El administrador apostólico de Cádiz: “Vengo a servir la diócesis con una limitación: no innovar”
Ramón Valdivia Jiménez
El obispo designado por Roma está “encantado” tras sus primeros días en Cádiz. “Merece la pena entregarme y estoy dispuesto a aprender”, asegura
Así fue la misa de bienvenida que presidió Ramón Valdivia el sábado 29 de noviembre en la Catedral de Cádiz
Fue anunciado administrador apostólico el 22 de noviembre, y siete días después se presentaba en la Catedral en una misa, dando inicio a una etapa provisional que le toca administrar, mientras mantiene su condición de obispo auxiliar de Sevilla. En medio de este aterrizaje en la diócesis, Ramón Valdivia nos recibe en el despacho episcopal de Hospital de Mujeres para hablar del papel que desempeñará por tiempo indefinido.
Pregunta.–¿Cómo recibió el encargo de hacerse cargo de la diócesis de Cádiz y Ceuta?
Respuesta.–Pues mire, yo estaba haciendo la visita pastoral en Pilas, en una residencia de ancianos. Ese pueblo tiene mucha connotación para mí, porque fue el primer pueblo del que fue mi maestro en todo, don Juan del Río. Estando allí en la sacristía me llamaron, yo ese teléfono ya lo tengo registrado, y me preguntaron simplemente si aceptaría el encargo de ser administrador apostólico en Cádiz.
P.–¿Y cómo lo tomó?
R.–A mí la Iglesia me lo ha dado todo. Evidentemente mi familia también, por supuesto. Pero la Iglesia ha sido muy generosa conmigo siempre, siempre; así que yo no me voy a negar a lo que me pide la Iglesia. Y dije que sí, claro. Qué voy a decir si me lo ha dado todo y estoy al servicio de la Iglesia desde que entré en el seminario; lo que me diga, eso lo hago. Y entonces, inmediatamente después de responder que sí, salí a celebrar la misa con los ancianitos. Era por la mañana, y desde entonces ya están los gaditanos en mi corazón, desde ese momento yo ya empecé a pedir por ellos y por la nueva encomienda que se me había pedido.
P.–¿Cómo ha sido ese aterrizaje, que todavía se está produciendo?
R.–Pues entiendo que ha sido un poco precipitado. Normalmente los obispos tienen un plazo para ir entrando en la diócesis, para despedirse de la suya, hacer los cambios necesarios, visitar la casa... Se hacen las cosas con más tranquilidad. Pero yo creía que era oportuno venirme cuanto antes, y don Rafael (Zornoza) también, y así lo hicimos. Fue inmediato.
P.–¿Qué se está encontrando hasta ahora, en estos primeros días aquí, en las reuniones que están manteniendo, en el día a día de la diócesis?
R.–Me encuentro con personas entregadas, con gente de fe, que me parece que eso ya es un tesoro. Me encuentro con gente que está dispuesta a la comunión, que también es una riqueza muy grande. Y hasta ahora no he encontrado nada que no me pueda decir que estoy dentro de una diócesis que lleva mucho tiempo en el cuidado de la Iglesia Católica. Me estoy encontrando muy a gusto. El recibimiento que me han ofrecido los gaditanos ha sido espléndido, con una disponibilidad desde la Curia, que ha tenido que forzar la máquina para hacer la acogida en todos los sentidos, hasta los feligreses, que los veo en los sitios donde he estado, y que han expresado su cariño, su respeto, su alegría. Así que estoy encantado.
P.–¿Qué le parecieron los aplausos del sábado durante la misa de bienvenida? Lo digo porque nosotros no estamos muy acostumbrados a que en la Catedral haya esas muestras de afecto, de cariño.
R.–A mí tampoco me habían aplaudido nunca. Me aplaudió mi familia en el pregón que di en Osuna, pero ya está. Entonces, yo qué sé. Lo que sí ocurrió es que cuando me aplaudían, a mí se vino la cita de un Salmo, que dice “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a Tu nombre da la gloria”. Porque si yo estoy en Cádiz es por pura gracia de Dios. Y esa generosidad de la gente, esa expresión espontánea, es fruto de un cariño que nace y que yo lo experimento. Yo entiendo que la gente ya me quiere. Y al mismo tiempo pensaba, a ver si cuando yo me vaya me hacen estas cosas. (ríe).
P.–¿Conocía la diócesis antes de ese 22 de noviembre en el que anunciaron su nombramiento?
R.–Bueno, yo había venido a la ciudad de Cádiz en muy pocas ocasiones, pero había venido. A Alcalá de los Gazules también había ido, y a la zona de los Alcornocales. Y en alguna ocasión he estado por Algeciras, pero ya siendo más pequeño.
P.–Dicen que una de las condiciones de la diócesis es que es muy amplia, que tiene un terreno muy extenso y además muy diferente entre una zona y otra.
R.–Bueno, yo vengo de Sevilla, de la zona de la Campiña, que no tiene nada que ver con el Ajarafe. Y he estado haciendo la visita pastoral a la Sierra Norte, que no es nada parecida a cualquier otra zona de Sevilla. Y también son distancias muy extensas. Hay que entender que las personas tengan una idiosincrasia distinta, pero eso no creo que sea un problema. Eso da una riqueza más, con todas las connotaciones que se pueda tener, pero una riqueza. Y para eso están los coches…
P.–Hablando de riquezas, ¿qué fortalezas y qué debilidades cree que pudieran imputarse a esta Iglesia de Cádiz y Ceuta?
R.–Hombre, todavía es temprano para hacer una evaluación profunda de todo esto. Pero yo creo que, precisamente, lo que para muchos supone una dificultad, yo lo veo como una riqueza. Me refiero a lo que podríamos llamar la riqueza de los ambientes, porque no es lo mismo el ambiente en la zona de la Bahía que en la zona del Campo de Gibraltar o de la Janda; son distintos y eso es una riqueza muy grande. El que estemos en el Estrecho y, por tanto, en la zona costera lo percibo también como una gran riqueza. La España vaciada sí es una de las grandes debilidades de toda la patria, sin embargo nosotros tenemos esa riqueza y una población muy grande. Son casi 800.000 habitantes los que tienen la diocesis de Cádiz y Ceuta. La migración, el ser puente de…, nos ofrece la oportunidad de ser un lugar de acogida, de bienvenida, en vez de un espacio de defensa. Todas estas cosas tienen sus riesgos, tienen sus dificultades, pero yo creo que son riquezas, porque las complejidades nos permiten reconocernos como un don más que como un adversario. Otra riqueza es la idiosincrasia de estos lugares de tránsito, pues son personas abiertas y con sentido del humor, que es algo muy importante.
P.–Pues se dice que entre los obispos no se aconseja venir a Cádiz por las condiciones de la diócesis, ahora que está la sede vacante.
R.–Yo creo que en el fondo de cada pastor está el deseo de ser enviado. Entonces, te podrá aparentemente gustar más o gustar menos una diócesis, pero después dentro de cada sitio te encuentras como en casa, igual que pasa dentro de una diócesis. A mí me han mandado a sitios donde yo me he dicho: “veremos a ver esto por dónde sale”. Y después las cosas salen estupendamente.
P.–¿Qué misión es la que se propone en este período provisional de administración?
R.–Yo vengo con una misión, que es servir a la diócesis de Cádiz como un obispo, pero que tiene también unas limitaciones. La limitación es que yo no innove. No innovar. Es decir, yo tengo que hacer una transición en este tiempo que hay desde la renuncia del obispo anterior hasta la toma de posesión del nuevo. Todas las funciones que se puedan hacer, para eso estoy yo; para servir, para acompañar, para escuchar, para dirigir... Pero la de innovar como tal no entra dentro de mi facultad. Con prudencia pastoral, dice el decreto. Pues la prudencia es cuidar del pueblo de Dios con serenidad y sin hacer mucha extravagancia.
P.–Entendemos, pues, que no va a cambiar nada.
R.–No hay cambios a priori. No puede haberlos, además. Por ejemplo, para los nombramientos se necesita un año aproximadamente de estancia, que es lógico porque cuando ha pasado un año se supone que el administrador apostólico ya ha conocido, ha aterrizado, y entonces no se puede quedar tampoco paralizada toda la diócesis en ese sentido.
P.–¿Roma le dio alguna encomienda especial, algún mandato concreto de su labor en Cádiz?
R.–Nada. Esa clave de prudencia pastoral que le comentaba.
P.–Para nosotros intentar marcar un plazo mínimo o máximo de su labor como administrador apostólico es hacer cábalas. ¿Va a ser su administración por mucho tiempo o por poco? ¿Será cosa de meses, o quizás de años?
R.–Yo participo de vuestra situación. Eso no se sabe, porque así además se le da a la Santa Sede la libertad máxima para poder elegir el mejor candidato para la diócesis.
P.–¿Cómo percibe el administrador apostólico el mundo de las cofradías, tan presentes en el sur, y en Sevilla ni le cuento?
R.–Yo he sido párroco, en el primer pueblo donde estuve había solamente catorce hermandades; y en el segundo destino, ya en Sevilla capital, tenía tres hermandades. Entonces conozco un poco la experiencia de las cofradías, además de asistir a todas las conferencias del segundo congreso de hermandades y cofradías celebrado el año pasado en Sevilla. Que allí nos dijera un cardenal especialista, digamos, en los laicos de la Santa Sede, cómo la antigüedad de las hermandades supone que son asociaciones públicas de fieles que han vivido cantidad de experiencias, pues es un valor muy importante. Y hay también un patrimonio histórico generado de la tradición que es muy importante. Además, donde ahora casi todo está centrado de una forma tan individualista, las hermandades son ámbitos de comunidad, donde se injertan familias enteras, donde hay una transmisión de la experiencia cristiana, donde se educa en la fe.
Entonces el reto me parece que es hacer de todas estas cosas tan positivas, ámbitos donde se pueda centrar no solamente la dimensión del culto, sino otras dimensiones. Como ha ocurrido últimamente en el ámbito de la caridad, que se ha dimensionado más en los últimos años. Eso significa que las hermandades están dispuestas a hacer un camino. Y todos nos hemos dado cuenta de que eso es un valor, y es un bien para la propia hermandad. A partir de ahí podemos ir dando pasos también hacia otras formas, que a lo mejor en un origen no estaban porque no hacía falta, pero que ahora a lo mejor el Espíritu Santo está invitándonos a todos a dar pasos más valientes de evangelización, de acercarnos a las personas que no están cerca nuestra. Tenemos un potencial impresionante con las hermandades, claro que sí.
P.–¿Y esa opción de cambio de fecha de Semana Santa de la que tanto se habló hace poco por unas declaraciones realizadas precisamente por usted?
R.–No, no, no, no. Eso fue posiblemente que yo no me expresé bien. Yo soy el presidente de la Subcomisión de Relaciones Interconfesionales y de Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal Española, y este año hemos celebrado el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea, donde se habla de una posibilidad de hacer el cambio de la fecha, porque como sabe desde el siglo XVI pasamos del calendario juliano al gregoriano. ¿Qué es lo que dice ahora o en los últimos años la Santa Sede? Que si ese es un problema para que nosotros nos podamos unir, nosotros nos adaptamos. ¿Qué eso va a ser? Pues me parece a mí que hay muchas limitaciones y muchos problemas para poder hacer eso, porque ni entre los propios ortodoxos hay una unidad. Pero nosotros sí estamos dispuestos, en favor de la unidad, a cualquier cambio.
P.–¿Qué espera de este tiempo que le ha regalado el Señor o que le ha tocado asumir y afrontar?
R.–Yo creo que siempre puedo aprender. Yo hasta ahora he sido obispo auxiliar; y esta encomienda va a ser, de algún modo, una forma de laboratorio de ensayo. Quiero decir, será un momento para aprender mucho, un curso acelerado de conocimiento, de formas de tratar dentro de todos los ámbitos. Creo que merece la pena entregarme y estoy dispuesto para aprender, para ser mejor servidor.
P.–¿Le ayuda el arzobispo de Sevilla en esta tarea?
R.–Claro. Y tengo a toda la Curia de Sevilla dispuesta a lo que yo pida, porque son sacerdotes generosos y porque, de algún modo, Sevilla es Metropolitana, tiene una misión de proteger a las diócesis que están en su entorno. Y yo les agradezco a todos la disponibilidad.
P.–Los gaditanos estamos experimentando en pocos meses el cambio de Papa, un cambio también de nuncio y ahora de obispo, con nombramiento intermedio de un administrador apostólico. ¿Alguna recomendación en medio de esta vorágine de cambios?
R.–Pues que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Que todas las personas imprimimos nuestra personalidad, que es un don, para todo; pero nosotros a quien tenemos que seguir es a Jesucristo, no a las personas concretas. Claro que hay cambios, porque yo no soy igual que Don Rafael, ni que Don Antonio Ceballos, ni Dorado, ni los anteriores; yo soy Ramón. Pero el fin es seguir a Jesucristo.
P.–¿Y a los que puedan estar preocupados por pensar que estamos en una situación anómala por esta especie de interinidad en la diócesis, sin tener obispo?
R.–Es que ha coincidido el nuevo Papa, el cambio de nuncio… se han juntado un montón de cosas. No hay una explicación lógica, sino que se han cruzado una serie de cosas y esto pasa, en la Iglesia o en cualquier otro ámbito. En todos sitios hay interinos, y así estoy yo.
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