Cádiz

Las víctimas de la Benemérita

  • La Guardia Civil rescató a 523 personas y tuvo nueve heridos

  • Hubo secuelas: uno de ellos falleció varios años después y otros tres causaron baja por inutilidad física

Hace veinte años, el 6 de septiembre de 1998, publiqué en Diario de Cádiz un artículo dedicado a la benemérita labor realizada por los guardias civiles tras la Explosión del 18 de agosto de 1947. Pertenecían a la entonces 237ª Comandancia de Cádiz y bajo el mando del teniente coronel Roger Oliete Navarro rescataron entre los escombros, sin vida o malheridos, los cuerpos de 523 personas.

La investigación practicada para elaborar aquel artículo permitió también localizar un informe fechado el 10 de septiembre siguiente, dirigido a la Jefatura de Acuartelamiento y Obras de la Dirección General de la Guardia Civil. En él se relacionaban los daños sufridos por la onda expansiva en 14 edificaciones de su propiedad, no sólo de la capital sino de toda la bahía.

Sin embargo no fue posible conocer el número e identidad de sus víctimas, bien por sorprenderles de servicio aquella trágica noche o en sus domicilios. La investigación constató sólo que no hubo fallecidos en la Benemérita.

Pero, ¿hubo heridos? Siempre fue una incógnita, despejada recientemente por el investigador militar Miguel García Díaz. Encontró la relación nominal de asistidos en el hospital militar de Cádiz tras la Explosión, firmada por su director el 17 de noviembre, "con expresión de nombres, domicilios, diagnósticos, pronósticos y fechas de alta".

Allí figuraban hospitalizados el sargento Jerónimo Casas Mancilla (leve, hasta 25 de agosto) y los guardias Juan García García (menos grave, hasta 28 de agosto), Rodrigo González Delgado (muy grave, continuaba ingresado), Melchor Lucía Romero (menos grave, hasta 2 de septiembre), José Piñero Mayoral (menos grave, hasta 10 de octubre), Manuel Quesada Delgado (grave, hasta 17 noviembre) y Enrique Vázquez Blanco (leve, hasta 28 de agosto).

¿Fueron los únicos o hubo más en otros centros sanitarios? ¿Falleció posteriormente alguno por las secuelas? Quedaba todavía mucha historia por investigar.

La respuesta estaba en la Sección Guardia Civil del Archivo General del Ministerio de Interior. Lamentablemente no se localizaron los informes de lo acaecido aquella trágica noche pero sí documentación muy interesante en los expedientes personales de los heridos.

Inicialmente parte de la búsqueda resultó infructuosa ya que en la relación del hospital militar figuraban algunos nombres y apellidos erróneos, pero todo quedó aclarado con la localización de dos documentos inéditos.

El primero era la relación nominal de los guardias civiles "que resultaron heridos con motivo de la catástrofe ocurrida el 18 de Agosto de 1947, en esta capital, con expresión del diagnóstico de cada uno", firmada el 5 de septiembre siguiente por el teniente coronel Oliete.

El segundo era un oficio suscrito en Málaga el 26 de enero de 1950 por el coronel Andrés García García, jefe del 37º Tercio de la Guardia Civil, integrado por las 137ª, 237ª y 337ª Comandancias de Málaga, Cádiz y Algeciras, respectivamente.

En este escrito se comunicaba al teniente general Camilo Alonso Vega, director general del Cuerpo, la remisión de las Diligencias Previas núm. 994/1947, "instruidas en averiguación de las causas y circunstancias por las cuales se encontraban en los puntos en que resultaron con lesiones, a consecuencia de la explosión originada en la Capital de Cádiz en el mes de agosto del citado año".

En ambos documentos dos guardias civiles tenían ya correcta su filiación, tratándose de Manuel Pañero Mayoral y de Melchor Lucía Ligero. Aparecían dos guardias heridos más: Antonio Casablanca Ramos y Félix de los Reyes García, leves y atendidos en el botiquín de la Comandancia.

En total sólo nueve guardias civiles víctimas de todos los que prestaban servicio aquella noche. Todos sus expedientes personales fueron localizados y consultados.

El instructor de las diligencias fue inicialmente el comandante Julio Salom Sánchez, siendo concluidas por el de igual empleo Luis Salas Ríos, actuando como secretario el cabo 1º Francisco Espinal Gómez, todos de la 237ª Comandancia.

Francisco Bohórquez Vecina, auditor de guerra de la 2ª Región Militar, dictaminó el 9 de mayo de 1949 que "estos hechos no son constitutivos de infracción punible" así como que todos los lesionados "han quedado útiles para el servicio de las armas y aptos para el trabajo", a excepción de los guardias Romero y Pañero, "que han sido declarados inútiles". Tres días después, el teniente general Ricardo de Rada Peral, capitán general de Sevilla, decretaba que quedaban terminadas las actuaciones sin declaración de responsabilidad.

En el citado Archivo también se localizó una relación del armamento "que se encontraba en el Puesto del Astillero de la 10ª Compañía de esta Comandancia, que se ha perdido y sufrido desperfectos, con expresión de los correspondientes a cada uno y nombre de sus adjudicatarios".

En total fueron siete mosquetones máuser, siete fusiles Maussini (procedentes de la ayuda soviética durante la Guerra Civil) y un subfusil. La onda expansiva fue tan devastadora que no sólo arrasó el citado puesto y la caseta de vigilancia de Puntales, sino que también partió en dos la mayoría de esas 15 armas largas por su garganta.

¿Qué fue de aquellos nueve guardias civiles? Su vida fue muy dispar. Por el sargento Anastasio Berrocal Rebollar, entonces cabo 1º comandante del puesto del Astillero, se sabe que aquella noche Quesada estaba en las gradas de los barcos, Pañero por la zona donde se construían los vagones y Romero de cuartelero en el pequeño acuartelamiento arrasado por la onda expansiva.

Resultó ileso el guardia Alfonso Bedelín Domínguez, de 25 años y natural de Cádiz, que se encontraba vigilando la dársena de la factoría desde la carretera industrial. Manifestó que sus compañeros "fueron evacuados a la carretera con la ayuda -solicitada por el deponente- de un Oficial de Marina y veintitantos marineros pertenecientes a la base de torpedos de aquella Plaza". Y desde allí los trasladaron en coches y demás vehículos que pasaban a los distintos hospitales de la capital.

El sargento Casas tenía 40 años de edad, era natural de Alcalá de los Gazules y estaba al mando del puesto de San José el Blanco, situado en Extramuros. Se retiró en Bornos al cumplir la edad reglamentaria en 1957 con el empleo de brigada. Falleció siendo teniente honorífico en 1992 cuando residía en la localidad sevillana de Camas.

El guardia Quesada tenía 26 años, era natural de Úbeda y llevaba destinado apenas tres meses en el puesto del Astillero. Al resultar gravemente herido fue socorrido por el guardia Juan Santandreu Palesteiro. Falleció en Cádiz en 1958 tras una década de secuelas y sufrimientos padecidos desde aquella trágica noche.

El coronel Buenaventura Cano Portal, jefe del 37º Tercio en 1959, al elevar el expediente instruido por el teniente Domingo Fernández Pérez, concluyó: "El fallecimiento de este Guardia lo fue como consecuencia de las heridas sufridas por el mismo el 18 de agosto de 1947".

El guardia Pañero tenía 38 años de edad y era natural de Miajadas (Cáceres). La Explosión le sorprendió cuando "se hallaba prestando servicio de vigilancia en la carretera industrial, próximo a la vía férrea, teniendo como cometido evitar que desde el tren lanzaran bultos conteniendo géneros de ilícito comercio", es decir, contrabando.

Inicialmente estuvo cuatro días ingresado en el hospital provincial de Mora y después pasó al militar. Tras ser dado de alta volvió a reingresar pues no consiguió recuperarse. Aunque en el expediente instruido por el teniente Rafael Vera Aparicio se consideró que su enfermedad no tenía relación directa con los traumatismos sufridos tras la Explosión, el tribunal médico de la clínica psiquiátrica militar de Ciempozuelos dictaminó su inutilidad para el servicio.

Pasó a retiro en marzo de 1949 ingresando en el "Benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria con el título de mutilado accidental absoluto". Fijó inicialmente su residencia en Tarifa y falleció en Algeciras en 1990.

El guardia Romero tenía 34 años y era natural de Calañas (Huelva). El capitán Manuel Gómez Maqueda, informó que aquella noche, "al producirse la explosión en la Base de Defensas Submarinas, se hallaba practicando el servicio peculiar del Cuerpo en el citado Puesto e interior de los Astilleros Echevarrieta y Larrinaga, en la posta comprendida entre la Tercera Grada y Depósito de Aguas de la expresada Factoría."

Según manifestó Romero, "sintiendo asfixia y perdiendo el conocimiento", fue extraído de entre los escombros y recogido en una manta, "ante la imposibilidad de asirlo por parte alguna del cuerpo y trasladado en un vehículo al hospital militar".

Estuvo ingresado hasta el 5 de febrero del año siguiente, pero las lesiones eran de tal entidad que en septiembre pasó a retiro por inutilidad física. Sin embargo, dada la escasa pensión que le quedó al considerarse erróneamente su baja por enfermedad accidental, volvió a solicitar en 1950 su reingreso para prestar servicios auxiliares, no siéndole concedido.

Tras nueva reclamación, consiguió en 1954 que su baja fuera declarada en acto de servicio mejorando su pensión de 267 a 445 pesetas mensuales. Posteriormente fijó su residencia en Puerto Real y pudo trabajar como guarda jurado en el dique de Matagorda.

El guardia García tenía 28 años, era natural de Cádiz y estaba destinado en el puesto de San José el Blanco. En 1974 causó retiro en el Cuerpo por pasar a un destino civil. Falleció en Chiclana de la Frontera en 1986.

El guardia Lucía tenía 23 años, era natural de Conil de la Frontera y estaba destinado en el mismo puesto. En 1979 pasó a retiro al serle concedido un destino civil, falleciendo en Cádiz al año siguiente.

El guardia Reyes tenía 26 años, era natural de La Puebla de Montalbán (Toledo) y estaba destinado en el puesto de Depósito Comercial. Si bien se recuperó pronto de las heridas sus oídos quedaron afectados. Aunque él lo achacaba a la Explosión no fue hasta 1968 que un tribunal médico propició su retiro por inutilidad física, fijando su residencia en Madrid, donde ya llevaba muchos años destinado.

El guardia Casablanca tenía 19 años, era natural de Jerez de la Frontera y se había incorporado el mes anterior, recién ingresado en el Cuerpo, al puesto de San José el Blanco. En 1992 pasó a la situación de retiro por edad fijando su residencia en Cádiz.

El guardia Vázquez tenía 29 años, era natural de Mellid (La Coruña) y estaba destinado en el puesto del Muelle. En 1968 pasó a retiro por cumplir la edad reglamentaria, fijando su residencia en Madrid, en cuyo puesto de la Estación de Atocha llevaba varios años destinado.

La historia de estos nueve guardias civiles invita a reflexionar sobre cuantas víctimas más hubo de la Explosión. Todos fueron dados de alta hospitalaria pero con el paso del tiempo uno falleció y tres pasaron a retiro por inutilidad física. Siete décadas después no se sabe todavía el número exacto de víctimas ni sus nombres.

Aunque queda también pendiente conocer si hubo guardias civiles que resultaron heridos cuando se encontraban francos de servicio, de lo que no queda duda alguna es que la Benemérita con aquellos 523 cuerpos rescatados entre los escombros, hizo honor una vez más a su apelativo. De hecho, aquello fue una de las principales razones por las que el 10 de septiembre de 2004, el pleno del Ayuntamiento de Cádiz concedió por unanimidad la Medalla de Oro de la ciudad a la Guardia Civil.

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