De Cerca | Juan Antonio Micó

“El camino a la excelencia es muy largo; nadie es excelente desde el primer momento”

  • Desde la Facultad de Medicina de Cádiz lidera estudios y grupos de investigación acerca de los trastornos mentales y su relación con el dolor crónico

El catedrático de Farmacología Juan Antonio Micó.

El catedrático de Farmacología Juan Antonio Micó. / Lourdes de Vicente

Cuarenta años lleva inmerso Juan Antonio Micó Segura (Ceuta, 1956) en el apasionante mundo de la investigación farmacológica, un campo en el que sienta cátedra no sólo porque sea catedrático sino también porque su experiencia y conocimientos le otorgan una posición privilegiada para analizar en profundidad sus avances en esta entrevista.

–¿Cómo duele el cerebro?

–El cerebro duele de dos maneras; y además si no hay cerebro, no hay dolor. El dolor tiene dos componentes importantes, uno el sensorial, lo que sientes cuando tienes un dolor, y luego cómo lo interpretas, que es el dolor emocional, la parte cognitiva. Esa es la parte que siempre me ha apasionado a mí, cómo algo que es una sensación se convierte en emoción, algo que sólo lo puede decir la persona que lo sufre. “Me duele aquí, me duele allí...”, y eso se acompaña luego de ansiedad, se acompaña en casos muy avanzados de depresión, y esa es la parte que más me ha gustado investigar, los aspectos emocionales, sensoriales por supuesto, del dolor acompañado de toda la esfera mental, la depresión, la ansiedad, el trastorno del sueño, todo lo que produce el dolor es lo que me ha llamado la atención investigar. Cada uno interpreta el dolor de una manera, y la parte emocional es grave porque las personas entran en un circuito, te queda como una cicatriz, una memoria: eres más sensible a todo lo que ocurre a tu alrededor, te deprimes más, te angustias, no duermes, y ese aspecto del dolor es lo que investigo.

–¿Conocemos los mecanismos del cerebro?

–Sí, claro, se conocen. Tenemos en el cerebro una serie de sustancias que el dolor transforma. Se llaman serotonina, noradrenalina, y precisamente esas son las mismas sustancias que están implicadas en la depresión y en la ansiedad, en la forma de dormir, en la calidad del sueño. Cuando tienes dolor, eso se transforma y te produce todos esos estados.

–¿Y por qué hay tanto tabú ante las enfermedades mentales?

–Bueno, hay algo que no hemos hablado. Has empezado por el dolor, y tenemos depresión, ansiedad y trastornos del sueño y trastornos de memoria. La gente que tiene dolor no se acuerda de cosas, y todo eso es porque se forman menos neuronas en el cerebro, se pierden neuronas por el dolor, nos desgasta. Las personas que tienen depresión están tristes, pero pueden tener dolor de espalda, tienen dolor de cabeza, dolores articulares, esos son los síntomas somáticos de la depresión. La depresión tiene los síntomas de la tristeza, la culpabilidad, todo lo que es lo psicológico, pero luego está lo somático, y vas al médico porque tienes un dolor de espalda y, cuando hace la exploración, se da cuenta de que lo que tienes es una depresión.

–¿Y la línea que los separa es muy fina?

–Son los mismos mecanismos. Los mecanismos por los que el dolor produce depresión y ansiedad son los mismos por los que la depresión produce dolor. Por eso se trata con antidepresivos.

–¿Es más una cuestión personal o social? ¿Influye esta sociedad que es tan exigente, a veces tan selectiva?

–Sí, por supuesto. Hay mucha investigación en este campo, pero el entorno puede cambiar tu percepción dolorosa. Si te encuentras acompañado de una familia que te arropa, esa parte emocional no te va a quitar lo que tienes, pero sí como tú lo percibes. Hay unos experimentos de una universidad canadiense que demuestran que las personas que tienen dolor y tienen cerca una familia, sus amigos, en las escalas de dolor puntúan desde el punto de vista emocional de manera diferente de los que se sienten excluidos del entorno familiar. Las áreas en el cerebro que integran la parte emocional del dolor son las mismas que se encienden en las personas excluidas, la exclusión social. Los estudios de resonancia magnética funcional, cuando cogen voluntariamente personas excluidas y personas con dolor, las zonas que se iluminan en el cerebro son las mismas.

–¿Y la farmacología es la solución? Llama la atención la evolución en los tratamientos de la enfermedad mental... La farmacología ha dado pasos importantes para humanizar estas patologías.

–No me gusta hablar de enfermedad mental, sino de trastorno mental. Y el tratamiento de los trastornos mentales era... te quemaban en la hoguera... Ha sufrido una evolución tan grande, tan grande, que hoy día podemos decir que los trastornos mentales tienen una situación humanizada; hay dispositivos asistenciales, asociaciones de pacientes, y eso es muy importante. Antes se trataban con unos remedios porque era una locura, y la psicofarmacología ha servido para dos cosas: para poder tratar al paciente cuando lo es, pero también para comprender por qué se producía eso. El psicofármaco no deja de ser una sustancia química, pero si una sustancia química mejora algo es porque ha cambiado la química de ese algo. Hemos conocido que la esquizofrenia era debida a que había muchísima dopamina, entonces el que toma cocaína o toma anfetaminas... se pone, entre comillas, como loco, el trastorno bipolar, que se pone maníaco o depresivo. Y eso no sabíamos a qué era debido, pero hoy día sabemos que es por un aumento de dopamina, una disminución de noradrenalina... ¿Es suficiente? No, no, porque tienes que tener una vulnerabilidad. Cada uno nace con una predisposición. Se decía antes que los primeros episodios psicóticos surgían cuando se iba a la mili o cuando se tenía el primer contacto con la droga. Porque en ese momento eres vulnerable, pero si tienes un entorno tranquilo, tienes tus armas para controlarlo. Pero por predisposición genética, en el momento en que el estrés te estruja... Y hemos sabido que eso es por la dopamina. Y me preguntabas, ¿es la solución? Pues para solucionar algo hay que saber primero qué tienes que solucionar. ¿Es suficiente? No, no porque el trastorno mental necesita la comprensión de la sociedad, no sentirse excluido, y eso es muy importante. Hoy día sabemos que el trastorno psicótico también se puede controlar. Hay gente que lo dice con normalidad, no se siente excluido y eso inmensamente bueno.

–¿Porque la prevención es también importante en este campo?

–Sí. Por ejemplo, en los trastornos psicóticos nosotros hablamos de un primer episodio psicótico. Suele empezar en la adolescencia, 16, 17 años, incluso antes, en la adolescencia en un porcentaje muy alto. Ahí sabemos que está ocurriendo algo en el cerebro, ahí ya ocurren cosas que podemos prevenirlas, por supuesto.

–¿Se ha demostrado que haya algún área en el cerebro a la que le influya demasiado el levante?

–Cuando estudiaba Medicina, en el laboratorio, los profesores más experimentados decían que no investigáramos los días de levante, pero no sé si eso era por la investigación en sí mismo o porque andábamos locos nosotros. Sí, hay estudios de que el levante afecta, el levante y el poniente. Por supuesto, la presión barométrica afecta igual que la noche y el día, y la luz de una ciudad... Nuestro cerebro es el órgano que está más en contacto con la interpretación de lo que nos rodea. Ahora hay varios estudios que demuestran que la contaminación ambiental puede estar influyendo en el estado mental.

–¿Esos condicionantes disparan o no las estadísticas de trastornos mentales, son distintas en Cádiz?

–No, no, no. La epidemiología de los trastornos mentales es muy similar en prácticamente toda Andalucía, y muy parecida al resto de comunidades autónomas. No hay diferencias. En las mujeres, por ejemplo, los índices de suicidio son menores que en los hombres.

–El suicidio es uno de los posibles finales de los trastornos.

–El suicidio es, a veces, el final. Hoy día sabemos detectarlo. Pero el suicidio es el final de alguien que decide eso, pero la neurobiología del suicidio se investiga mucho, y la psicofarmacología también es importante porque puede sacar a alguien de ese estado, de un estado en el que ves que puede ocurrir y tienes que estar muy atento. La psicofarmacología ha ayudado bastante, aunque también la psicofarmacología ha saltado a lo social: cualquiera se toma un antidepresivo, cualquiera se toma un ansiolítico, y eso no es bueno.

–¿Abusamos?

–Bueno, mal uso; no voy a decir abuso, es un mal uso, porque tienes que enfrentarte a tus problemas, tienes que sacar de ti tus capacidades; si tienes ansiedad, tienes que enfrentarte a ella, y cuando no puedas más... hay que diferenciar lo que es la depresión de la depre. La depre es un estado de ánimo que puede ser transitorio. La depresión tiene un trasfondo biológico, son sustancias que faltan en el cerebro, que no están ahí; como no tienen insulina los diabéticos, ahí se sube el azúcar y en la depresión baja el humor.

–¿Cómo pinta el futuro de la investigación, hay apoyo público?

–La investigación es indispensable. Pero la investigación necesita financiación, que siempre es poca, siempre es poca. También es verdad que los recursos los tenemos que optimizar, tampoco podemos pedir y pedir, pero hay convocatorias nacionales, hay convocatorias autonómicas, europeas, y en el ámbito de las neurociencias son prioritarias como en su tiempo lo fue el sida. España ha pegado un gran salto. Y durante la crisis había menos fondos para investigación pero los investigadores tienen tanto voluntarismo que no han reducido la producción científica, se ha seguido investigando y publicando pese a tener menos dinero. Un investigador es siempre un apasionado de su trabajo, un investigador no tiene hora.

–¿Qué piensa de las sombras que han caído sobre la universidad como institución después de las últimas polémicas, le ha hecho daño?

–Yo creo que sí, no somos conscientes, pero nos ha hecho daño. Es verdad que ha sido una cosa localizada, pero es verdad que la universidad necesita un cambio. Qué ha pasado con esto de los másteres: pues primero que ha tenido un trasfondo político que lo amplificado. Pero si ha ocurrido, se detecta y podemos corregirlo, bendito sea Dios. Ha sido una cosa muy focalizada, pero creo que hay rigor administrativo en la universidad, claro que lo hay, y no nos pueden calificar a toda la universidad por lo que haya ocurrido puntualmente. Pero es cierto que tenemos que incrementar los niveles de vigilancia, de la misma manera que nos preocupamos por incrementar los niveles de calidad. Pero, ojo, a mí no me gusta mucho la palabra excelencia, me gusta más la normalidad, es que ya ser normal es muy grande. Hablo en general, no de la universidad de Cádiz. Tener una docencia normal, una investigación normal y todo tirando a la mejoría, ya llegará la excelencia. El camino hacia la excelencia, que puede ser un fin, es muy largo. Nadie es excelente desde el primer momento. 

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