Manuel de Falla: los buenos frutos de un árbol fértil
El Instituto Cervantes publica ‘El árbol sonoro de Manuel de Falla’, una recopilación de artículos de José Ramón Ripoll sobre la influencia del compositor en la regeneración musical del siglo XX
Las raíces gaditanas de Falla

El escritor gaditano José Ramón Ripoll comenzó a publicar en el año 2000 artículos sobre música en ‘Rinconete’, la revista digital del Instituto Cervantes. Como musicólogo que es, Ripoll fue capaz de abarcar en sus escritos un amplio periodo de la historia de la música, desde el Renacimiento hasta la edad contemporánea. Pero, desde siempre, al autor gaditano le interesó la investigación del “proceso de regeneración española” que tuvo en el compositor Manuel de Falla una de sus piezas clave. Un interés, pues, de gaditano a gaditano que acaba de fraguar en el libro ‘El árbol sonoro de Manuel de Falla. Bosquejos de una regeneración’, una obra editada por el propio Instituto Cervantes en la que se recuperan algo más de un centenar de aquellos artículos que, agrupados, ofrecen una más que certera composición de la influencia que Falla tuvo en el ámbito cultural, no solo en el aspecto musical, de su época y en los años posteriores. Una regeneración que no se entendería tampoco sin las fuentes de las que Falla bebió para componer su soberbio y universal corpus musical.
Esta recopilación de artículos, hasta 108, que José Ramón Ripoll califica de “personales, no académicos”, se dividen en el libro en tres bloques que el escritor y musicólogo gaditano explica de manera metafórica y enlazando con el título de la obra: “Yo he querido distinguir entre las raíces, el tronco y las ramas, por así decirlo, de ese árbol sonoro. Las raíces son los antecedentes de Manuel de Falla, y también sus coetáneos, las enseñanzas que recibió, sobre todo, de la figura de Felipe Pedrell, de quien Falla fue alumno. También otros grandes creadores españoles de una época en la que hubo una búsqueda permanente de una música auténtica española, mirando a la tradición; hacia atrás, pero sin perder la vista de la contemporaneidad y el futuro”.
Falla, para Ripoll, “encarna de alguna manera esta tendencia junto a Ortega y Gasset y Juan Ramón Jiménez; ellos encarnan esa dialéctica entre la tradición y la modernidad. Y el tronco de ese árbol es Falla; y, luego, las ramas y las hojas vienen a ser esa riquísima Generación del 27, tanto poética, porque también puso ahí su granito de arena, como musical. Todo eso abarca la tercera parte del libro”.
Así, ‘El árbol sonoro de Manuel de Falla’ agrupa esta selección de artículos escritos en su día de manera dispersa y Ripoll reflexiona, también, lo que puede suponer la lectura conjunta y continuada de estos textos: “Yo creo que aportan esa visión totalizadora de la renovación musical española. Y revelan a Falla como un elemento constantemente dinamizador de ese cambio. Un cambio estético, pero también un cambio social. Por no decir también un cambio político, porque nada de esto hubiese sido posible sin la Institución Libre de Enseñanza y sin Francisco Giner de los Ríos. Porque no es que Falla participara directamente, pero sí que participa de sus ideas renovadoras. Y entonces trasciende su música propia, su obra propia, para integrarse en esa tarea colectiva que es la renovación cultural española”.
Una renovación que le llega a Falla después de haber escrito “sus obras más famosas, más populares”, como ‘El amor brujo’, ‘La vida breve’..., Y vuelve otra vez a las raíces a la tradición, a la raíz sonora. A las raíces ‘scarlatianas’; incluso a Tomás de Victoria y a todos los polifonistas del siglo XV”.
Para que Falla fuera, con el tiempo, un intelectual influyente en el devenir cultural de España resultó importante su formación musical en Madrid y sobre todo su estancia en París, de la que también habla Ripoll: “Él sale de Cádiz porque quiere ser un buen pianista y va a estudiar a Madrid. Pero, luego, viendo las circunstancias, él quiere ser un músico europeo. En Madrid ganó el concurso de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la modalidad de ópera, con ‘La vida breve’. Aparte de ganar unas pesetillas, el concurso traía consigo la posibilidad de estrenar la obra en el Teatro Real. Pero las circunstancias no lo permitieron y entonces él se va a París con la ópera de bajo el brazo, con la partitura. Entonces, la estrena en Niza en versión francesa. Y tiene que ir a París a ser reconocido por los músicos del momento. Creo que él pensaba quedarse en París para siempre, pero las circunstancias históricas no se lo permitieron y en 1914, con la Primera Guerra Mundial, se tiene que volver a Madrid”.
Y, de nuevo en España, el empresario teatral Gregorio Martínez Sierra le encarga ‘El amor brujo’ que, como recuerda Ripoll, “no era una gran obra, sino que era algo para distraerse, según palabras de Gregorio Martínez Sierra, un apropósito, denominación que a Manuel de Falla no le gustaba nada... Ahí comienza la colaboración María Lejárraga, que es la mujer más presente en la vida de Falla además de su hermana María del Carmen”.
Un árbol frondoso que, sin embargo, el devenir histórico taló: “El año 1939 fue cuando esa ramificación, ese árbol frondoso, se tala; se tala de pronto y entonces esas ramas caen y caen, muchas de ellas caen al mar y se dejen llevar por el Atlántico a tierras americanas y al exilio americano: México, Argentina, Uruguay, Cuba... Inglaterra, incluso, donde se va Roberto Gerhard que es uno de los discípulos más grandes; vamos, de los músicos más grandes de la Generación del 27 con Rodolfo Halffter y con Ernesto. Fue una generación que se queda sin sombra, sin padres, aunque esas ramas vuelven a crecer como árbol en muchos de estos exilios”.
La gran oportunidad del 150 aniversario del nacimiento de Falla
En cerca de año y medio se cumplirán 150 años del nacimiento del compositor gaditano Manuel de Falla, una oportunidad indiscutible para llamar la atención sobre su figura y hacer que su recuerdo y el conocimiento de su obra sea algo permanente en la ciudad que lo vio nacer un 23 de noviembre de 1876. José Ramón Ripoll así lo espera: “Creo que los centenarios, las fechas redondas, sirven o deberían servir para promover la obra del homenajeado, Hay mucha obra de Falla que no se ha escuchado y la obra de falla tiene muchos enfoques y hay que estudiarla de diferentes maneras y promocionarla, sobre todo, entre los jóvenes Es una buena oportunidad, sin duda. Creo que ya se pueden hacer muchas cosas, Desde conciertos hasta conferencias e incluso desde el punto de vista de la investigación; creo que se deben abrir nuevas vías a para que se siga trabajando en la obra de Falla”.
Ripoll, que recuerda que un año después será el centenario de la Generación del 27, apuesta por “hacer más”, por ir más allá de la interpretación de la obra de Falla, algo también indispensable, y aboga por recuperar, entre otros proyectos, la creación en Cádiz de un centro dedicado a la figura de Manuel de Falla, una idea aparcada por la falta de apoyo institucional.
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por Ertico