Laurel y rosas

Tras la memoria de Melkart y el origen de Chiclana

Antonio Mota, cañaílla de Los Gallos y, más que nunca, divino escultor, ha creado diez asombrosas recreaciones de Reshef-Melkart, el dios de Tiro y de las islas Gadeira, que ahora se exhiben en el Centro de Interpretación del Vino y la Sal. Diez estatuas que a final de mes se incorporarán vigías y alertas, protectores y magnánimos, al paisaje de Chiclana. Ellos serán, desde las alturas, desde sus peanas, desde sus más de dos metros, los que mostrarán que Chiclana es de origen fenicio. “No es fácil hablar de dioses y de hombres, sobre todo cuando esos hombres que se creían medio dioses, son, ahora lo sabemos, los que nos hicieron”, expone Juan Antonio de la Mata, al frente de la Oficina de Proyectos Urbanísticos y mentor de la ruta. “Hasta hace poco creíamos que Chiclana empezó hace setecientos años largos, y celebrábamos gozosos nuestra antigüedad –continúa–. Fue en 2006 cuando supimos que lo que celebramos, si bien importante, solo era un intermedio en nuestra historia desconocida, que llegaba al principio del primer milenio antes de Cristo, si nos empeñamos en hacer de Cristo el contador del tiempo. A mí me gusta”.

Chiclana, de origen fenicio, ese es el nombre –y el mensaje– de la ruta con la que el Ayuntamiento de Chiclana atravesará el municipio Melkart a Melkart, del mar hasta su mismo eje, de la playa hasta su origen, hasta el yacimiento del Cerro del Castillo, donde creció el asentamiento fenicio que marcó su trazado urbano. “Es un recorrido por el municipio, que empieza en el extremo más oriental de nuestra costa, junto a la torre del Puerco, desde donde se sigue viendo el mismo horizonte recortado por donde aparecerían pequeños puntos que se hicieron barcos, los hippoi, hasta volver a perderse porque allí, que se sepa, no pararon”, prosigue De la Mata, quien narra aquel origen como un relato mítico: “Desde entonces descubrimos, fue Paloma Bueno quien lo descubrió, que no se conformaron con parar y seguir, sino que algo vieron en ese mar hacia dentro de la tierra, que decidieron recorrerlo hasta, al menos, el Cerro del Castillo. No importa si fue antes de seguir mar abierto hacia lo que después fue Cádiz, o si fue una incursión dominguera desde las Gadeira, que se convirtió en un nuevo asentamiento”.

En ese cerro, hoy paradójicamente aún llamado “Barrio Nuevo”, comienza nuestra historia y es hacia a donde lleva la ruta siguiendo a cada Reshef-Melkart, a cada dios fenicio que en laminado de fibra de vidrio con resina Antonio Mota ha sacado de sus mismas entrañas, de su empeño y de su identificación con un territorio que vive y que respira. “Lo importante es que existió un recinto fortificado en el sitio conocido como Cerro del Castillo, que yo me empeño en llamar Nueva Gadeira –continúa Juan Antonio de la Mata–, como lo demuestra la existencia de unos lienzos de murallas, llamadas de casernas, que solo existen en España en Cabezo Pequeño del Estaño, Alicante, iguales a las de Tell Azor, Tell en Gev, o Queiyafa, Palestina, entre otras”. Esa ruta es por tanto el umbral que llevará al Espacio Arqueológico Nueva Gadeira, el centro de interpretación del yacimiento del Cerro del Castillo ya en construcción. Y también a la futura torre-mirador que crecerá sobre ese bocado a la historia –y al cerro– que es la cantera de la Avenida Reyes Católicos.

Estos Melkart que Antonio Mota ha recreado bajo la influencia del Reshef cananeo, adelantan esta narrativa de lo que fuimos y seguimos siendo. Lo hace muy alejado, por tanto, del Hércules romano y arrogante. El escultor camaronero lo ha erigido con un faldellín cosido con almejas y caracolas, la vejez marcada, la barba hirsuta, la tiara sobre la cabeza sembrada de cochas, una divinidad gadirita –arraigada a la Bahía y a la marisma– que mira, en un ligero giro, hacia el espectador con los ojos vacíos de la historia, los expolios y las civilizaciones que se han sucedido. Una figura llena de simbolismos ante la que somos, como ante el tiempo que transcurre, infinitamente pequeños. Y que luce policromada, con colores vivaces y veladuras de oro, como se pintaban los exvotos de aquel Melkart del templo a los pies del caño de Sancti Petri. “Antonio Aparicio Mota ha sabido como nadie gaditanizar a ese dios hasta hacerlo cuentacuentos para que no nos de miedo”, expone de la Mata. Juntos, como se ven ahora, impresionan, imponen, aturden incluso, pero a la vez transmiten debilidad, compasión, cercanía.

Como dios que es Melkart se ha multiplicado en diez para ir asomándose estos días junto a la Torre del Puerco y Torre Bermeja en La Barrosa, en Lavaculos y en Sancti Petri, en la salina de Carboneros, y desde esa atalaya a la Bahía, seguir el curso del río Iro por el itinerario de los primeros fenicios hacia el Cerro del Castillo: salina Santa María de Jesús, Puente del VII Centenario, Puente Chico, Puente Nuestra Señora de los Remedios y Avenida Reyes Católicos. Dos plataformas-miradores 360º marcarán el principio y el fin de esta ruta hacia el origen fenicio. “Yo tengo solo un miedo –proclama De la Mata–. Que no te comprendan. Que no te respeten. Que te ultrajen. De todas formas, eres un dios y los dioses tienen más vidas que los gatos”.

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