Patrimonio

El Hotel Casa Palacio Sagasta, el enclave donde dormía el Duque de Wellington en Cádiz

Patio de luces en torno al que se distribuyen las 38 habitaciones de la Casa Palacio de Sagasta

Patio de luces en torno al que se distribuyen las 38 habitaciones de la Casa Palacio de Sagasta / Miguel Gómez

Cuando el Duque de Wellington se alojaba en Cádiz, lo hacía en la casa de su hermano, que era el Embajador británico Sir Richard Wellesley, que vivía precisamente en el hermoso edificio que hoy ocupa el recién inaugurado Hotel Áurea Casa Palacio Sagasta, cuyos cimientos se levantaron entre 1738 y 1743.

Dicen que era en la sede de la embajada, que entonces se encontraba en la denominada calle Amargura 101 y 102, donde el duque ideaba las estrategias del ejército aliado para expulsar a las tropas napoleónicas de la península, probablemente en las estancias que hoy ocupan algunas de sus 38 habitaciones, escribiendo una de las muchas páginas de historias vividas entre las paredes y muros del legendario edificio típico de cargadores de indias, con torre mirador incluida. 

En la planta del entresuelo vivía en sus orígenes Francisco Xavier Insúa, que era el único español al servicio de la embajada, mientras que la planta baja la ocupaban una mercería, una sastrería que cerró por causa de la guerra y una barbería donde residía el barbero, junto con su mujer y su hija.

Una historia que pone en pie el historiador Fernando Jesús Elduque Martínez en el recorrido guiado a la prensa gaditana para contagiarse del espíritu burgués, histórico, comercial y cultural de la época. A los pies de la flamante finca restaurada tras cuatro años de intenso trabajo por el Grupo Hotusa (de Eurostars Hotel Company), invita a redescubrir los detalles de su singular fachada, de las pocas en Cádiz que conservan sus balcones abombados como elemento único de la arquitectura gaditana de la época, la llamada curva isabelina "que se debía a la indumentaria del momento, pues daban cabida a los abultados miriñaques que vestían las mujeres, aunque hay controversia en este tema". Junto a las balconadas se observan adornos florales y querubines, además de sus cierros del siglo XIX, que también mantienen sus vidrios curvos como elemento original, y el enorme guardacantón que salvaba aquella esquina de los golpes de los carruajes de caballos de la época.

Fachada del Áurea Hotel Casa Palacio Sagasta Fachada del Áurea Hotel Casa Palacio Sagasta

Fachada del Áurea Hotel Casa Palacio Sagasta / Miguel Gómez

Una potente fachada que aguarda las entrañas de un imponente edificio, en el que han intentado mantener todos los elementos originales en el delicado proceso arquitectónico y de restauración llevado a cabo entre el equipo de arquitectas, restauradores, arqueólogos y ebanistas. Desde suelos de mármol originales, a techos de vigas de maderas, pasando por yeserías, pasamanerías, carpinterías, incluyendo detalles como el llamador del servicio junto a la puerta principal, o los tendederos y arandelas para subir la carga de la azotea. "Hemos intentado mantener todo lo que se ha podido recuperar gracias al trabajo en colaboración entre todos los profesionales", explica la arquitecta Olga Fernández-Montes, que junto a la arquitecta técnica Francisca Alcántara, y la directora del hotel, Mª Carmen Atienza, ofrecen todo tipo de explicaciones.

Otros inquilinos de la casa

En la portada de mármol blanco del hotel, también primitiva, figura el escudo heráldico con un blasón que perteneció a la familia Díaz Trechuelo, que fue uno de los primeros inquilinos del edificio, tras el que vivió el embajador inglés hermano de Wellington, y al que siguió Benito Cuesta, "que representa el último linaje que residió en la finca hasta la década de los 90", dice el historiador, y cuyas iniciales se aprecian en la cancela de hierro que abre paso al patio principal, con la monumental escalera en mármol al frente. 

"Se trata de la típica casa-palacio de cargadores de Indias, que se distribuía habitualmente en cuatro plantas, la baja y entreplanta para almacenes y despachos para los trabajos comerciales, la vivienda principal para la planta noble y que es la que tiene techos más altos y decoración señorial, y la última para el servicio doméstico, por estar más cerca de la azotea para tender y coger el agua de lluvia almacenada y verterla en los aljibes", narra Fernando Jesús Elduque.

La visita continúa por la singular escalera, que sorprende por su extraordinaria altura y el relieve con decoración de temática vegetal, lacería y geométrica que dibujan sus paredes, y en la que igualmente se han restaurado todos sus elementos originales como los mármoles de los peldaños y zócalos, la madera de sus balaustradas "con un pie de arranque y pieza de remate original, mientras que la otra es una réplica", puntualiza la arquitecta.

También se mantienen intactas las contraventanas de las elegantes y espaciosas habitaciones, con estancias de salón anexas, y con detalles como la gran reproducción de un grabado histórico de Cádiz procedente de la Fundación Joly, entre otras estampas antiguas de la ciudad en sus pasillos.  

Sobre el conjunto del edificio, de puertas en almagra y gris, sobrecoge la estructura de la montera de cristal, "que se ha reforzado y restaurado, además de sustituir sus cristales", cuenta Francisca Alcántara. Y a través de ella se presenta, imponente, su torre mirador de tipo garita, una de las 126 que se mantienen vivas en Cádiz.  

La torre mirador, de las más altas de Cádiz

La torre del edificio estaba totalmente devastada, incluso con la garita vencida, pero colmada de retazos de vivencias pasadas como un teatrillo de marionetas e incluso un columbario de palomas, "porque al final los usos dependían de sus moradores", comenta el historiador.

Desde esta esbelta y enorme estructura que da cabida a tres habitaciones, aunque solo la 402 contiene el mirador, se otea casi el mismo paisaje arquitectónico de fondo, con las torres miradores perfilando el espectacular skyline del casco antiguo, y el muelle y el mar a plena vista. "Las torres, que son la herencia de la tradición arquitectónica islámica, tenían la doble función de ver y ser vistas para mostrar el poderío de las familias, eran símbolos de prestigio", comenta Fernando Jesús Elduque, al hilo de aquellos ilustres comerciantes que esperaban las mercancías de sus barcos llegar. 

En concreto, la torre del Hotel Áurea Casa Palacio Sagasta, de las más altas de Cádiz, es de garita de planta octogonal, y antiguamente se subía hasta este punto álgido del edificio de siete plantas en total por una escalera de caracol, "que estaba aplastada y se ha sustituido por otra metálica". La encontraron en estado ruinoso, por lo que ha sido expresamente rehabilitada, manteniendo sus molduras con típicos motivos geométricos de almagra, del arte mudéjar, cuyo color se repite en las puertas de la segunda planta.

"La puerta de la garita también es la original", porque es este uno de los principales reclamos del hotel, la historia que aguarda intacta entre sus habitaciones, desde el cielo, hasta el subsuelo, donde se ha construido un spa aprovechando el aljibe, cuya ornamentación se inspira en el azulejo primitivo ubicado tras la puerta del zaguán.

Y porque cada uno de estos elementos conforman un guiño al pasado, a las decenas de historias centenarias que hoy también se alojan en este hotel, para mirar de frente a un turismo cultural de calidad que aprecie el exquisito patrimonio de Cádiz. 

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