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La ciencia frente a la maldición

  • Cálculos, fármacos, tratamientos, detectores, vacunas: gran parte del escenario científico mundial y nacional ha puesto su talento al servicio de la contrarreloj contra el Covid-19

El laboratorio del Hospital General de Sevilla, donde se crean dosis para tratar el coronavirus.

El laboratorio del Hospital General de Sevilla, donde se crean dosis para tratar el coronavirus. / Juan Carlos Vázquez

Si el virus del Covid-19 fuera algo así como un ente pensante, tendría el ego subido. Hace sólo unas semanas, la cúspide de su carrera (y de la curva) marcaba récord lúgubre de víctima mortales, de contagios, de millones de personas encerradas en sus casas como en refugios nucleares. Plazas vacías, tiendas cerradas, palomas alucinadas. El reino de la Bella Durmiente, maldito por un hada microscópica. Lo cierto es que el SARS-CoV-2 tiene armas muy potentes: puede contagiarse con bastante facilidad y, sobre todo, está su alta tasa de infectados asintomáticos.

Gran parte de lo temible de este virus, reside, en efecto, en que nos es desconocido: el SARS-CoV-2 no parece un virus “previsible”. Pero no es nada que no fueran, o no sean, los demás de su clase: le queda mucho recorrido, pero está lejos de la mortalidad del SIDA (unos 30 millones de víctimas) o la gripe española (50 millones).

No quiere decir que no tengamos motivos para estar asustados: con un índice de mortalidad, digamos, de modalidad media, el coronavirus de Wuhan ha llevado al mundo al coma inducido. Y, sobre todo, es un virus nuevo entre nosotros: como dice el científico Vicente Larraga, tardamos años en llegar a conocerlos.

Prueba de ello es la trayectoria de uno de los investigadores que, actualmente, está trabajando en el desarrollo de una vacuna contra el virus del Covid. Luis Enjuanes lleva décadas desencriptando otros tipos de coronavirus,  entre ellos, los del SARS y el MERS. Junto a Isabel Sola y su equipo en el Centro Nacional de Biotecnología (CBN), aprovechan los avances obtenidos en estudios anteriores, que demostraron que algunos anticuerpos reconocían “una región de la proteína S conservada en distintos coronavirus”. Así, el MANCO (Monoclonal Antibodies for Novel Coronavirus) intentará proponer su eficacia en el coronavirus de Wuhan.

Gran parte del talento científico mundial se ha puesto a trabajar a destajo en la búsqueda de una vacuna. Esta semana, la OMS computaba 102 proyectos con candidatos. Entre ellos, además del equipo de Enjuanes y Sola, se encuentran otros investigadores españoles. También desde el CISC y el CNB, el equipo de Mariano Esteban indaga en una propuesta basada en una modificación del virus Vaccinia o virus vacuna, usado en la erradicación de la viruela (el nombre del virus pasó a designar, en efecto, el remedio). Esta vía –que ya ha desarrollado tratamientos contra virus de la familia, como el ébola– funciona al inducir una respuesta inmune introduciendo vectores virales modificados que contengan una de las proteínas del SARS-CoV-2 (la llave del virus para entrar en nuestro organismo).

Por su parte, desde el Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas, el equipo de Vicente Larraga apuesta por una forma novedosa de vacuna, menos agresiva para el organismo, a partir del ADN. Una innovación que, aunque conocida en investigación, ha acelerado la urgencia del Covid-19: de hecho, los prototipos no se han probado aún en humanos, aunque se espera que los protocolos estén listos antes de finales de año. Las llamadas “vacunas sintéticas” de ADN sintetizan los genes a partir de las secuencias del virus que están en las bases de datos. En vez de proteínas, que es lo más habitual, este tipo de vacuna incorpora el gen al material celular. El sistema inmune (todavía, de mamíferos) reconoce con gran efectividad la proteína presente en ese ADN.

Ayer mismo, de hecho, la Universidad de Valencia solicitaba la patente de una posible vacuna contra el coronavirus, también basada en la famosa proteína S.

El país que dé con una vacuna tendrá el prestigio, la fama y, por supuesto, la patente

De repente, la comunidad científica se encuentra en una carrera de ingenio parecida a la de los tiempos de la carrera espacial. El país que dé con una vacuna efectiva se llevará los honores, el prestigio, una suculenta patente, y sus hacedores, probablemente, el Nobel. Desde el Instituto Jenner, en Reino Unido, anunciaron que a finales de mayo iban a comenzar las pruebas de una vacuna contra el covid en humanos; en China, dos vacunas inactivas han comenzado la fase de ensayos clínicos; desde Estados Unidos, se cree que se habrá desarrollado una vacuna antes de finales de año.

Pero, a diferencia que en otras competiciones, en el hallazgo de una vacuna no siempre el que golpea primero, golpea dos veces. Puede desarrollarse primero una vacuna que tenga un porcentaje de efectividad del 50% y, después, otra que lo tenga del 80%, que es la que se va a terminar usando. Además, los epidemiólogos son claros en el plazo de desarrollo: no menos de un año o año y medio. Entre otras cosas, porque una vacuna puede tener un abanico de efectividad variable, pero lo que tiene que ser al 100% es segura.

Se prevén al menos dos oleadas más de la enfermedad a lo largo del próximo año aunque (en principio) de menos alcance que la, digamos, inaugural. En primer lugar, porque ya conocemos un poco mejor cómo se comporta el SARS-Cov-2, y la sociedad –la mayor parte, al menos– se ha concienciado respecto al lavado de manos, distanciamiento, uso de guantes, mascarillas. También, porque para la segunda oleada se espera que ya se hayan desarrollado antivirales, que contribuirán a paliar un poco los estragos: de hecho, ya hay una combinación de fármacos que parece efectiva en los casos leves de coronavirus. El grupo del virólogo Luis Enjuanes ha descubierto que el Aplidin frena la multiplicación de un virus de la misma familia que el actual.

Todo esto sin contar, por supuesto, con los posibles rebrotes (que han sucedido incluso en zonas que nos resultaban ejemplares al respecto, como Corea del Sur o Singapur). La investigación también se ha volcado en aquellas áreas susceptibles de analizar cómo y cuándo puede expandirse un nuevo brote. Así, desde el Comité Español de Matemáticas se ha puesto en marcha la llamada Acción Matemática contra el Coronavirus, cuyo objetivo es recoger modelos estadísticos de predicción.

Otro campo esencial a la hora de realizar una fotografía de la epidemia, de su desarrollo, cambios y posibles brotes, es la realización de pruebas de contagio. Entre ellas, la Comisión Europea ha dotado con 1.200.000 euros, en convocatoria de urgencia, a la iniciativa desarrollada por el equipo de Biosensores y Aplicaciones Bioanalíticas del ICN2, en colaboración con la Universidad de Barcelona. Dirigido por la científica gaditana Laura Lechuga, el proyecto CoNVat tiene un año para encontrar un método rápido y fiable de detección del SARS-CoV-2, basado en nanotecnología biosensora: un sistema parecido al de los test que nos sirven para medir la glucosa en sangre, y que podría usarse también como herramienta de vigilancia en reservorios animales.

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