la culpa por la muerte de su madre en aguas infectadas de medusas.

A su lado, el padre comprensivo que encarna con escasa credibilidad el siempre limitado (y este año nominado al Goya) Hugo Silva, también libra su particular duelo de viudo mientras intenta arreglar el viejo faro familiar y controlar en vano la medicación antidepresiva de su hija y las rondas peligrosas de otro adolescente de la zona que abre una nueva trama edípico-rebelde con la que terminará de entrelazarse en una escalada de violencia y tremendismo.

En su segundo largo, Ángeles Fernández (Isaac) lo fía todo a los efectos especiales y a una banda sonora sobrecargada que intentan disimular sin éxito la pobreza de los diálogos o la acumulación de lugares comunes entre paredes que supuran, cuadros que se pintan solos y pesadillescas caídas al vacío.