Fallece el doctor Ramón Natera Marín
Les confieso que estoy profundamente sorprendido no sólo por el repentino e inesperado fallecimiento de Ramón, a sus 58 años de edad cuando disfrutaba de sus vacaciones, sino que también me siento intensamente dolido por la pérdida de un compañero de la UCA, de un apreciado amigo y de un conciudadano servicial. En estos momentos me siguen resonando las palabras claras y categóricas con las que me respondió, el pasado mes de junio, a mi pregunta tópica que en muchas ocasiones le había repetido: "¿Qué haces ahora, Ramón? Ahora, igual que siempre, lo único que hago es preocuparme y ocuparme de la gente". Y es que, este profesor, trabajador, serio y, sobre todo, servicial, no sólo regulaba con precisión las minuciosas tareas docentes e investigadoras sin permitir que, en ningún momento, el aburrimiento o la petulancia se asentaran en su milimétrico programa de trabajo, sino que, además, estaba permanentemente atento a todo lo que ocurría en su Escuela de Ingeniería y a lo que pasaba en la Universidad.
A lo largo de su aventura profesional y ciudadana, presidida por la lucidez y orientada por la generosidad, Ramón, se marcó unos altos niveles de autoexigencia, de rigor, de honestidad y de transparencia. Con su manera clara de expresar su pensamiento y con su pasión por acercarse, como él repetía, "a sus gentes", ponía de manifiesto su convicción de que las labores convergentes del profesor y del ciudadano debían fluir entre la ternura y la amistad, y que, sobre todo, debía estar orientada por profundas convicciones éticas. Ésta es la clave que, a mi juicio, explica que, en su búsqueda profesional y humana, persiguiera explícitamente un progreso científico y técnico realmente humanizador. Qué descanse en paz.
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