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Concierto

Y Lombo invocó a Bambino

  • El Baluarte de la Candelaria se rinde al artista de Dos Hermanas con las canciones del utrerano

En mayo del año que viene se cumplirán veinte años de la partida definitiva de Miguel Vargas Bambino. Manuel Lombo, camisa de lunares, pañuelo al cuello, pelo estirado, entre el público del Baluarte cantando a garganta sin red Háblame, es el símbolo viviente de la eternidad de una figura amada y respetada por artistas y aficionados, así caigan las hojas de los calendarios.

Porque la muerte no existe cuando alguien abre la boca y recuerda. Y si la palabra resucita, el cante glorifica. Y eso hizo Manuel Lombo la noche del lunes en "un enclave tan especial", dijo, como es el Baluarte de la Candelaria. Glorificar las canciones del inimitable Bambino durante dos horas de concierto donde el artista de Dos Hermanas hace lo que el título de su espectáculo dice: Lombo x Bambino. Porque Lombo no es Bambino, ni siquiera lo intenta, afortunadamente. Lombo es un artista completo, con su propia personalidad cantaora y estética, que canta las canciones (¡qué canciones, madre!) de Bambino pero, eso sí, devolviéndonos el sabor y la esencia de un tiempo.

Porque el intérprete, que abre el recital con un dedo apuntando al cielo, mostrándose poderoso y humilde a un tiempo en (todo un himno) Soy lo prohibido , se transmuta durante el concierto en un artista de la época, de esos gentelmen rumberos que cabecean al compás, mueven la pelvis y corretean por el escenario sin perder, ni por un momento, la pose ni la elegancia en la figura.

El respetable, imaginen, vuelto loco con cada pataíta, cada quejío y cada cambio, fueron tres, de vestuario ("¡si guapo estás de blanco, más lo estás ahora!") de un intérprete que se preocupó por ofrecer un espectáculo con todas las letras en fondo y forma.

Compasión, Miedo, Quiero, Voy a perder la cabeza por tu amor, Se me va, Tres veces loco... Pedro Sierra y Víctor Rosa golpean los cuerpos de las sonantas sin remordimiento, Óscar Robles se trae con sus bongos el latido de un corazón contrariado y El Torombo, con sus palmas, sus hechuras y sus palillos que son campanas, todo el compás del universo.

La rumba arrebatada o serena, la bulería cadenciosa o desatada y Lombo encajándose cada una de ellas como uno de sus trajes a medida. Canta, cuenta, se desespera, se ríe, se lamenta... -también se queja del calor con arte... ("si yo fuera un miarma con guasa diría, "y después dicen que hace calor en Sevilla")-, pero sin rastro de histrionismo, siempre frenando a tiempo, siempre siendo Lombo (más luminoso que oscuro).

El piano de Fernando Romero suma colores armónicos a la segunda parte que se despliega tras un hermoso interludio con los mimbres de miel de Laura Marchena y Cristina Tovar que toman el protagonismo desde su lugar en los coros. No me des guerra, ¡arsa!, Lombo entre en color café con leche partiendo la escena al caminar. La zambra La luz de tus ojos grises, una de esas joyas escondidas de Bambino que Lombo tiene el gusto de rescatar, deja paso a las más conocidas Advertencia, Mi amigo, Corazón loco, un popurrí con Procuro olvidarte, Bravo y Payaso y la rumba Mi amor es mío para poner punto y final, oficialmente, a la noche.

Con Tengo la experiencia y, sobre todo, con Háblame, donde el artista se baja del escenario para cantar entre el público, el respetable alcanza el clímax. Y colmados ya de pasión y de Bambino, Lombo se despide con un guiño local, el tango Como el aroma de nardos del coro 'Los taberneros de Puerto'.

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