Rafael Manzano no solo mantiene un amor incontestable por la arquitectura clásica y el lenguaje que la moldea, sino que ha conservado una buena legión de amigos y discípulos. Muchos son antiguos alumnos de la Escuela de Arquitectura de Sevilla de la que también fue director en la década de los 70, con los que todavía hoy se reencuentra, viaja, departe y ahonda en torno al valor de los edificios que son paradigma del clasicismo. Para ellos abre casi en exclusividad el elegante salón de su casa de la sevillana calle Zaragoza donde avivan enriquecedoras tertulias.
Uno de los arquitectos más cercanos y gran amigo del premiado es Alberto Campo Baeza, que se deshace en elogios hacia el que considera “el mejor arquitecto del mundo haciendo arquitectura clásica de primer orden”, dice.
Para el Premio Nacional de Arquitectura, cuyo trabajo también se ha reconocido internacionalmente con numerosas distinciones en el campo de la arquitectura contemporánea, “no hay nadie como Rafael Manzano a la hora de actuar en la arquitectura clásica, y el patrimonio andaluz tiene esa suerte. Que monumentos como los Reales Alcázares de Sevilla o Medina Azahara hayan caído en sus manos, en las manos de don Rafael, es un regalo, porque absolutamente ningún arquitecto en el mundo tiene este conocimiento tan profundo del clasicismo”.
Campo Baeza, con quien tiene en común el profundo gaditanismo vivido desde fuera que los une, afirma que “Manzano es un gaditano muy ilustre, que tiene alguna obra en la provincia gaditana muy buena como su intervención en la Fundación NMAC, en Montenmedio”, menciona entre otros hitos. Pero además de un gran arquitecto, insiste, “es una persona excepcionalmente buena, muy culta y el mejor catedrático de la Escuela de Arquitectura de Sevilla”.
Del trabajo tan diferente y casi en las antípodas que ambos han firmado en sus brillantes carreras asevera que nunca discuten, “pues nuestros bagajes son muy claros y no necesitamos debatir, nos respetamos enormemente como grandes amigos que somos. Lo respeto y valoro mucho”.
El nombre de Rafael Manzano también adquiere una importancia infinita en la vida y obra del también arquitecto de Granada Carlos Sánchez. La relación que han mantenido desde que fue su alumno en la Escuela de Arquitectura de Sevilla ha marcado su trayectoria vital, expresa. “Cuando estudiaba la carrera y era director de la Escuela me encargó crear el departamento de publicaciones, y pronto tuvimos muy buena sintonía, comenzamos una relación muy familiar”.
De su mano, dice, afrontó una de las operaciones más importantes de su carrera, “comprar mi casa y restaurarla”. Cuenta anecdóticamente que el que comenzó siendo su estudio de joven, donde vivió mil aventuras, “es nada menos que la única casa nazarí que queda en Granada de propiedad privada, una bella e impresionante vivienda del siglo XIV que marcó mi vida”.
Manzano fue a verla y descubrió el valor de este coqueto e histórico edificio situado en la Carrera del Darro, entre los dos puentes, “así que me animó a comprarla, lo conseguí cuatro años más tarde y la restauré con su ayuda”. Con ella se convirtió en finalista del The Aga Klan Award for Architecture.
También fue Manzano quien le empujó a casarse con la que entonces era su novia y ahora su mujer, María Jesús, “y como le dije que hasta que no tuviera la casa arreglada no lo haría, pues me habilitó un carmen maravilloso que tenía en el Albaicín y me casé. Aquellos fueron años maravillosos”.
Entre las cientos de anécdotas rememora que asistió a tiempo al parto de su primer hijo gracias a una corazonada de él en medio de un viaje de trabajo, y que su segundo hijo, también arquitecto, es ahijado de Rafael Manzano, con quien ha colaborado estrechamente en su carrera profesional. Para Sánchez, Manzano es “todo un visionario, pues muchos jóvenes arquitectos se implicaron y aprendieron a amar el patrimonio gracias a él y gracias a su gran obra y su valioso legado en el campo de la arquitectura clásica”.
En Cádiz, uno de los arquitectos muy cercanos es José María Esteban, para el que Manzano ha sido un gran maestro del conocimiento y la verdad de la arquitectura clásica. “Que le hayan dado el premio Federico Joly es la prueba evidente del prestigio de una persona, dedicada a la arquitectura toda su vida, no solo como profesional de la misma, sino como escuela del conocimiento y verdad de las arquitecturas vernáculas sobre muchos discípulos”. Afirma Esteban que un cúmulo de grandes obras y experiencias jalonan su trayectoria. De ahí, la obtención del Premio Driehaus y la consolidación del premio de arquitectura clásica con su nombre, incide.“Rafael Manzano ha sido un gran referente en mi carrera como profesor, consultor afable en la profesión y gran amigo”. Pero sobre todo, puntualiza, “es un gran maestro que sabe transmitir no solo conocimiento, sino agrado, cercanía, afabilidad y un trato exquisito como confidente”.
Se remonta a aquellos duros años de primeros de los setenta del siglo pasado, previos a la muerte de la dictadura en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla, “donde planteábamos huelgas indefinidas, siendo Manzano el director de la Escuela”. De aquellos tiempos visualiza “que su defensa del derecho de asilo estudiantil chocaba con la potencia de unos gobernadores civiles, que no respetaban absolutamente nada”.
Rafael Manzano, que se define como liberal, fue un magnífico profesor de Historia de la Arquitectura, tal y como destacan casi todos los que lo conocieron entonces. “Dibujaba sus ideas en la pizarra con tiza, con la misma destreza que sabía explicarlas”. “Sus clases encantaban por su dimensión artística y didáctica –añade–, era una auténtica clase de saber y recreación, que embobaba a los alumnos, que nunca queríamos que los bedeles borraran los dibujos”. Aún hoy, dice, “nos rifamos los trozos de servilletas cuando dibuja”.Y aunque no trabajó mucho en Cádiz, señala cómo de forma implícita intervino en las obras de la tierra. “Fui arquitecto y Jefe de Servicio de Coordinación de la Consejería de Cultura en Cádiz, e hizo que lo llamara muchas veces. Casi a hurtadillas, ya que la transición en la Junta de Andalucía no fue justo con él, para que me explicara entresijos en las obras de restauración en nuestra provincia”. Así que Manzano también puso su grano en monumentos como el Castillo de Tarifa, en las murallas de Castellar o en diferentes templos de Espera, Algodonales, Olvera, y la Iglesia de Santiago de Jerez, “donde me casé”.
El también arquitecto gaditano Diego Cano conoció a Rafael Manzano en la Escuela de Arquitectura de Sevilla, a fines del año 1.975, en la que ostentaba la dirección de la misma, “intentando dar el cauce posible a las reivindicaciones estudiantiles en unos momentos políticamente difíciles, en los que al pesimismo de la razón los estudiantes oponían el optimismo de su voluntad”. Más tarde, en el año 80-81 se convirtió en su alumno, pues era Catedrático de Historia de la Arquitectura y Urbanismo, en cuyas clases “era capaz de dibujar con tiza sobre el encerado la Acrópolis de Atenas, el Panteón romano, la Iglesia de Santa Sofía, la Mezquita de Córdoba, o la Alhambra de Granada, mientras explicaba el tema con sabiduría y notas de fina ironía”, rememora. Dicha Cátedra la ganó siendo joven, después de unos años de enseñanza en la ETSAM de Madrid, y de colaboraciones con Fernando Chueca, a quien ganó la cátedra sevillana, “según él gracias a su gran memoria y capacidad intelectual que conserva en la actualidad”.
Pasados los años, en el año 2007 se reinició su relación al hilo de una clase magistral que impartió en la UCA sobre la evolución de la tipología de la Mezquita, y “desde Damasco hasta Córdoba, surgió un grupo de antiguos alumnos y de sus esposas” que empezaron a recorrer España en busca del perfecto clasicismo en estos viajes de estudio. Juntos fueron a la Mezquita, a Toledo para paladear su Catedral y conjunto histórico, a la Alhambra y la Catedral de Granada, como al Alcázar, Archivo de Indias, el Palacio Arzobispal sevillanos y a la Catedral de Sevilla.
En las explicaciones que ofrecía en dichos itinerarios, “daba muestra no solo de sus conocimientos, sino de su capacidad para trasmitirlos y de su carácter afable y comunicativo, acompañando aquellos de dibujos que elaboraba mientras hablaba”.
Enfatiza sus extensos conocimientos sobre arquitectura hispano musulmana, “de la que es el máximo especialista en la actualidad”, como en el ámbito de la rehabilitación arquitectónica en edificios tan importantes como la Catedral, Palacio arzobispal y Reales Alcázares de Sevilla, Itálica, Medina Azahara, Colegiata de Osuna y Mezquita de Almonaster. “Rafael es sin duda todo un exponente de la arquitectura historicista o clasicista, lo que le ha otorgado el Premio Richard H. Driehaus, habiendo decidido su fundador implantar un premio en España con su nombre”.
Su amiga la arquitecta Carmen Navarro considera asimismo que Rafael Manzano representa en el campo del Patrimonio Arquitectónico el último eslabón vivo con los grandes historiadores y restauradores de principios y mediados del siglo XX, “cuyos principios, valores, defensa y puesta en valor de su legado siempre ha mantenido y transmitido con firmeza”.
Y estas convicciones basadas en el respeto por la cultura local y la tradición constructiva “han conseguido despertar en muchos arquitectos el interés por una acción restauradora basada en la racionalidad, coherencia y conocimiento de la historia”.Con el paso del tiempo, “a mi admiración por su indiscutible personalidad, talento, intuición, capacidad docente y oficio he añadido algo que le diferencia de otros excelentes arquitectos y maestros, un gran afecto y respeto”, añade la arquitecta.
También lanza palabras de profunda admiración Ramón Pico, actual director de la Escuela de Arquitectura de Sevilla, y con el que tiene en común la cátedra de Historia de la Arquitectura. “Ante todo tengo que destacar su papel docente, que para varias generaciones de esta escuela ha sido determinante”. Considera la gran suerte “que todos tuvimos desde los años 70 a su jubilación de compartir una serie de profesores como Vicente Llop, Víctor Pérez Escolano y Rafael Manzano, cada uno con su punto de vista, Víctor en Contemporánea, Vicente en Renacimiento y Manzano en Arquitectura Antigua. Y todos enamorados de la docencia que impartían y que transmitían a los cientos de privilegiados alumnos”.
En su caso, además, “tiene un carácter especial, pues aparte de transmitir mucha pasión por la arquitectura clásica e islámica, te hacía reconocer fácilmente que todos aquellos elementos que reúne un edificio y que parecen anecdóticos, casual o frívolos, pues tienen un sentido, lógica constructiva, técnica y espacial”. “Y así vas aprendiendo el porqué de una forma afable y divertida, con esos dibujos maravillosos que te hacían recorrer el mundo a través de la pizarra”.
Por todo esto, “lo que más me interesa de Rafael Manzano es su papel docente y pedagógico, un absoluto maestro al que le debemos este reconocimiento”. Un docente “único” que marcó una línea de trabajo y de investigación “que se mantiene hoy muy centrada en el camino que él abrió, aunque el departamento haya cambiado mucho”.
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