Cádiz

El plácido domingo

  • Se cumplen 125 años de que en España se empezara a discutir la Ley del Descanso Dominical, que tardó trece años en aprobarse

Este fin de semana se cumplen 125 años del comienzo de las deliberaciones para dotar a España de la llamada Ley de Descanso Dominical. Fue en 1891 cuando el Senado comenzó a debatir una norma que, sin embargo, no pudo ver la luz hasta trece años después, en 1904. Aquella ley, muy discutida por algunos sectores en su momento, modificó el derecho laboral y cambió la vida y el ocio de los españoles.

A la sociedad actual, la que ha inaugurado este transformador siglo XXI, puede parecerle que el tiempo libre, el ocio de las personas, ha permanecido inmutable desde tiempos inmemoriales. Pero, quizás, pocas cosas han mudado más de piel a lo largo de los años como el disfrute de ese tiempo libre, tanto en la forma como en el fondo. Hasta nosotros han llegado miles de fotografías, inestimables documentos, en las que nuestros bisabuelos y abuelos aparecen divirtiéndose en la playa, en un merendero del parque, atentos a una corrida de toros o saliendo de un templo tras cumplir con el precepto dominical. Y en el fútbol, que ya despuntaba. Pero aquellas estampas fueron posible porque la sociedad de entonces, la de finales del batallador siglo XIX y principios del eclosionador siglo XX, demandó desde algunos sectores, que no todos, la imposición por ley del descanso dominical.

 Como todo en España, legislar este punto no fue fácil. Si ahora nos puede parecer sorprendente los holgados y sonrojantes plazos de que disponen los políticos para formar gobierno antes de repetir elecciones, la historia demuestra que los responsables públicos de la época se tomaron también su tiempo: trece años. Porque si tal día como el 5 de junio de 1891 -este domingo, precisamente un domingo, se cumplirán 125 años- el Senado empezó a discutir el proyecto de ley del descanso dominical, no fue hasta el 11 de septiembre de 1904 cuando entró en vigor. Para algo más que una tesis debió dar aquella discusión que vio luz y consenso en la Cámara el 12 de diciembre de 1903, con Antonio Maura como presidente del Gobierno, que se promulgó, firmada por el rey Alfonso XIII, el 3 de marzo de 1904 y que, finalmente, se empezó a aplicar, no sin protestas y disturbios, el citado 11 de septiembre. Tanta dilatación para aprobar una norma sin la que, actualmente, podríamos concebir nuestra vida: descansar el domingo. O simplemente descansar un día de la semana, que evidentemente cada profesión es un mundo y para muchos el domingo se convierte en un día laborable más.

 

Aquella evidente conquista social, en medio del fragor sindical de finales del XIX o de la más que influyente Iglesia católica (había obispos que eran senadores), tuvo sus partidarios y detractores propios del contexto histórico y de una tradición, la decimonónica, en la que el domingo era considerado, menos a efectos eclesiales, casi como un día más de la semana. A favor, dice la historia, estaban entre otros los movimientos obreros y los socialistas del histórico Pablo Iglesias, y también la Iglesia, encantada con que sus feligreses dispusieran de tiempo para cumplir con la obligación de la misa dominical. En el bando contrario estaban, sobre todo, los miembros de la patronal, temerosos de ver reducida su producción, y, también, algunos trabajadores que verían disminuida su nómina, en tiempos tan difíciles, al perder las horas de ese día.

 

Quizás estas dificultades explican esos trece años que se tardó en elaborar una norma que, desde el principio, contempló como excepciones aquellas industrias que no podían parar la producción o las que fabricaban productos de primera necesidad. Así, la ley permitió trabajar los domingos, entre otros sectores, en la minería y la siderurgia, pero también admitió la apertura de las tabernas y la celebración de las corridas de toros. En el otro extremo, se prohibió trabajar en domingo en los periódicos -de aquí surgió en 1925 La Hoja del Lunes-, comercios, barberías y administración pública, por ejemplo.

 

Por eso los disturbios no se hicieron esperar, y el mismo 11 de septiembre, el primer domingo de aplicación de la ley, hubo comercios que se negaron a cerrar, como contaba Diario de Cádiz en su edición del 12 de septiembre, según se refleja en el libro Un siglo en papel: "La pastelería La Mallorquina de la Puerta del Sol [Madrid] se negó a cerrar argumentando que se vendían fiambres. Sus escaparates fueron apedreados y sus cristales rotos. También se apedrearon comercios en Zaragoza".

Y en Cádiz: "Las tiendas de vinos autorizadas como restaurant o café no cesaron de funcionar en todo el día. Los puestos de la plaza cerraron a las once de la mañana, como marca la ley, no sin el disgusto de los vendedores que tocaron palmas en señal de protesta". Dice la noticia que algunos freidores cerraron, aunque estaban exentos en la ley, porque ésta prohibía expresamente el trabajo de los menores de 18 años, entonces el grueso de dependientes en estas tiendas. Quién sabe si el nombre de Los Gallegos Chicos vendría de aquello... 

 

Es evidente que el día elegido para descansar laboralmente durante la semana vino marcado por la tradición católica. La Iglesia, como recuerda el dominico Pascual Saturio, heredó de los judíos "el día de descanso consagrado a Dios", solo que se cambió del sábado al domingo "para conmemorar la resurrección de Jesús". En el domingo situó la Iglesia el precepto de la eucaristía, de forma que se necesitaba de una dispensa en caso de que la misa coincidiera con el horario laboral: "Pasaba mucho en el campo -explica Saturio-, y era al párroco a quien había que solicitar la dispensa cuando había que recoger las cosechas. Por eso también fue habitual que en los pueblos hubiera misas a las seis de la mañana.  Yo mismo recuerdo que aquí, en el convento de Santo Domingo, había una misa a las siete de la mañana para los turnos de la fábrica de tabaco".

 

Pero Pascual Saturio, en la línea del Concilio Vaticano II, recuerda que el domingo no sólo es para la Iglesia el día de precepto, sino que  es "un día de descanso que se dedica a las familias, a los enfermos, además de ser el día en el que los cristianos comparten un momento con aquellos que creen lo mismo que tú".

 

Es evidente que en el mundo occidental es la Iglesia quien ha ido marcando el calendario festivo. Alberto Ramos Santana, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Cádiz, recuerda que a principios de siglo XX los días de fiesta anuales alcanzaban el centenar. Salvo alguna de ellas relacionados con el cumpleaños o la onomástica del rey, todas las demás, incluidos los domingos, venían dadas por la tradición católica: "Eran fiestas religiosas, pero no eran fiestas laborales. Había fiestas laicas, como el 2 de mayo, pero curiosamente sólo para los funcionarios". Días, pues, de precepto pero también de trabajo. Dos veces, según Ramos Santana, modificó a la baja la Iglesia su listado de festivos, con el Papa Urbano VIII, hacia 1640, y con Pío X en 1911.

 

Este profesor universitario se remonta a Jovellanos para recordar que entre sus ideas ilustradas figuraba la reclamación de que el pueblo pudiera disfrutar de ratos de ocio, que se regulara su tiempo libre como uno de los elementos claves para conseguir una nación feliz. Evidentemente, esa lucha se prolongó en el tiempo hasta llegar a lo que hoy conocemos como fin de semana, ese concepto que engloba al sábado y al domingo -para muchos incluso con la tarde del viernes- y que empieza a tomar forma con esta ley que se empezó a deliberar hace 125 años. A partir de ese momento, se fueron logrando importantes reformas en las leyes laborales, incluso durante la dictadura de Primo de Rivera gracias a Largo Caballero, que permitieron ampliar el horizonte del ocio y el descanso.

 

Es curioso comprobar cómo aquella conquista social que supuso la entrada en vigor de la Ley de Descanso Dominical viniera dada por la obligatoriedad. Fue una ley impositiva que prohibió trabajar los domingos con las excepciones ya señaladas y que con el tiempo evolucionó hasta llegar a la normativa actual, recogida en el Estatuto de los Trabajadores, que ya no obliga sino que utiliza la expresión "como norma general", y que establece, eso sí, día y medio de descanso a la semana sin que necesariamente tenga que ser el sábado y el domingo. Hoy en día, de hecho, el ocio requiere que haya personas que trabajen para que otras disfruten de su tiempo libre.

José Manuel Silva, responsable institucional y de comunicación del sindicato Comisiones Obreras en la provincia de Cádiz, piensa que en aquella lucha sindical de finales del siglo XIX y principios del XX, además de este logro del descanso semanal, se fijaba entre sus objetivos la reducción de la jornada laboral y la mejora de las condiciones salariales y laborales. 

 

Pero fue, evidentemente, una conquista social que se ha extendido con sus variaciones hasta nuestros días, en los que, como explica Silva, los sindicatos no hablan de días libres, sino de festivos que, en el caso de ser trabajados, deben ser compensados con otros días de descanso, algo que se suele recoger en los convenios colectivos y sectoriales. Incluso se compensan económicamente, mejor en unos sectores que en otros.

 

En el sector del comercio, por ejemplo, la apertura dominical queda supeditada a la legislación autonómica, que es flexible en algunos sitios, como Madrid, o más restrictiva en otros, como sucede en Andalucía.

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