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Aparte de que nadie es perfecto...

  • Notorius Ediciones lanza un magnífico libro en torno a una de las principales figuras de la edad dorada de Hollywood: el director, guionista y productor Billy Wilder. Con numerosas fotos, 22 cinéfilos diseccionan al 'dios'.

Veintidós firmas acuden a la ceremonia. Son, como Fernando Trueba, que aclamó a su propio dios cuando recogió el oscar, seguidores de una religión monoteísta en la que se adora  la chispa, la provocación, la heterodoxia y, también, por qué no, el clasicismo -como era dios podía hacerlo todo- de Billy Wilder, lo que no está mal para un tipo que no iba a la Iglesia porque "arrodillarme me hace bolsas en los pantalones". Estamos hablado de la joyita -el diminutivo es relativo, son 456 páginas y cuesta 40 pavos- que Notorius Ediciones nos entrega como el libro definitivo sobre el padre de la frase más repetida del cine: "Nadie es perfecto". Estamos hablando de un viaje interestelar en fotos, frases y anécdotas a "El universo de Billy Wilder". Será o no será el libro definitivo, pero es delicioso, cuidado, de los que quedan bien chulos en un lugar destacado del salón. Es útil para adorno y para lectura, igual que Wilder se marcaba una comedia o un dramón y las dos eran obras maestras (por decir algo, Con faldas y a lo loco y El crepúsculo de los dioses, imposible no tener a ambas en nuestras oraciones y sabernos su diálogos de corrido).

 

En buena medida, el elenco que se da cita en este libro era el equipo médico habitual de Qué grande es el cine, el programa en el que José Luis Garci hacía desfilar clásicos para después realizar el sano ejercicio de charlar de la peli, eso que en su día -ya no sé si se hace- practicábamos en la barra del bar de al lado del cine compartiendo muchas cañas. También son los mismos que sacaban adelante una fantástica revista que le traía al pairo la actualidad llamada Nickelodeon. Uno puede poner en duda las virtudes de Garci como cineasta -yo no las pongo en duda, pienso que no tiene ninguna, aunque tuvo su momento y realizó un cine útil que envejeció escandalosamente mal-, pero nadie le puede poner un pero a la trayectoria vital de Garci como cinéfilo. Por eso su prólogo y su epílogo es una preciosa homilía sobre un artista único, libre dentro de lo que podía ser libre en Hollywood, y profundamente socarrón. 

 

En la alineación econtraremos a Torres Dulce, Oti Rodríguez Marchante o Miguel Marías, garcis entre los garcis, pero también a magníficos críticos de otra onda, muy vinculados a otra biblia de la cinefilia nacional como es Dirigido, caso de Ramón Freixas, Antonio José Navarro o Quim Casas. El elenco es de lo mejorcito y, a partir de ahí, la celebración de una de las filmografías que más han hecho disfrutar a generaciones abobadas por esa capacidad de este hombre para tenernos hipnotizados y de arrancarnos una carcajada.

 

A Billy Wilder (Sucha -imperio austrohúngaro entonces, ahora Polonia-, 1906 - Los Ángeles, 2002) no le vamos a descubrir ahora. Tras haber trabajado para la alemana UFA emigró a América sin tener ni idea de inglés  con 27 años porque no le gustaba aquello de los chicos de las camisas pardas. Se las apañó bien porque tuvo como colega a Charles Brackett y entre los dos levantaron entramados tan desternillantes como los libretos de  La octava mujer de Barbazul, Ninotchka (ambas de Lubtisch) y Bola de fuego (de Hawks), pero él podía descolgarse y dirigir un policiaco como Perdición. Pocas cosas hubo que se escaparan de su bisturí: el periodismo (El gran carnaval), el alcoholismo (Días sin huella), el capitalismo (Uno, dos ,tres), la infidelidad y el amor (El apartamento), la avaricia (En bandeja de plata)...

 

Hollywood se convirtió en su ecosistema y él lo dignificó y lo conoció como nadie, por eso podía diseccionarlo y burlarse: "Del mismo modo que todo el mundo odia a Estados Unidos, todo Estados Unidos odia a Hollywood. Existe el profundo prejuicio de que todos nosotros somos tipos superficiales que ganamos diez mil dólares a la semana y que no pagamos impuestos, que nos tiramos a todas las chicas, que tenemos profesores en casa que dan clases a nuestros hijos de cómo subirse a los árboles, que cada uno de nosotros tenemos dieciséis criados y que todos conducimos un Maserati. Pues sí, todo eso es verdad, aunque os muráis de envidia". Y ese era su universo. 

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