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Infractores del estado alarma

Coronavirus en Cádiz: Hora punta en la Fase - 1

  • Hay trampas veniales, la situación se está relajando de algún modo, la vuelta a la vida en la calle trata de acomodarse a la nueva normalidad, pero entre los padres que sacan a sus hijos un rato a la playa parece existir una conciencia de que hay que seguir las normas más razonables. La Policía cree que la gente se está portando.

Dos jóvenes son identificados en la playa por agentes locales

Dos jóvenes son identificados en la playa por agentes locales / Lourdes de vicente

Son las ocho y media de la mañana. Tomo café en la terraza de casa, contemplo el mismo paisaje de los últimos 40 días. La playa. La playa... ¡y un tipo paseando por la playa! Así, sin más. No lleva perro, no lleva bolsa, no lleva carrito. Ni siquiera lleva niño. Hay que ser criminal. Aprovechando la quietud de las primeras horas del día. Hay una persona en la playa. ¡Sáquenlo de ahí! ¿Nadie va a hacer nada ante esta conducta claramente delictiva? ¿Este hombre no es consciente de la situación a la que nos enfrentamos? Insolidario, cretino, caradura. Envidio profundamente el paseo ilegal de este hombre que desaparece de mi vista camino de Cortadura. Por cierto, diviso que lleva mascarilla. ¿Para qué lleva mascarilla?

Bien pensado, se trata sólo de una persona paseando por la playa. Los había a decenas hace cuarenta días y ha sido verle y ponerle a la altura de cualquiera de los líderes del ranking de los defraudadores de Hacienda. Decían que todo esto nos iba a cambiar y, caramba, sí que me está cambiando. Me sacudo las neuronas animadas por el café, me aseo y veo las últimas notificaciones del móvil. La Policía se comunica conmigo e incluye una foto de unos veinteañeros. Tienen botellines de cerveza, una baraja de cartas (es una de la evidencias del delito), paquetes de tabaco y también me dicen que estaban consumiendo drogas. Intuyo que se estaban echando unos porros en un pasaje de Cádiz. Una quedada desafiando a la autoridad. Son cinco y han sido denunciados. Esta juventud no tiene valores. Los tíos se habían saltado a fosbury las cuatro fases, de la cero a la tres, lo que es más grave que el hombre que acabo de ver en la playa, que se había saltado sólo la Fase -1.

Ayer me comprometí en la reunión telemática de contenidos del periódico a hacer un reportaje de soplón. Salgo y me chivo de todo el mundo, ¿qué os parece? El mismo Kichi ha dicho lo que ha dicho, nos ha echado una regañina y está esa foto de desmadre de todo el mundo en la calle, que unos dicen que está trucada y otros que todo es relativo. En las redes sociales los comentaristas se han dividido en dos bandos, los que insultan a quienes están en la calle y los que insultan al fotógrafo, al que conozco y es un gran fotógrafo que se dedica a fotografiar. No observé entusiasmo ante mi propuesta, pero tampoco nadie me dijo que no lo hiciera. Y resulta que no he pisado a la calle y ya tengo seis infractores.Salgo decidido y abordo a bocajarro a padres tranquilos con sus hijos en la arena. Un trabajador de una empresa publica que teletrabaja pero que en este horario laboral está en la playa me dice que sí, que salió el domingo, pero que no vio desmadre alguno: “En Cádiz nos conocemos todos, nos cruzamos y no vamos a hacer como que no nos conocemos. Nos saludamos e intercambiamos alguna conversación. Es lo normal”. “Pero es que ya sabes que hay una nueva normalidad. Lo normal de antes ya no es lo normal de ahora”. “Ya, pero si sales de una normalidad y te dicen que hay una nueva normalidad te tienen que explicar qué es la normalidad nueva y qué se elimina de la antigua normalidad y que a la gente normal eso le parezca normal para que sea normal”. Touché ante la antigua racionalidad. Estoy impaciente por conocer la nueva impuesta normalidad.

"Si te dicen que hay una nueva normalidad te tienen que decir en qué consiste y que a ti te parezca normal"

Una madre, a la altura del hotel Playa, me tranquiliza. Es de Loreto y el domingo salió con su hijo de cuatro años, Javi, a una zona de césped que tiene cerca de casa. Se bajó la bicicleta y Javi, que no lleva mal el confinamiento, “es muy casero”, redescubrió la libertad. Lo pasó en grande. A la hora ella dijo hay que volver a casa y él volvió sin rechistar. “No me atreví a venir a la playa por si había mucha gente y, total, vamos a volver a lo normal sólo hay que tener un poco de paciencia y quizá el domingo la gente lo necesitaba y salió demasiada gente a la misma hora”. Mira el reloj, casi se ha cumplido la hora. Ella está decidida a cumplir la norma estrictamente. Le dice a Javi que vaya recogiendo los juguetes que se ha traído. Javi se queda mirando fijamente el quad de la policía que pasa ante ellos. “Mami, ¿ese coche puede andar por el agua?” “No, no puede”. Javi parece decepcionado por que el humano no tenga coches que anden por el agua. Se encoge de hombros y recoge los juguetes.

Tras cuarenta días sin ver fútbol, la última vez que lo vi fue en el histórico partido en Anfield hace la enormidad de 50 días, me quedo congelado en las porterías de la playa del cementerio. Un renacuajo de cuatro años chuta bien esquinado, gran estirada de su hermano de seis, roza el balón pero no lo alcanza. Casi grito ¡gol! Esto me despista de dos nuevos infractores. Sus padres utilizan un ardid. Ella está a unos 50 metros con el mayor de los hermanos y el padre está con los dos pequeños. Je, infractores. “Llevamos los cinco juntos en casa cuarenta días, no le veo mucho sentido que nos tengamos que separar para salir. Y menos a la playa”.

Indago algunas tipologías infractoras más. Un restaurante se ofrece a llevarte cabrillas con tomate a casa por siete euros contactando por whatsapp (los restaurantes podrán llevar comida a domicilio en la Fase 1, dijo el presidente. ¿Eso no se podía ya?), sigo a dos ancianos con muletas paseando por el paseo marítimo para comprobar que no van a comprar el pan. Ajá, no van a comprar el pan. Son dos ancianos infractores. Él, incluso, se sienta en un banco del Paseo, deja a un lado la muleta y contesta a una llamada telefónica. No les pregunto para no ponerles nerviosos al haber sido pillados en una falta. Pese a estar prohibido el baño escucho a mis espaldas a otra madre que dice “ya se ha pegado el primer baño del año”. El mocoso de unos tres años está empapado de arriba a abajo, a por las olas que se ha ido en cuanto las ha visto. El mocoso infractor. “Pues me lo llevo a casa a secarle”, dice ella a una madre amiga. Y el mocoso con una encantadora cara de niño malo sonríe de oreja a oreja, una sonrisa de bien ha valido la pena el baño. O quien se marca un doblete. Ella lleva a la niña, que yo diría que no tiene trece años, y él lleva al perro. O esos dos padres colegas que claramente han quedado para salir a la misma hora y están hablando entre ellos, es verdad que a su distancia, mientras tienen a sus niños en lados separados de la orilla. “No, no puedes jugar con Adrián. Hablad entre vosotros como nosotros, a distancia”. Y los niños obedecen.

Destacan dos adolescentes que con mascarillas y una inusitada serenidad se adentran en la playa y se ponen a pasear por ella. Uno de ellos lleva una camiseta de fútbol verde. Me asombra su desparpajo. La patrulla policial se acerca a ellos. Son dos marroquíes de un centro de acogida, quizá hayan llegado aquí en patera y sus conceptos de peligro son diferentes a los nuestros. Los agentes les explican que no pueden estar en la playa. La barrera del idioma complica la fluidez comunicativa. Ellos creen haber entendido que estamos en otra fase y la policía les dice que no, que estamos en la misma no fase. Es verdad que los españoles mismos nos liamos con las fases.

Con todo mi dossier de infracciones, pregunto a los agentes que si la gente está siguiendo las normas. “La gente se está comportando muy bien. Es verdad que el domingo, por ser el primer día, hubo un poco más de confusión, pero a la gente se le explicaba y no había problema. Y en estos días muy bien. Salvo casos muy aislados, muy bien”.

Mi última infractora está disfrutando del sol en la arena. Hace un bonito día de playa. Ha bajado con su pareja con los niños. Ella se ocupa de uno y él de otro, pero en realidad él se ocupa de los dos. Ella es enfermera de la planta 8 del hospital Puerta del Mar, la planta Covid. Entra de guardia mañana después de que haya pasado el test de las mascarillas defectuosas. Está limpia. Me cuenta cómo se han organizado para que el virus no entrara en casa. Una disciplina estricta, aislarse de los suyos. “Lo peor ya ha pasado. Miro lo que han sufrido mis compañeros de Madrid y aquí nos tenemos que considerar afortunados. Miedo no he pasado, aunque lo de las epis ha sido una vergüenza. Los pacientes que hemos tenido se han portado muy bien. La mayor preocupación era no contagiarnos, muy obedientes a todo lo que les decíamos y nosotros intentando que ellos estuvieran tranquilos, que supieran que iban a estar atendidos”.

Esta infractora se ha ganado una tarde de sol. No he visto una sola imprudencia en mi recorrido, sólo gente civilizada en un día de playa. Bastante disgustos nos da el virus. No tengamos miedo de nosotros mismos.

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