Un mejicano, último presidente de las Cortes de Cádiz
Historia
El primer presidente de las Cortes fue el clérigo catalán Ramón Lázaro Dou y, curiosamente, el último fue también otro clérigo, el sacerdote mejicano José Miguel Gordoa Barrios.
A las 12 horas del 14 de septiembre de 1813 tuvo lugar en el Oratorio de San Felipe Neri la última sesión de la legislatura correspondiente a las Cortes Generales y Extraordinarias, que se habían constituido en la Isla de León el 24 de septiembre de 1810. Tras la lectura del acta de la sesión anterior, se leyó por parte del secretario del Congreso el siguiente decreto: “Acercándose el día en que los diputados de las Cortes Ordinarias deben reunirse para el examen de sus respectivos poderes, las Cortes Generales y Extraordinarias han decretado cerrar sus sesiones hoy”. Previamente, a la 9 y media de la mañana, los diputados se habían congregado en el Palacio Episcopal de donde saldrían, a modo de procesión cívica, hacia la Catedral para la celebración de un Tedeum en acción de gracias. Después, de nuevo en el Obispado, se separaron para trasladarse individualmente al salón de sesiones que se abrió a las 12 horas.
Aunque, como a continuación veremos, se trataba de una jornada solemne y, hasta cierto punto, de gran emotividad, a estas alturas de 1813 negros nubarrones se cernían ya sobre la causa constitucional en España. Tan solo unos meses antes, la prensa liberal se mostraba pesimista y temerosa de una posible reacción de los elementos contrarios a la Constitución de 1812. Sin duda, ya empezaban a darse cuenta de que el pretendido cambio liberal era más una utopía que una realidad, habida cuenta de que en la España de ese momento había demasiados intereses en juego para que saliera adelante el referido cambio. Con gruesas palabras el periódico gaditano ‘El Redactor General’ retrataba un realidad incómoda y preocupante, haciendo mención a aquellos elementos antiliberales, “pérfidos y rabiosos”, que desde que se aprobó el texto constitucional “procuraron no soltar de la mano las armas de la inicua venganza, éstos son los que forman el proyecto de deteriorar nuestro santo sistema de libertad, nuestra sabia e inmortal Constitución”.
Era, por tanto, una premonición en toda regla de lo que ocurriría ocho meses después, cuando las Cortes Ordinarias, ya en Madrid, celebraron su última sesión el 10 de mayo de 1814, siendo seguidamente desautorizadas por el Rey. Al tiempo, la Constitución fue abolida sin más contemplaciones, entre la indiferencia, cuando no complicidad, de la mayor parte de los españoles, que en un contexto de guerra total contra los franceses, La Guerra de la Independencia, en realidad o no habían sabido o no tuvieron tiempo de calibrar debidamente el alcance de nuestra primera Constitución.
Así pues, la imagen, algo estereotipada, de todo un pueblo como el gaditano echándose entusiasta a la calle para vitorear la Constitución aquel lejano 19 de marzo de 1812, grabada en nuestra retina gracias al magnífico cuadro de Salvador Viniegra que se encuentra en el Museo de las Cortes, es tan solo una recreación, digna y entusiasta, pintada un siglo después.
José Miguel Gordoa Barrios
El primer presidente de las Cortes fue un clérigo catalán, Ramón Lázaro Dou, que cuenta con una calle en Cádiz dedicada a su memoria, y, curiosamente, el último fue también otro clérigo, el sacerdote mejicano José Miguel Gordoa Barrios.
En verdad, no fue el único mejicano en detentar dicho cargo, habida cuenta del considerable peso específico que tenía su grupo parlamentario. En las Cortes de Cádiz hubo un total de 67 diputados ultramarinos, de los cuales tres pertenecieron a las Islas Filipinas. De los otros 64 hispanoamericanos, la representación mejicana fue la más numerosa, ya que contó con 21 diputados, aunque en rigor hemos de referirnos al Virreinato de Nueva España, que no solo comprendía Méjico sino también otros territorios como Florida, California o Nuevo Méjico. De hecho, este último, obviamente antes de pasar a Estados Unidos, contó con un diputado propio, Juan Bautista Pino.
Nacido en Real Álamo el 21 de marzo en 1777, José Miguel Gordoa Barrios fue elegido diputado por Jalisco y representante del cabildo de Guadalajara. De rica familia de hacendados, estudió Filosofía y Teología en dicha ciudad y Cánones en Méjico ciudad. Era moderadamente conservador y partidario de la Constitución, mostrando un gran interés en todo lo concerniente a la actividad minera de su provincia. Defensor de la Inquisición por considerar que las Cortes no deberían inmiscuirse en las cuestiones religiosas, pidió el castigo, incluso, para aquellos que contravinieran la religión católica en calidad de infractores de la Constitución. Una vez vuelto a Méjico llegó a ser rector de la Universidad de Guadalajara, bajo cuya gestión dicho centro apoyó la consumación de la independencia de Méjico. Obispo en 1831, murió un año después cuando realizaba una visita pastoral a la región de Colima, en las playas del Pacífico.
Entre la nostalgia y la esperanza
Así pues, el 14 de septiembre, tras la lectura del acta de disolución, tomó la palabra, como presidente de las Cortes, Gordoa Barrios, pronunciando un discurso de 35 minutos de duración en el que hizo un repaso general de todo lo conseguido a lo largo de esos tres años de la legislatura que ahora acababa. En un lenguaje algo ampuloso y cargado de frases alegóricas, puso de relieve los logros más relevantes que iban desde la declaración de la soberanía nacional a la división de poderes y la igualdad de derechos entre los españoles europeos y ultramarinos, pasando por la libertad de imprenta, la abolición de la Inquisición y de la tortura. Todo ello venía a constituir, según leemos en el diario ‘El Conciso’, algo así como “una obra inmortal, áncora del pueblo español”.
Tampoco ahorró críticas Gordoa al “triste y lamentable estado de la monarquía al tiempo de la instalación de las Cortes”, así como a las vicisitudes y a “los insufribles y terribles obstáculos que han tenido que vencer durante el curso de sus deliberaciones”. Particularmente emotivas resultan las palabras finales del presidente, al decirle a los diputados presentes: “Padres de la Patria, id a vuestros hogares, volved al seno de vuestras familias, bien persuadidos de la eterna gratitud de todos los buenos españoles... que éstos no dejarán de daros gracias eternamente por los muchos y grandes beneficios, que con vuestra sabiduría habéis proporcionado a la Nación”.
Después vivieron los parabienes y las manifestaciones de entusiasmo, muy bien descritas por el diputado canario Ruiz de Padrón, testigo presencial, quien nos dice que su discurso fue constantemente interrumpido con grandes aclamaciones, destacando que, a la salida de las Cortes, condujeron al presidente hasta la plaza de la Constitución (San Antonio), donde se sucedieron los vivas y gritos patrióticos en medio de los sombreros al aire. Concluye que lo llevaron luego desde la calle Ancha hasta su casa, “sin poder contener el llanto de ternura el buen sacerdote”.
Sin embargo, la dicha duró más bien poco, pues, al temor de una reacción antiliberal hay que sumar que, justamente dos días después, cundió el pánico en Cádiz ante las noticias de una nueva epidemia.
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