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Un refino de toda la vida al pie del cañón

  • Luis Ramírez. Propietario de la Mercería Ramírezl Heredó de su padre este popular negocio de los Callejones de Cardoso, fundado en el año 1957, con una actividad en peligro de extinción

Luis Ramírez García se dispone a cortar una cinta de cortina con ojetes.

Luis Ramírez García se dispone a cortar una cinta de cortina con ojetes. / julio gonzález

Su padre, al teléfono, cuenta que fundó la mercería en 1957 donde antes había una barbería. Un martes 13. El 12 era fiesta, Día de la Hispanidad, y lo tenía todo preparado para abrir. Así, le dio igual la fecha. Antes había trabajado en Los Madrileños, una mercería a lo grande que existía en la calle Columela cerca de la plaza de las Flores, lo que hoy día son unos recreativos, y luego de viajante de una papelería, "pero lo dejé porque era lo comido por lo servido. Me salió la oportunidad y la aproveché". Acabada la conversación con Luis padre, su hijo, tras el mostrador, atiende a una señora que le suelta "eres Petete, sabes de todo". Lo mismo pone botones metálicos de prendas vaqueras que hace agujeros para cinturones. Viene una mujer a que le arregle la cremallera del forro de un colchón. Otra viene por cinta para una moña chata. Luego, un hombre pregunta por hilo tonto (cordelillo fino). Un goteo constante en el emblemático comercio del número 15 de Callejones de Cardoso. Un refino de toda la vida.

"De chico venía aquí a echar un cable los sábados y en épocas fuertes como Navidad o Carnaval. Mi hermana Margarita también ha venido a ayudar a mi padre. Aquí hemos vendido hasta juguetes. Bolsos, carteras, perfumes, sábanas, cortinas de ducha. Hasta que llegó un inspector de Hacienda y nos recordó que nuestro epígrafe es para actividad de mercería", señala Luis. Eran tiempos de mucha venta. "Ahora me defiendo, pero en los 80 mi padre y yo llegábamos para abrir por la mañana o por la tarde y había gente esperando en la calle. No parábamos en todo el día", recuerda. Hasta hace unos días la mercería estuvo animada gracias a las ferias de la provincia, para las que siempre se requieren detalles de última hora en los trajes de gitana. Dentro de poco llegarán las fiestas de fin de curso en los colegios. Ahí estará Ramírez para vender cualquier complemento.

Será difícil que las siguientes generaciones acudan a las mercerías. Quedamos ocho o nueve en toda la ciudad"

"El verano es lo más tranquilo. Los niños con el bañador hasta septiembre. Ahí no se rompen botones ni cremalleras. A final de agosto, por el empiezo cercano del colegio, se anima la cosa", explica. Ahora bien, el pre-Carnaval es la época más fuerte para este refino, aunque no al nivel de tiempos pretéritos. "Las agrupaciones compran mucho por internet y encargan disfraces a gente de fuera. Luego quieren que lo que les viene defectuoso o lo complicado de encontrar lo tenga yo aquí", se lamenta.

La mayoría del público que entra es femenino. Y de 50 años para arriba. "La clientela es mayor y por desgracia algún día se acabará. Las siguientes generaciones será difícil que acudan a las mercerías. Quedamos ocho o nueve en toda la ciudad. Es una especie en extinción", reconoce. Y en su entorno, Ramírez es un bastión del comercio tradicional. Uno de los últimos románticos en unos Callejones poblados de locales vacíos. "Piden una barbaridad por los alquileres. Esta calle siempre ha sido muy buena. De hecho, creo que tiene la categoría de 1ª especial, pero solo a la hora de cobrar", deja caer con ironía. Y se queja de la limpieza. "Hay cierta dejadez. Hace años baldeaban y pasaba el barrendero dos veces al día. Ahora sólo baldean y es difícil ver por aquí a alguien barriendo", señala. A su juicio "tanto el Ayuntamiento anterior como el de ahora han tenido olvidada a esta calle. No pasan por aquí ni las rutas. En Cádiz sólo consideran de centro a Columela y Palillero. El resto no contamos". Todo son obstáculos para los autónomos. Uno de ellos, la zona azul. "Tres horas como máximo. Eso se nota. El que viene a comprar al casco histórico tiene que estar mirando el reloj. Y ya se sabe que no es sólo comprar, también es tomarse unos churros o una tapa. Es dinero para todo el mundo, al fin y al cabo", critica.

La conversación llega a su final con Luis admitiendo que su negocio, clásico donde los haya, es exótico objetivo de las fotos "de los pocos cruceristas, perdidos, que llegan por aquí". Y a esto que entra una pareja de italianos. El idioma universal le hace ver que quieren un cordón de cuero. Realizada la transacción, Luis mira al frente y tira de melancolía: "Llevo más de media vida viendo la misma pared". Bromea porque asegura que en un desconchón de la misma él ve la silueta de Lucky Luke, el singular vaquero de las historietas, flequillo incluido. Sí, tiene un aire. No es una vista agradable, pero ya le gustaría seguir contemplándola muchos años más.

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