Pío IX y Cádiz

Tribuna de opinión

En 1849 el Papa concedió al entonces alcalde, José Torres, una bula para la capilla del cementerio

José María García León

08 de agosto 2016 - 11:05

EN la historia de los papas, desde San Pedro al actual Francisco, sobresale uno de ellos por su particular vinculación con Cádiz; si bien, aunque no de forma totalmente explícita como seguidamente veremos. Nos referimos a Pío IX, popularmente conocido como Pío Nono.

Nacido en 1792, Juan María Mastai fue elegido Papa en 1846. Hombre de fuertes altibajos emocionales y aquejado de epilepsia en su juventud le tocó vivir momentos difíciles para la Iglesia que se enfrentaba, entre otros, a un doble reto, de un lado, el progresivo laicismo, fruto de las doctrinas liberales y del avance tecnológico propio de la Revolución Industrial, y de otro, la llamada “cuestión romana”, esto es, la más que cuestionable viabilidad del Estado Pontificio dentro del cada vez más ansiado proyecto unitario de la nueva Italia.

Con fecha de 20 de enero de 1849, el Papa concedía a José Torres López, alcalde de Cádiz, bula especial aplicable a la capilla del Cementerio de San José de Extramuros, dedicada al arcángel San Miguel, para que se celebrasen misas en sufragio de los difuntos. Aunque, según la Bula de la Santa Cruzada, estaban suspendidas cualquier tipo de indulgencias, se concedía esta bula con carácter especial y plenario a todos los fieles que rezasen ante dicho altar, “no solo en la fiesta octava del santo y en la conmemoración de los difuntos, sino también en cualquier día aplicándolo por las ánimas del Purgatorio”.

Sin embargo, su pontificado, que duraría 32 años, vino también salpicado por otras medidas adoptadas que chocarían con influyentes sectores laicistas y anticlericales de la sociedad española (al igual que la italiana), afines muchos de ellos a las sociedades secretas y muy conectados además con la política de entonces, que alcanzarían su mayor expresión durante el llamado Sexenio Democrático que incluyó la Primera República y el fenómeno del cantonalismo. Buena prueba de ello fue su decisión de repetir la condena de la Masonería en 1865, como ya hiciera previamente Clemente XII en 1738 y que luego proseguiría León XIII. De especial atención fueron las denominadas “materias mixtas”, como la legislación matrimonial, represión de delitos que afectaban a lo civil y eclesiástico y los problemas relativos a la enseñanza. Fue la Constitución de 1869 y el proyecto constitucional de 1873 quienes contribuyeron a tensar aún más las relaciones Iglesia–Estado, con la adopción de una serie de medidas consideradas como muy radicales por Pío IX, como la libertad de cultos, la prohibición de toda ayuda económica a la Iglesia y la supresión de la legislación canónica.

Para contrarrestar toda esta corriente de pensamiento, en 1871, con ocasión del 25 aniversario de su llegada al pontificado, el movimiento católico español organizó una serie de adhesiones a su figura y a la Iglesia en general. En Cádiz, dichas adhesiones corrieron a cargo de la Asociación de Católicos de la ciudad que, bien publicitadas por el periódico conservador El Comercio, logró recaudar 22.800 reales recolectados mayormente en las parroquias gaditanas, que fueron enviados a la central de Madrid. Todo ello no sería óbice para que dos años después, el 28 de marzo de 1873, el Ayuntamiento atendiendo a una instancia presentada por José Agustín Escudero, pastor evangélico de la denominada Iglesia Cristiana Española de Cádiz, declaró la secularización del cementerio y, a renglón seguido, el 7 de abril, Lunes Santo, fue eliminada la inscripción del pórtico, que quedó sustituida por la de Cementerio General. Igual suerte corrieron la cruz que lo coronaba y el crucifijo de mármol de la capilla que ocupaba el testero, así como los cuadros, el altar y demás objetos de culto que pasaron a depósito. Todas estas medidas, malestar aparte, se interpretó como una violación de la legislación por buena parte de la sociedad gaditana, precisamente en virtud de la libertad de culto vigente. No sería hasta 1876 con la nueva constitución, claramente inspirada por Cánovas del Castillo, cuando las relaciones con Roma se normalizarían por parte del gobierno español.

En otro orden de cosas, dos apuntes más. El primero de ellos respecto a la naviera Pinillos, tan vinculada a Cádiz, que en 1887 adquirió un nuevo vapor, de muy vistosa línea, procedente de los astilleros de Sunderland y que bautizó con el nombre de Pío IX, destinado a hacer la ruta desde España al Caribe y Estados Unidos. Viniendo de Nueva Orleáns al mando del capitán Ojinaga naufragó el 5 de diciembre de 1916 a unas 360 millas al oeste de Madeira, aunque aparte de la carga no traía pasajeros. Con todo, perecieron al menos cuarenta de sus tripulantes, salvándose 22 de ellos, once recogidos por un mercante francés y otros tantos por el trasatlántico Buenos Aires. Precisamente, en este último viajaba el poeta Salvador Rueda, quien horrorizado desde su cubierta contempló el luctuoso suceso. Aquella misma noche escribió “Velatorio en el Atlántico”, unos lúgubres sonetos que principiaban: “mar sin fin, mar feroz, monstruo sin bridas…”.

El otro apunte, meramente anecdótico, se refiere a los populares dulces “piononos”, llamados así en homenaje al Papa con motivo de que en 1854 proclamara el Dogma de la Inmaculada Concepción de María, que unos creen originarios de Granada y otros de Sevilla, aunque no faltan quien

stats