Todo bajo el cielo
CUENTO DE NAVIDAD
La cuestión era que Zhang Min se había perdido. Se había deslizado de su mano, casi sin que se diera cuenta, mientras intentaban distinguir el parpadeo de alguna estrella en lo alto. La gente que se cruzaba por la calle parecía emerger de entre la niebla, todos bien cubiertos, el rostro medio oculto por gorros y mascarillas. La niebla, sin duda, tenía la culpa: esa bruma extraña de ciudad, que no era como la neblina del amanecer, que parecía pesar en el aire. La niebla se la había tragado. Acababa de recogerla de clase y habían salido a comprar esas bayas cubiertas de azúcar que tanto le gustaban. Lo habían hecho ya una costumbre. Zhang Min le señaló entusiasmada a un hombre que avanzaba en dirección contraria, bajo lo que parecía un paraguas de estrellas, y que Li Jing confundió en principio con algún tipo de muñeco gigante. Algún espantapájaros venido a más. Zhang Min salió corriendo hacia él, dejando caer las bayas rojas, como granadas diminutas, a su paso.
Conforme se iban acercando, podían distinguir que otros niños habían acudido también a contemplar el fenómeno. El hombre los saludaba y les regalaba a cada uno una estrella. También a Zhang Min. "Si no hay en el cielo, alguien tiene que bajar las estrellas a la tierra", explicó, ante la mirada aprehensiva de su hermana.
Y eso fue todo lo que recordaba. Un vacío en su mano y, al volverse, Zhang Min ya no estaba, perdida entre aquella especie de humo anaranjado. Li Jing repitió su nombre con angustia, sin atreverse a alejarse del círculo de luz. "¿No la ha visto?", le pregunto al hombre, que había seguido repartiendo estrellas entre los niños. El desconocido negó en silencio, pero insistió en que ella también cogiera una de aquellas linternas: "No podrías ir muy lejos sin ella, la niebla es hoy muy espesa". Li Jing tomó en sus manos aquella especie de juguete de luz. Estaba convencida de que era material descartado, o robado, de alguna de las fábricas, pero no podía imaginar dónde podrían elaborar esos farolillos tan bien hechos, en los que era imposible distinguir las pilas.
Se dirigió primero a la entrada de la nave en la que trabajaba. Ninguna de las compañeras decía haberse encontrado con Zhang Min, aunque al portero le había parecido verla encaminarse, "con una estrella como la tuya", hacia la fábrica de árboles, Sinte An. Li Jing resopló, entre aliviada y enfadada: a Zhang Min le fascinaban los abetos nevados. No es que ellas hubieran visto un abeto real en su vida, ni un copo de nieve. Ni una Navidad, ya que estamos. No había de esas cosas en Yiwu."Bueno, al menos, nosotros también tenemos estrellas", le decía Li Jing para animarla. Su hermana la miraba con tristeza: "Pero sólo en el campo", le respondía. Qué difícil era atisbar un sólo resplandor tras aquellos jirones de lana sucia.
Las puertas de Sinte An eran tan grandes que parecían combarse sobre su propio peso. Li Jing había visto antes al guarda de esa otra factoría, que no desentonaba en aquella desmesurada estructura: parecía un gigante algo desmejorado, como si acabara de pasar alguna fiebre. Avanzaba lentamente y las ropas parecían las de otro gigante con algunos kilos más. Li Jing le explicó que buscaba a su hermana, que la había perdido, que la habían visto dirigirse hacia allí, que llevaba una estrella luminosa, como ella. El gigante se acercó una mano a su oído -probablemente, los sonidos llegaban amortiguados a esa altura- y le indicó un pasillo a la derecha.
Li Jing avanzó en esa dirección, aferrándose temerosa a su linterna. Conforme andaba, paredes y techos iban cubriéndose de un polvo rojo cada vez más intenso. A ambos lados, se amontonaban cajas y cajas con el rostro del anciano sonriente: Trust Sinterklass! He will give you the desires of your heart. Li Jing se asomó a una sala de la que salían vapores de un intenso color grana. En su interior, varios empleados se dedicaban a sumergir lo que parecían corazones de poliestireno en un líquido pegajoso y a rociarlos con tinte. Cerca de la entrada, uno de los chicos manejaba con cuidado las figuras y las ponía a secar. Parecían algo vivo en sus manos, y brillaban con una luz peculiar, como si fuera propia, bajo aquel contraste: "A los corazones hay que manejarlos con cuidado", le dijo el chico al distinguirla, y Li Jing pudo ver que le sonreía aun con la máscara puesta. "¿Eres nueva? ¿No tienes una?", le dijo, señalándose la cara. Li Jing negó: "Estoy buscando a mi hermana. Una niña pequeña, con una estrella -respondió ella, levantando su farolillo-. Tenía curiosidad por ver los árboles, esos que pintan de blanco". El joven se apartó hacia una esquina y regresó a los pocos segundos, entregándole una mascarilla: "Mientras estés aquí, llévala puesta todo el rato. Puedes llegar a marearte, o a ver cosas raras... -le guiñó-. Los árboles de Navidad están siguiendo la corriente de frío, al subir la escalera".
Li Jing corrió sobre sus pasos, dejando atrás las cajas con sus corazones dentro, respirando con dificultad bajo la mascarilla. Tal vez a Zhang Min no le habían dado ninguna. Tal vez ella también estaría viendo cosas raras, como corazones de corcho que latían.
El segundo piso de la fábrica le recordaba a los pasillos de un hospital. Al menos, como en un hospital, una pantalla indicaba las áreas: Árboles de luces, Árboles clásicos, Árboles en miniatura, Árboles con nieve. De tanto en tanto, alguien salía de alguna de las salas y le dirigía una mirada de extrañeza. A Li Jing le quemaba el pecho. Se dirigió con paso rápido hacia la zona de los Árboles con nieve. Sobre el blanco del suelo, comenzaron a aparecer algunas bayas rojas. El rastro conducía hasta el interior de una estancia no muy grande, separada del resto por una leve pared del pladur y en la que la nieve artificial se había concentrado de tal forma que cubría con falsos carámbanos los rincones, los bajos de los palés, la mesa y las sillas. En el centro, una figura envuelta en un mono azul rociaba con polvo de nieve un abeto inmenso. A Zhang Min le hubiera encantado verlo. Li Jing creía percibir incluso un aroma único, mezcla de menta y resina: "No puede ser -pensó-. Tenía que estar oliendo a pegamento". La figura se volvió como si la hubiera escuchado. Llevaba la cabeza cubierta con uno de esos gorros de quirófano y la contempló con ojos febriles y azules. "Tú debes ser Li Jing, tu hermana me ha dicho que vendrías a buscarla. Yo soy Xue, la responsable de la nieve", le dijo, estrechándole su mano helada. "¿Zhang Min ha estado aquí?", respondió ella, haciendo esfuerzos por no llorar. "Claro que ha estado aquí. Hemos estado tomando un té, ¿quieres uno?", Li Jing negó, nerviosa. "Zhang Min está ahí arriba, en la azotea - le indicó la responsable de la nieve-. Ya le he dicho que no podía quedarse mucho rato, que iba a coger frío".
Li Jing subió de tres en tres los peldaños de una escalerilla de caracol que ascendía, endeble, hasta lo alto del edificio. La puerta de acceso estaba entreabierta y el aire silbaba por la rendija. Zhang Min descansaba sobre una pequeña cabina, no más alta que ella misma. Tenía la estrella sobre el regazo y mantenía los pies muy juntos. Li Jing se incorporó a su lado y le pasó un brazo por encima. El mundo de abajo no estaba y la niebla parecía deshacerse justo bajo sus pies. "¡Mira! -señaló la niña-. La mujer de la nieve me lo dijo, me dijo que hoy podríamos ver estrellas".
Y allá, en lo alto, una enorme gota de mercurio parpadeó en lo oscuro y cayó a peso, perdiéndose en la nada. Hundiéndose en la niebla.
No había nadie en la habitación de la nieve cuando bajaron, aunque aún salía humo del hervidor de agua. Tampoco vieron al chico de los corazones, pero sí estaba ahí el gigante de la puerta: "Espero que hayáis pedido un deseo -les dijo-. Aquí se cumplen de verdad".
Salieron andando al exterior.
Y su estrella las guiaba.
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