La pasión por los viejos cacharros

En plena revolución digital, el gusto por lo analógico, ya sea como gesto rebelde o nostálgico, no deja de ganar adeptos.

La pasión por los viejos cacharros
Pilar Vera

04 de noviembre 2016 - 11:56

Por ganas, imagino que todos tenemos ganas de hacerlo alguna vez. Incluso los milénicos, incluso los early adopters, los niños de chupete que juguetean con la pantalla del móvil. Estoy convencida de que a todos, en algún momento, nos pasa por la mirada el relámpago de “¿y si me diera de baja de todo esto?” De baja de las redes sociales, de baja del móvil, de baja de Internet. “¿Y si lo hiciera?”.

Robinson moderno, el Robinson perfecto. El virus ludita –para el que no lo sepa, los luditas eran esos simpáticos señores que, a comienzos del XIX, la emprendieron a mazazos contra las primeras fábricas textiles en Inglaterra– suele pasar pronto, no más que un rápido acceso febril. Pero sin duda, existe. Flota en el aire como el olor a nieve –un ejemplo llevado a sus últimas consecuencias es el fenómeno creciente de las “eco-aldeas” en pueblos abandonados–. Es normal que, ante un mundo en el que los recuerdos, los regalos, la aceptación, la manada, estén codificados en irrealidades que computamos como reales, en ristras infinitas de ceros y unos, nos preguntemos qué pasará si, como teoriza la novela de Lara Moreno, se va la luz. O, menos apocalípticamente, qué pasara si la red se cae. Si la nube se volatiliza. Si algún villano de gato albino programa el Gran Hackeo. La tentación de convertirse en un hombre isla ante la virtualidad imperante puede llegar a ser muy fuerte.

Las resistencias analógicas pueden deberse en gran parte a ese sentimiento de hartazgo e indefensión que nos produce (pobre monitos asombrados) la tremenda inundación que ha supuesto la era digital, que ha ido más allá de todas nuestras imaginaciones. Y también, por supuesto, el fetichismo, el amor por el objetos. Aún no somos espíritus del aire, aún necesitamos palpar para saber que algo existe –en estas claves se esconde el porqué el ebook no ha protagonizado la razzia vikinga que sí se anunciaba–. Son ya varios los elementos que apuntalan esta tendencia de “resistencia ludita”. De entre todos estos caprichos resistentes, procedentes de la era analógica, sin duda es el vinilo el que merece mayor ovación.Resistió, desesperado, a cuenta gotas, cuando el CDinundó las estanterías como algo “limpio” y “futurista”. Y ha estado ahí, a lo largo de los años, asomando la patita cuando las descargas y la escucha en streaming han tumbado por k.o. a la industria musical tal y como la conocíamos.

En gran parte, el culpable de todo esto es la fábrica Gramofonove Zavody Lodenice. La irreductible aldea gala resultó ser, en este caso, irreductible aldea checa. Fundada en 1951, la fábrica de Lodenice fue el primer productor de vinilos para el Bloque Soviético. “Con la moda retro y el aumento de la demanda de vinilos –señalaba en un artículo The Guardian–, la producción ha aumentado un 40 por ciento al año. En total, produce 25 millones de discos en un ejercicio”. En el año 2014 en Estados Unidos, la venta se discos se disparó con más de 9,2 millones de unidades vendidas. Los reproductores de vinilo pueden comprarse, a su vez, en tiendas on line y grandes almacenes. No son, ni de lejos, exóticos gramófonos: más desfasados han quedado los platos de CD.

Es más:los cedés se están quedando atrás incluso del mercado de casetes, que de pronto empieza (ya en la morgue, ya con la etiqueta en el pulgar del pie) a pegar bocanadas. Esa estampa emblemática de los nuevos tiempos que era darle a un niño una cinta de casete y un bolígrafo Bic y ver la cara que ponía, puede dejar de ser un chiste. De hecho, según la NAC (National Audio Company) – el mayor fabricante de cintas de casete de Estados Unidos–, 2015 fue el mejor año para el formato desde 1969. La supervivencia de la casete ha ido ligada a sellos independientes, sobre todo, de música experimental o punk. El grano del sonido no molesta.

Su principal virtud es que su elaboración es muy económica y prácticamente artesanal: se adapta a las pequeñas tiradas –por estos lares, el sello Knockturne Records presenta sus producciones en este formato, entre ellos, los trabajos del trío chiclanero El lobo en tu puerta–.

Y aunque profesionales y aficionados nunca han dejado de lado la fotografía analógica, la generalización de las cámaras digitales ha vivido también su reacción. Primero, con la popularización de las Lomo: las míticas cámaras que llegaron a utilizar los servicios secretos soviéticos y que producían unas imágenes características, de verdes y azules saturados y ocres desvaídos que parecen plasmar el cromatismo de los setenta y ochenta. Las cámaras lomográficas dejaron de producirse en Europa en 2005, debido a sus elevados costes de fábrica pero ahí estaban las factorías chinas para pillar la vez. Con el paso de los años, la práctica de la lomografía –qué maravillas haría el querido Pepe Monforte con semejante concepto en sus manos – se ha convertido en un auténtico fenómeno para hipsters y para extraños.

Y, por supuesto, está la Polaroid. La marca dejó de fabricar su máquina de fotos instantánea, reina de las comuniones de los ochenta, en 2007, ante el auge de las cámaras digitales. Las ventas de la empresa habían comenzado a caer en picado una década antes. Sin embargo, muy poco después, la firma sacó al mercado su impresora instantánea para fotografías tomadas con el móvil, Polaroid PoGo. En 2012, lanzó la Polaroid Z2300, que volvía a poner en manos del usuario la fórmula de las fotos instantáneas, convirtiéndose, desde entonces, en la chuchería de modernos con corazón nostálgico.

La vuelta de tuerca perversa a todo en el movimiento de recuperación de los cacharros pasados lo pone la compañía de electrónica Punkt, que ha desarrollado un móvil de teclado que sirve, quién lo diría, para llamar y mandar mensajes. Como hacían, en fin, ya saben, los teléfonos. El diseño es más depurado que el de los Motorolas que invadieron el mundo pero lo que asombra es su recepción.Según la analista de tendencias británica Mary Portas, ha sido uno de los productos más demandados en los últimos meses en el Reino Unido. Una circunstancia que podría tener su lógica dentro de la existencia que comentamos, cada vez más extendidas, del virus del ludismo. Lo que sí sorprende, desde luego, es su precio: 229 libras. Ahí lo llevas.

Curiosamente, la misma Mary Portas señala en What Britain Buys que, junto a gadgets y experiencias de realidad virtual, unos eternos convidados de piedra en las jornadas de Navidad han vivido un repunte reciente:los viejos juegos de mesa.

La resistencia analógica-nostálgica produce un nuevo nicho de mercado que tampoco se escapa a los hacedores de vídeojuegos. Así, de la mano de la explosión de gafas de realidad virtual y tiburones que pasean por el salón de casa, Nintendo no va a desaprovechar la ocasión y lanzará, el próximo 11 de noviembre, el Nintendo Entertainment System. La clásica NES con las que todos jugamos regresa ahora renovada, en forma de réplica de la consola familiar original de Nintendo. Al enchufarla directamente a un televisor de alta definición con el cable HDMI incluido, la consola ofrece treinta juegos de Nintendo ya preinstalados, entre los que se incluyen clásicos tan conocidos como Super Mario Bros., The Legend of Zelda, Metroid, Donkey Kong, PAC-MAN y Kirby’s Adventure.

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