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Laurel y rosas

Pijoaparte en la bodega de Las Albinas

El Juan Marsé más irreverente, con 29 años y aún militante del PCE, recorrió Andalucía entre septiembre y octubre de 1962 para dar testimonio de las “miserias del franquismo”. Atravesó Sevilla, Cádiz –con parada inevitable en Chiclana– y Málaga en un itinerario que había organizado desde el exilio de París, el anarquista José Martínez, editor de Ruedo Ibérico. Le había encargado al joven Marsé un libro, “Viaje al sur”, que el escritor pretendió firmar como Manuel Reyes, el nombre que le daría al Pijoaparte, el mítico protagonista de “Últimas tardes con Teresa” (1966).

Finalmente, el editor no lo quiso publicar. Casi sesenta años después de que Marsé –fallecido el pasado verano– pusiera el punto final al manuscrito, en julio de 1963, el crítico Andreu Jaume lo ha rescatado ante el empeño de la editorial Lumen como “testimonio inédito e imposible de un tiempo silenciado”.Es la tarde del 10 de octubre cuando llega a Chiclana. A Marsé le acompaña, como en todo el viaje, Antonio Pérez –también militante comunista, y amigo personal de José Martínez– y el fotógrafo Albert Ripoll Guispi. Además del poeta José Manuel García Gómez, a quién Pérez había pedido que hiciera de guía en Cádiz. “En Chiclana nos espera el bodeguero Pepe Virués; es un hombre pequeño y barrigudo, moreno, de ojillos adormilados y sentencioso en el habla”, escribe Marsé. “A partir de este momento, y durante toda la noche, tendremos la sensación de esta viviendo un sueño con olor a uva. A un ritmo de loco –añade–, Pepe Virués […] nos acompaña a una pensión y seguidamente a su bodega”.

Andreu Jaume sostiene que la mirada de Marsé en este “Viaje al sur” es a la vez “inclemente y caritativa”. Así es. Marsé expurga a sus anfitriones, especialmente, en busca de “atributos morales”, juzgándolos muchas veces, compadeciéndose siempre. Más que un libro de viajes, es una crónica de personajes. En Chiclana, se centra en Pepe Virués, a quien su amigo García Gómez –habitual en el “Pescado a la teja”, junto a Pemán o los hermanos De las Cuevas– le había pedido el favor de atender al prometedor Marsé, entonces desconocido. “Empiezo a comprenderlo todo: G. G. y Pepe han preparado una tertulia literaria –Dios nos asista– y están dispuestos a pasárselo en grande. En una salita con mostrador, nos sirven las primeras copas”.

Aquí se produce en el relato una de esas incongruencias que los viajeros suelen tener: llamar al vino de Chiclana erráticamente “manzanilla de Sanlúcar”. Más adelante, Marsé destacará paradójicamente cómo en Algeciras se bebe “Chiclana”. Pero regresemos a Las Albinas. “La bodega no es muy grande –escribe–, es un pequeño feudo familiar y sin duda levantado a base de esfuerzos, pero actualmente le renta mucho a Pepe, que en este momento empuña la venencia con una tímida sonrisa y muy satisfecho con su tinglado vinatero, y empieza a ofrecernos, por este orden: seco, amontillado, un moscatel y por último una auténtica pasa –un vino para los amigos, dice él– que se queda pegada al paladar. Se bebe mucho y se habla más. Libros, comunismo, el Papa, Andalucía, vinos, el país, el país, el país…”. La escena la hemos vivido muchas veces: ha sido durante décadas la manera de recibir a las visitas y los amigos.La mañana del 11, y último de su estancia, Marsé narra una paseo por “los arrabales de Chiclana”, como describe: “Casas encaladas, sobre un terreno desigual y enfangado, muchos niños desharrapados en las calles y en los interiores sombríos, chumberas y pitas, luce un gran sol, hay un estallido de luz en la cal de las paredes”. Le acompaña otra vez Pepe Virués, con el que va a ir ajustando cuentas, con cierta injusticia, hasta pensar en él como “reaccionario” y “señorón”. Están en la actual calle Sor Ángela de la Cruz: “Al pasar de la calle de los Obreros, Pepe nos dice que lo malo de la gente de este barrio no es que viva tan pobre, sino tan sucia […]. La mayoría son braceros, según nos explica Pepe, y de aquí sale toda la emigración”. Pone además en su boca: “Son muy vagos –dice nuestro querido bodeguero–. Mejor que se vayan al extranjero”.

Virués le debió contar la visita de Trujillo. De él se acuerda Marsé después de afirmar que “en Chiclana hay además un marica al que llaman la Fabiola”, mientras se dirigen al club Pepe Gallardo, que describe con detalle, al igual quienes lo habitan: “En una mesa próxima a la nuestra conversan aburridamente el notario, hombre de cabellos blancos y aspecto distinguido, el alcalde y el arquitecto municipal, con traje negro, gordo, congestionado […], perfectos en su cotidiana hora estomacal y digestiva”. De ahí, a la Iglesia Mayor –a ver los zurbaranes que ya sabemos que no son– y de nuevo cruzan el río hasta San Sebastián y el “feo monumento a un tal Cabrera”. En la plazuela del Piojito espera el autobús de línea hasta Vejer, mientras vuelven de su jornada los obreros de la Bazán. “Al despedirnos, después de agradecerle su hospitalidad y su compañía, este Pepe Virués sonríe con cierto aire astuto. Su mirada adormecida se le atraviesa –como sus intenciones bodegueras – por encima de la nariz, igual que si se le hubiese posado una mosca entre ceja y ceja”.

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