eNFOQUE DE DOMINGO. LA NAVIDAD, ENTRE LA TRADICIÓN Y LA HISTORIA

Jesús nació antes de Cristo

  • La historia, el simbolismo y la tradición se mezclan en la Navidad, que se suele presentar con un envoltorio infantil y que los teólogos tratan de ubicar en una esfera más profunda

Conviene, quizás, empezar por el final, por una conclusión: "¿Todo es un cuento? ¿Nos han engañado los evangelistas? No. Los relatos de la Navidad no son ningún cuento, ni hemos sido engañados. Lo que nos ocurre es que nos equivocamos cuando pretendemos abordar los evangelios desde una perspectiva que no fue la que pretendieron sus autores, cuando queremos hallar respuestas a unas preguntas que ellos no se plantearon ni tuvieron intención de plantear. Los evangelios, especialmente el evangelio de la infancia de Jesús, no son un librito de historia". Así se expresa Leonardo Boff en uno de los capítulos de su libro Jesucristo el Liberador, en el que el teólogo brasileño realiza una profunda exégesis de algunos de los elementos que componen la Navidad cristiana. De su mano y de otros teólogos y expertos en Biblia trataremos de construir un mosaico navideño en el que podamos distinguir la historia, la tradición y, como hecho religioso al que nos enfrentamos, la fe, válida para unos y cegadora para otros. Nos acercamos a la Navidad a partir de la interpretación teológica de sus fuentes, dos de los cuatro evangelios oficiales; de los relatos apócrifos no reconocidos como válidos por la Iglesia y de la tradición que, a lo largo de casi veinte siglos, han llegado hasta nuestros días y que se plasman, por norma general, en los belenes que tanto se visitan en estas fiestas y en los villancicos que se entonan con más o menos acierto musical.

Alrededor de la Navidad, y dejando a un lado el fervor comercial de estos días, hay todo un conjunto de imágenes que se han instalado en nuestra cultura y que suelen admitirse como válidas e irrefutables sin apenas cuestionarse su posible significado o su verdadera existencia: la estrella, los Reyes Magos, el pesebre y sus animales, los gozosos pastores, Herodes y su cruento infanticidio, el nacimiento en Belén, las anunciaciones divinas...

Éstas y otras escenas forman parte de la celebración de la Navidad desde hace siglos. La Iglesia católica empezó a celebrar esta fiesta, prácticamente tal y como la conocemos hoy día, desde aproximadamente el año 350 de la era cristiana. Apenas medio siglo antes comenzó la Iglesia ortodoxa. Pero ambas con el acento puesto en distintos acontecimientos: mientras la iglesia oriental lo hizo celebrando sobre todo la Epifanía, el 6 de enero, la occidental puso el énfasis en el nacimiento de Jesús y escogió el 25 de diciembre apropiándose de la fecha en la que los romanos celebraban el nacimiento del sol.

Porque Jesús, cuya existencia meramente histórica es admitida con muchísima menos discusión que en otros periodos, no nació un 25 de diciembre. Ni siquiera lo hizo en el año cero de nuestra era. Su llegada al mundo se sitúa, con amplio consenso eclesial e histórico, entre los años 4 y 6... antes de Cristo. ¿Paradójico? Sí. ¿Cierto? También: Jesús nació antes de Cristo.

A las fuentes evangélicas se unen las históricas, con citas de historiadores romanos como Tácito o judíos como Josefo, que hablan de la existencia de Jesús y de sus seguidores, los cristianos, con quienes ninguno de los dos, sobre todo el segundo, comulgaban.

De los cuatro evangelistas, sólo dos relatan la infancia de Jesús: Mateo y Lucas. No lo hace Juan, el evangelio más tardío y el más original de todos, pero tampoco lo hace Marcos, que escribió el texto más antiguo de todos y del que beben precisamente los otros dos sinópticos. Esto sucede, a decir de los expertos bíblicos, porque en torno a los años 80 y 90, cuando Mateo y Lucas escriben sus evangelios, las comunidades cristianas empiezan a interesarse por la procedencia de Jesús, por sus primeros años. Lo que apenas una década antes, con Marcos, no importaba, empieza a cuestionarse después. Y también influye un hecho cultural: en la literatura antigua, los grandes personajes del mundo cuentan con relatos de infancia, como sucede con Ciro, Alejandro y Augusto, entre otros.

Así que Mateo y Lucas, una vez que el primer evangelista ha construido su relato sobre la vida pública y adulta de Jesús, se entregan a la tarea posterior de escribir la infancia. Y lo hacen de una forma muy distinta, con escasas, muy escasas, coincidencias, que José y María son los padres terrenales de Jesús, el nacimiento en Belén y la concepción por obra del Espíritu Pero cuentan anunciaciones distintas: Mateo sitúa al ángel hablando en sueños a José, y Lucas anunciando directamente a María su elección divina. También coinciden en citar la descendencia davídica (de la estirpe de David) de Jesús, aunque con diferencias: Lucas lo afirma directamente y Mateo aporta una amplia genealogía con la inclusión de cuatro mujeres. En todo lo demás, Mateo y Lucas eligen caminos diferentes para hablar del Jesús niño.

Así, Mateo construye un pequeño Pentateuco con cinco relatos en los que, con continuas citas del Antiguo Testamento, presenta a Jesús como un nuevo Moisés, un nuevo libertador. De ahí, el exilio en Egipto, la persecución de Herodes y la matanza de los inocentes. Aquí aparecen los magos de Oriente, que no Reyes, la estrella y otros elementos, para un nacimiento que Mateo ubica en una "casa".

Lucas, por su parte, detiene su mirada en hacer un paralelismo entre Jesús y Juan el Bautista, situando al primero por encima del segundo en importancia. Lucas introduce varios himnos, como el Magníficat que pone en boca de María, y habla de pesebre, pañales y del rechazo a acoger a la madre a punto de dar a luz en la posada.

Y de ambos relatos surge la amalgama de figuritas que confirman un belén, donde aparecen mezcladas las escenas de uno y otro evangelista sin distinción de procedencia y de intenciones. Si a ello se le unen la tradición y los relatos de los evangelios apócrifos, no admitidos por la Iglesia pero incorporados por los siglos de los siglos a la creencia popular, aparece el nacimiento tal y como hoy se monta en casas particulares y lugares públicos.

Insisten teólogos y expertos bíblicos en que los evangelistas no pretendieron escribir un texto histórico, sino que sus obras son "relatos teológicos y catequéticos, reflexiones y conclusiones realizadas a la luz de la muerte y resurrección de Jesús. Relatos, todos pospascuales". Y explican que los relatos de la infancia de Jesús "no son infantiles, están escritos para adultos". Todo tiene, pues, un significado que, para la Iglesia, va más allá del hecho histórico y exacto.

Por ejemplo, ni siquiera el decreto de Augusto para realizar un censo mundial coincide históricamente con la fecha del nacimiento de Jesús. Lucas lo mueve en el tiempo y lo utiliza para justificar el traslado de la familia de Jesús y el nacimiento en Belén, como Mateo echa mano de la huida a Egipto para acabar en la misma ciudad, la que, según la profecía, debía acoger el nacimiento de el Mesías. Pero, con mucha discusión aún, Belén se considera la "patria teológica" de un Jesús que vivió en Nazaret y que también pudo nacer en la pequeña aldea de Galilea.

El pesebre de Lucas simboliza "un signo de pobreza", mientras que los pañales en que se envuelven son "signo de acogida" frente al "rechazo", el mismo que sufrirá de adulto, en la posada. También se identifica con los pobres la anunciación a los pastores, clase marginal de la época que no eran doctos en la ley y las escrituras,

¿Y la mula y el buey? No aparecen en ningún evangelio, como recordó en su libro sobre la infancia de Jesús el ahora Papa emérito Benedicto XVI. Algunos teólogos, en todo caso, despojan a los dos animales del efecto calefactor que le atribuyen los villancicos populares y se remontan a los primeros versículos de Isaías para resaltar un cierto simbolismo con la ignorancia del pueblo de Israel.

Porque la mula y el buey sólo aparecen en los evangelios apócrifos, en los que también se nombran a los magos como reyes, se dicen que son tres, se les pone nombre y se señala que uno de ellos es de color. Nada atribuible a Mateo y Lucas y, sin embargo, una creencia absolutamente incorporada a nuestra cultura como exacta e inefable. Los teólogos prefieren resaltar de los magos el carácter universal de la llegada de Jesús, que "no sólo afecta a los judíos".

La estrella que los guía, que algunos hacen coincidir con la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis, ocurrida en el año 7 a.C, es para los exégetas símbolo de luz, de guía, al tiempo que se recuerda que el nacimiento de los grandes hombres de la humanidad hasta aquella época se había acompañado de una estrella en el firmamento.

Por todo eso, los teólogos llaman a "despojar de infantilismo" los relatos evangélicos sobre la infancia de Jesús, que se escribieron "para sostener la fe de las primeras comunidades y con un sentido teológico, que no histórico. Tratan de responder a las preguntas de quién es Jesús y para qué ha venido al mundo".

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