Crónicas del retornado

Mala uva

Es vieja costumbre en España ingerir doce uvas al son de las campanadas de la Noche Vieja. En otros lugares del mundo se come un plato de lentejas en familia, y supongo que habrá otras mil maneras de despedir al año que muere, para dar la bienvenida al año naciente. En lo que al retornado se refiere, he de confesar que prefiero las lentejas, por más sabrosas y calentitas, y porque la descarga de glucosa y fructosa suele producir en mi organismo efectos más bien perniciosos.

Claro que se trata de efectos meramente fisiológicos, sin repercusiones psíquicas o emocionales de consideración. He constatado, sin embargo, que en algunas personas las uvas del año causan alteraciones de lo más violentas y desagradables, suscitan agresividad y desposeen incluso de la racionalidad que caracteriza el ser humano medio. Se trata del síndrome que muchos científicos rigurosamente extranjeros y, en consecuencia, autorizadísimos, denominan “mala uva”, coincidente en muchas de sus manifestaciones con el conocido como “mala leche”.

Los efectos de la mala uva o mala leche son con frecuencia retardados. El sujeto se zampa las uvas reglamentarias y así, al pronto, se queda tan campante y hasta muestra una apariencia jovial y bonancible. Es más tarde cuando comienza a hacer cosas raras, como bramar, insultar, amenazar y, en suma, ponerse hecho un basilisco y un hideputa (con perdón).-¿Qué le pasa a Fulanito, con lo tranquilo que estaba hace una semana?-¿Qué ocurre con Menganito, que se ha puesto hecho una tarasca y no deja títere con cabeza?-Oye, que Perenganito está echando espumarajos por la boca y la ha tomado con toda la vecindad…

Y es que la moderna medicina, con la de logros que ha ido obteniendo, no ha logrado identificar del todo el síndrome de la mala uva retardada; y mucho menos el tratamiento adecuado para conjurar sus temibles efectos primarios, secundarios y hasta terciarios.

La peor situación posible (o “escenario”, como se dice en estos tiempos tan imaginativos) se produce cuando el mal aqueja a toda una colectividad. Porque aguantar a un individuo de mala uva es muy desagradable, pero soportar a toda una pandilla de enrabietados, cabreados, emputecidos, o como se quiera expresar, resulta indeciblemente penoso.

Los síntomas de la mala uva suelen aparecer entre una semana y ocho días después de la ingesta, con ocasión de reuniones o simposios de interés público, es decir, en el momento más inoportuno.

Y usted, querido chiclanero, se preguntará qué tiene que ver nuestra digna población con este molesto síndrome. Pues nada, a decir verdad, porque en Chiclana tenemos muy buena uva, aunque desdichadamente escasa. No hay más que catar nuestros finos, moscateles y hasta amontillados para comprobar lo buenísima que es nuestra uva. En consecuencia, la uva que se han debido de tragar los exaltados sujetos a los que me refiero tiene que ser de otra procedencia.

Por lo visto y oído, algunos de los afectados debieron de haber tomado unas uvas al aguardiente enriquecidas con pólvora negra, ya que prorrumpieron en “vivas” y “mueras” en el más prístino estilo cuartelero. Les afectaron como si hubieran consumido el viejo “saltaparapetos”, que infundía ardor guerrero a nuestros infantes, entre los que, por cierto, el retornado se contó y a moderada honra, porque uno juró bandera, chupó guardias y marcó el paso como la Patria manda, y no como otros, que se han puesto patriotas sin haber pisado un cuartel en toda su puñetera vida. Claro que se hartaron de patriotismo cobrando sustanciosos emolumentos en un enchufe autonómico de utilidad desconocida.

Uvas en almíbar. También muy indigestas. Una dueña desamparada clamaba con patéticos acentos para que, mediante la traición a los suyos, muchos hidalgos acudieran en auxilio de la Patria amenazada, es de decir, en auxilio de ella misma. Un poco de desfachatez, digo yo, pero la uva mal digerida es lo que tiene.Y, por seguir con las señoras notablemente alteradas, otra hubo que manifestó sin despeinarse que le importaba un pepino lo que allí se estaba debatiendo, lo que hizo preguntarse a algunos de los concurrentes: “entonces, ¿qué diablos pinta aquí usted, buena señora?” esta dama también estaba de muy, muy mala uva.

Sin embargo, el síntoma más característico de la mala uva retardada consiste en una pertinaz sordera, que impide a los sujetos escuchar una sola palabra de lo que dicen sus presuntos interlocutores:-Que digo yo que deberíamos arreglarle la pensión al abuelo, que no le llega ni para su cafelito de la tarde.-¡Usted lo que quiere es romper España, asesino, mafioso, indecente!-Propongo que repartamos más equitativamente los gastos de esta comunidad, porque… -¡Traidor, indecoroso, malandrín! ¡A ver si me cabreo y le endiño!

La mala uva hace que se acumule una gran cantidad de cerumen en los órganos acústicos de los afectados, algunos de los cuales incluso se vuelven de culo frente al parlante; pero éstos, además de sordera, también parecen sufrir una incurable estupidez.

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