Cádiz

Los chicucos también son de Yunquera

  • Pepe Rivas, penúltimo exponente de dos generaciones que han vivido detrás de los mostradores, se jubila este primero de abril cerrando La Atalaya, el ultramarinos que desde 2017 ha regentado en el barrio de Astilleros

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Pepe Rivas, en su último día en el ultramarinos La Atalaya, del barrio de Astilleros.

Pepe Rivas, en su último día en el ultramarinos La Atalaya, del barrio de Astilleros. / Ramón Luis Núñez

No sólo de Santander vinieron a Cádiz a despachar detrás de un mostrador, a darle solemnidad al arte de cortar jamón, lanzar cuarto y mitad de chopped dentro de un trozo de papel de estraza y surtir las alacenas y neveras de las casas gaditanas. Yunquera -un pequeño municipio de Málaga con apenas 55 kilómetros cuadrados de extensión y menos de 3.000 habitantes- también es tierra de chicucos, de hombres y mujeres que emprendieron viaje a Cádiz para trabajar negocios propios y ajenos siempre vinculados con la carne, las chacinas y un toque de hostelería.

A esa tierra malagueña, a esos ultramarinos que tan característicos fueron de Cádiz, ha estado vinculada la familia Rivas, que con dos generaciones trabajando en numerosos puntos de la ciudad solo resiste ya con un miembro, Félix, en un puesto del Mercado Virgen del Rosario que cerrará por jubilación en apenas un año. Una jubilación que desde el sábado, primer día de abril, se ha hecho efectiva para Pepe Rivas Medina.

Este chicuco reconvertido en hostelero ha puesto fin a cerca de medio siglo detrás de los mostradores, desde que empezó con su hermano Miguel en el mercado de la Merced hasta que ha echado la baraja de la familiar y siempre sabrosa Atalaya, en el barrio de Astilleros.

De casta le viene al galgo. El padre de los Rivas fue quien se vino de Yunquera a Cádiz para trabajar en un ultramarinos, “Antigua Dorotea, en la Avenida”; cuando la Avenida aún no era Avenida ni extramuros era apenas nada a principios de los cuarenta del siglo pasado. “Era muy buen cortador de jamón”, recuerda Pepe, que comenta cómo en aquellos inicios su padre y algunos más dormían “en una casa en Mateo de Alba que tenía una tía de él”. En varios sitios estuvo trabajando este malagueño hasta que surgió la oportunidad de tener un puesto en el desaparecido mercado de la Merced y no lo dudaron.

“Ese ha sido el buque insignia de la familia”, reconoce Pepe Rivas, en referencia a ese puesto en la Merced que atendían su padre y su madre y que luego daría lugar a un segundo establecimiento en la zona exterior, donde estaba el pescado.

Una foto de la familia Rivas, junto a la bufanda del Cádiz, en el negocio de Pepe Rivas. Una foto de la familia Rivas, junto a la bufanda del Cádiz, en el negocio de Pepe Rivas.

Una foto de la familia Rivas, junto a la bufanda del Cádiz, en el negocio de Pepe Rivas. / Ramón Luis Núñez

En 1975 fallecería el padre de los Rivas, que a partir de ahí inician una serie de cambios y afrontan los trabajos que irían marcando la trayectoria de esta familia. Miguel, el mayor, trabajaría en la Zona Franca para abrir luego un almacén en la calle Teniente Andújar, “donde tenía de encargado a Pepe Pérez, que ahora tiene la Escalerilla del Estadio, una magnífica persona”.

Pepe Rivas, por su parte, iría de mercado a mercado, ya que adquiriría el puesto número 18 en San José, en unos inicios donde “las cosas salen bien”. “Nos compramos el piso, me caso, llegan los niños… todo iba bien. Pero eso se acaba, el mercado empieza a ir hacia abajo y me tengo que empezar a buscar la vida por otro lado”, recuerda este charcutero y hostelero que se fue a trabajar con Eduardo Doeste a una charcutería que regentó en la esquina de Cervantes y Vea Murguía, que volvió al mercado -que siempre mantuvo atendido Chari Selvático, su mujer, que luego lo acompañaría en La Atalaya y en esta última etapa en Astilleros-, que trabajó en el supermercado El Trece, en Los Delfines, “que era del hermano de Pepe Pérez”; y que acabaría en El Alcázar cuando lo abrieron en la Avenida Manuel y María, dos hermanos “que también son de Yunquera”.

En este conocido bar estaría Pepe en varias etapas; primero con pocas horas al día, que compatibilizó con otros trabajos y aventuras, como el negocio que montó en la Plaza haciendo bocadillos para los colegios, “que fue un acierto”; y más tarde ya a tiempo completo. En total, 23 años trabajando en El Alcázar con Manuel y María, “que siempre se portaron muy bien conmigo” y donde se hicieron famosos sus guisos de judiones o de menudo.

“Nosotros nunca hemos sido hosteleros, hemos estado más próximos al ultramarinos”, apunta Pepe Rivas respecto a esta parte de su vida de la que también confiesa otra cuestión: “nunca me gustó trabajarle a la gente, pero las circunstancias y los niños nos obligaron, porque queríamos darles unos estudios y una buena vida, y creo que lo hemos conseguido”.

Hace unos años, cuando se jubilaron los dueños del Alcázar, tuvo Pepe ocasión de quedarse con el establecimiento, pero no pudo. Y casi en paralelo, su hermano Miguel se jubiló y surgió la oportunidad de quedarse con su negocio en Astilleros. La Atalaya, en la calle Emilio Castelar. “Aquí he sido muy feliz, lo mejor de mi vida profesional fueron los inicios y esta etapa final en Astilleros”, reconoce Pepe Rivas, que desde 2017 atiende a los vecinos de ese barrio de extramuros, a los profesores y alumnos de la Casa de las Artes, a los profesionales de Canal Sur, “a gente del Alcázar que siguen viniendo por aquí y a mucha gente del barrio de Santa María, porque nos hemos llevado muchos años allí”.

Pepe Rivas y su mujer, Charo Selvático, en la puerta de La Atalaya. Pepe Rivas y su mujer, Charo Selvático, en la puerta de La Atalaya.

Pepe Rivas y su mujer, Charo Selvático, en la puerta de La Atalaya. / Ramón Luis Núñez

Con la sensación del deber cumplido, con el dolor de haber tenido que cerrar el puesto número 18 del mercado de San José, “uno de los golpes más duros de mi vida”, y con la felicidad reencontrada en Astilleros, Pepe Rivas ha dicho adiós este sábado a 45 años “trabajando oficialmente, porque ya a los 14 años me vine del colegio, porque no quería estudiar, y ya empecé ayudando a mi hermano Miguel”. Con él y con su hermano pequeño, Félix, que el próximo año será el que se jubile, se acaba una saga de comerciantes, una familia de chicucos de Yunquera, porque los hijos de los Rivas, ocho en total, se han dedicado a otras cosas que impiden la continuidad familiar de los negocios.

Se jubila Pepe con la tranquilidad de que La Atalaya seguirá atendida por una nueva familia, una pareja de jóvenes que se ha hecho cargo del establecimiento de Astilleros, “que tenía muchos novios”. De ahora en adelante, no lo busquen detrás de un mostrador, pregunten por él en la Castrense. “Le voy a dedicar mucho tiempo a la Virgen de los Desamparados, tengo ese ansia de recuperar el tiempo que no he podido prestarle a la hermandad”, confiesa este cofrade que supo también compaginar los bares y ultramarinos con la Semana Santa y con su cofradía de los Desamparados, de la que fue hermano mayor.

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